Mientras en las calles se mantiene el clamor en contra de las políticas violentas del gobierno, a los futbolistas se les ordenó fingir normalidad en diferentes latitudes de un país convulsionado por las tragedias que han ocurrido en los últimos días. Quisieron hacer de este deporte una herramienta para acallar la voz de quienes denuncian las agresiones de las autoridades, y terminaron por conseguir el efecto contrario, ahora son más las personas que saben de la situación que atraviesa Colombia, de la bajeza de su clase política y de la ambición de los empresarios que se han adueñado del fútbol y que, una vez más, han manchado la pelota cada vez con menos éxito.
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El deporte es una expresión humana que puede reflejar las estructuras de nuestras sociedades en diferentes niveles. En el caso de la lamentable presentación de los equipos colombianos en sus citas por torneos internacionales, todo responde a la lógica con la que actúan los millonarios propietarios de este negocio llamado fútbol, una actuación en congruencia con esos compromisos comerciales adquiridos con los dueños de los medios que transmiten los partidos y que son incapaces de retroceder frente a cualquiera que sea la situación de un determinado lugar. A los terratenientes que administran los clubes y canales de televisión poco les importan la cantidad de muertos o desaparecidos en las protestas, o si se respetan los derechos humanos de los manifestantes, aquí el razonamiento principal es el beneficio económico y político, aunque nos intenten vender lo contrario.
Este creciente embelesamiento del poder económico con el balompié es un avance de los altos capitales por ejercer un control global de la narrativa cultural del mundo, relato dentro del que se encuentra la esfera del entretenimiento, lugar donde se desarrolla el fútbol. Estas conquistas de los super ricos le vienen bien a un Estado complaciente con el poderoso como el colombiano, que normalmente tiene unos objetivos alineados con la protección de las grandes fortunas del territorio. Motivo por el cual, quienes controlan el negocio pueden servirles momentáneamente a los propósitos de quien esté en el gobierno, promoviendo escenas sombrías y sinvergüenzas como las que se vieron en los partidos de Junior, Santa Fe, América y Nacional en la Copa Libertadores, que buscaban dar la apariencia de naturalidad y orden, pero que lograron multiplicar la indignación popular que intentaban aplacar.
No es la primera vez en la que el concubinato Fútbol – Gobierno ha tenido lugar. En nuestro país, el caso más conocido en cuanto a este tipo de maniobras de distracción, fue la televisación del encuentro entre Millonarios y el Unión Magdalena. La entonces ministra de comunicaciones, Noemí Sanín, a voluntad del mandato del presidente Belisario Betancur, declaró aquel cotejo como de interés nacional para que fueran emitidos en señal abierta, haciendo que los equipos jugarán a menos de diez kilómetros del Palacio de Justicia, justo en el momento en el que este era tomado por la desaparecida guerrilla del M-19, en el que fue uno de los hechos más violentos de la historia reciente colombiana.
Hoy, con un contexto abismalmente distinto al de ese lejano 1985, el gobierno del presidente Duque intenta una jugada similar, no solo por permitir la celebración de partidos de fútbol en medio de las protestas, sino también porque el ejecutivo, en medio de su cinismo, se ha atrevido a doblar la apuesta y ha insistido en su intención de realizar la Copa América para el mes de junio, pretendiendo que aquí no ocurre nada, esperando que en el mejor de los casos las protestas se diluyan por la distracción de los juegos de la selección Colombia; o en el peor de los escenarios, que este torneo les sirva para seguir cometiendo agresiones contra la población mientras estas pasan inadvertidas. Aunque aparentemente, y gracias al enfado expresado por muchos fanáticos, existe la posibilidad de que esta competición no sea celebrada en el país.
Lo bueno que nos queda de este repugnante intento disuasorio, es la reacción de la opinión pública. Aficionados, jugadores, técnicos, periodistas y personas en general rechazaron este intento de manipulación ruin. A pesar de la polarización rampante, aún permanece un mínimo de empatía, ese valor necesario y que mantiene la humanidad en estas sociedades tecnificadas que dan una importancia invaluable al ser individual, restándole trascendencia a lo comunitario. Aún existen quienes están dispuestos a señalar las injusticias, a salir a la calle, opinar en redes, apuntar al elefante en la habitación, y levantar una voz de denuncia. Queda un algo de tranquilidad al ver que son muchos los que no están dispuestos a permitir que el fútbol continúe como si nada, costa del dolor del otro, que no están dispuestos a que la pelota se manche.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: El País
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