Para los colombianos es común ver obras interminables, desfiles de trabajadores que van día a día a laborar en una combinación caótica de concreto, carretillas y martilleos incesantes que pueden extenderse por varios años, incluso décadas antes ver un mínimo fruto para tan extenuantes esfuerzos. Una ejecución paquidérmica parece ser el denominador común en las cuestiones del Estado colombiano. Es por ello que en ocasiones preferimos acudir a la intervención necesaria de los privados para ayudarnos a llenar los espacios a los que no llegan los entes públicos. Así es como empresas como Uber encuentran el caldo de cultivo perfecto para operar legal o ilegalmente, pero pedidos, necesitados.
Esa manera sosegada y tardía de proceder que parece tan enconada en la cultura de la política pública que desangra recursos de manera incontrolable y difícilmente rastreable, es una de las razones por las que un servicio de transporte ofrecido por una empresa de tecnología con dudosas prácticas fiscales y laborales logra poner en jaque a un sector multimillonario como es el del transporte.
Uber inició su operación en Colombia desde el año 2013, como una aplicación de nicho, orientada para un sector de clase media – alta, una alternativa al uso del taxi tradicional que eliminaba muchos de los inconvenientes de tomar ese servicio en la calle. Desde la comodidad de su casa, un restaurante, un centro comercial o cualquier otro lugar, con conexión a internet en su teléfono, sin el riesgo del desplante común del “yo por allá no voy”, sin el peligro insidioso de ser tomado como rehén en los tristemente célebres “paseos millonarios”, sin la necesidad latente de ser insultado por un conductor de “amarillito” por no tener el pago exacto. Todos esos riesgos y la lentitud del gremio taxista en complicidad con el siempre ineficiente Estado fueron las oportunidades por las que Uber hoy cuenta con el respaldo popular, a pesar sus tarifas sin regular, los cada vez menos amables tratos de sus conductores, y las controvertidas maneras de generación de ingresos.
Ya desde 2015, apenas 2 años luego de la llegada de Uber a Colombia, se convocaban las primeras manifestaciones de taxistas ¿Qué exigían? Lo mismo que el día 20 de febrero de 2020, igualdad en las condiciones de entrada al mercado, una regulación que permita la competencia justa y que otorgue cargas impositivas similares para no permitir la operación ventajosa de un sistema con escasa información del aporte fiscal al país. Sí, hoy, Hugo Ospina de nuevo, como hace 5 años, pide al gobierno que revise el asunto, que cumpla con lo prometido, que los proteja de, según ellos, una debacle económica. A través de declaraciones más absurdas cada cual, como comparar a los conductores de Uber con la guerrilla, o las intervenciones de personajes que representan los taxistas como Freddy Ospina, con opiniones directamente sacadas del siglo XVIII, no han hecho más que confirmar la ineficiencia de los líderes barrocos del pasado que pierden de a poco el poder que tienen de antaño y con el que apenas logran amedrentar a los también obsoletos y lentos funcionarios que deberían tomar las decisiones, más por una cuestión de imagen pública que de auténtica preocupación.
Un ejemplo de la pachorra que nos gobierna es que Cecilia Álvarez, Natalia Abello, Jorge Rojas Giraldo, Germán Cardona y Ángela María Orozco han pasado por la cartera de transporte, la encargada de las decisiones de fondo sobre la movilidad nacional y aún no han logrado nada.
Mientras tanto, al otro lado, en la calle, están las abrumadoras empresas tecnológicas que con su análisis de big data y prácticas publicitarias predatorias logran hacernos creer en su piel de oveja, nos hacen necesitarlos en este mar de ineptitud que habita en quienes deben garantizar la dignidad del servicio público. En un mundo de ciegos el tuerto es rey. Travis Kalanick, estadounidense fundador de Uber ha gestionado a través de la lectura del feedback de los usuarios y la atracción de capital, un imperio que supera los $90.000 millones de dólares, todo desde el 2011 y desde cero, en una velocidad difícil de creer para quienes vivimos en un país acostumbrado a la espera prolongada casi eterna por casi cualquier cosa.
El pasado 31 de enero, Uber parecía salir de Colombia en medio de una despedida amarga para sus usuarios y conductores asociados, y sin una fecha de regreso cercana. Pero para sorpresa de los colombianos, los taxistas e incluso el mismo gobierno, el jueves 20 de enero, vuelve a operar, con más condiciones, con más letra menuda y más dudosas reglas. Ahora, la aplicación ha encontrado la manera de traer su oferta pero en esta ocasión como alquiler de vehículos con conductor, lo que pone los términos y condiciones de su servicio. Ahora los usuarios deben estar atentos a los juicios de responsabilidad en casos del no cumplimiento de las normas de tránsito o accidentes durante el trayecto, ya que si el conductor posee los soportes que lo comprueben, el pasajero podría tener que hacerse cargo con dinero de su bolsillo de los costos derivados de estos sucesos, una práctica que raya en el descaro, pero que toleramos porque sentimos necesitar de su existencia.
Las soluciones son las de siempre. Hugo Ospina sigue siendo el frenético y descompuesto líder que sale a la palestra pública a certificar los tópicos de los malos conductores de taxi de Colombia: grosero, con lenguaje de matón de colegio y convocando a las autoridades como si fueran sus súbditos para que destierren del país a quienes considera delincuentes con una equivalencia de grupo alzado en armas. Uber, con su mercadotecnia pegajosa y a punta de lobby vuelve a imponer su sacratísima voluntad económica sin importar a quien se lleve por delante. Y el gobierno, acorralado por el populismo de la cacareada economía naranja y el contentillo de una fuerza electoral como el sector de los taxistas prefiere quedarse en la comodidad de la inacción mientras que los colombianos seguimos mendigando un poquito de voluntad política, en medio de esta batalla de liebres y elefantes.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: Arena Pública
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