La igualdad es un horizonte aún lejano. A pesar de que lo entendemos como un valor fundamental para el desarrollo de nuestras sociedades, este parece estar disponible solo en algunos casos, una selectividad desesperanzadora para todos aquellos que han tenido que convivir con la frustración de la injusticia y la impunidad, y que además deben sumarle los problemas de la discriminación. El problema no radica exclusivamente en la preferencia de un modelo económico o político por sobre otro, la dificultad se encuentra más bien en las interpretaciones que hacemos sobre lo que es equidad, respeto y diversidad, la contrariedad es aquella que ocurre en el proceso mental de quienes creen apropiado que a una mujer futbolista profesional se le premie su rendimiento obsequiándole un juego de ollas.
Crecer es un proceso lento, a muchos nos toma una gran cantidad de años terminar por entender aquello que era incomprensible en nuestra juventud, y desaprender es un proceso todavía más complejo. Para ello debemos abandonar la lógica que nos llevó a anteponer prejuicios a nuestras conductas, dejar atrás el orgullo y asimilar que la manera en la que hemos elegido vivir la vida tal vez tenga más de una falla, estar dispuestos a aceptar los errores para no cometerlos nuevamente. No podemos limitarnos a conocer nuestras equivocaciones, hay que pasar a la acción desde el arrepentimiento y la comprensión de lo cometido, la reparación de los afectados y la garantía de la no repetición, así como en el proceso de paz.
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En este sentido el proceder de la guerra tiene mucho en común con los métodos bajo los que opera la discriminación hacia las mujeres. Esa rancia concepción de la mujer como un ser débil, inferior en capacidades y con unos roles predeterminado, características presentes en las zonas de conflicto y en la cotidianidad de las regiones de progreso centralizado, y que pueden extenderse a campos como la educación, la economía, la justicia o el deporte.
Afortunadamente – y más tarde que temprano – existe una voluntad de cambio que se acrecienta con el avance natural de los tiempos. Es por ello que esta actuación ocurrida en Paraguay, donde la futbolista profesional Dahiana Bogarín, jugadora de Olimpia, recibió un juego de ollas como premio a la mejor del partido me genera una doble sensación. Por un lado está la indignación momentánea inherente hacia lo que, sin conocer mucho del contexto, podría catalogarse como un acto discriminatorio. Pero también nos debe alegrar que esta clase de hechos no sean tomados con la normalidad con la que habrían sido asumidos hace unas décadas atrás.
Aunque en esta ocasión se trata de un suceso venido a más por la extrapolación apresurada de las circunstancias. Tramontina, que era la marca de las ollas que se pueden ver en la fotografía viralizada, es además patrocinadora del Campeonato de Fútbol Paraguayo, y acostumbra a hacer este tipo de obsequios a las atletas más destacadas de cada encuentro, por lo que a priori no es un movimiento malintencionado que busque menospreciar los logros de las futbolistas o que asuma que el mejor premio para una mujer son elementos para la cocina, como si fuese este un espacio constitutivo de su feminidad, pero se debe reconocer que se trata de una coincidencia desafortunada que puede dar lugar a estas lecturas, que puede ser también una oportunidad de repensar la manera en que el esponsor hace su propia campaña y el mensaje que da al apoyar al balompié femenil.
El verdadero problema no es el regalo sino las personas que opinan que no debería haber una controversia por dar ollas a una mujer como recompensa significativa o deseable, quienes consideran que las deportistas deberían estar agradecidas con cualquier cosa que se les otorgue, el conflicto real es esa mentalidad que considera inferior al fútbol femenino por sus intérpretes y que lo entiende como indigno de su atención como aficionado.
Tampoco hay que caer en las explicaciones reduccionistas como las del periodista Daniel Miranda, quien lamentó que las jugadoras tuvieran que ocultar sus premios por el temor de ser denigradas en comentarios de redes sociales y que incluso deberían ser envidiadas porque en el fútbol masculino no se dan estos premios, como si no existieran ya unas diferencias inconcebibles de remuneraciones entre ambas categorías o que por haber una buena intención de un patrocinador no está permitido ser crítico con sus acciones, siempre con ese discurso latente del temor y agradecimiento al patrón.
Al final y sea como fuere, no está mal que las futbolistas se alegren por recibir esta clase de recompensa, así como tampoco está mal que haya personas dispuestas a criticar lo que a sus ojos puede ser un acto de discriminación, lo que sería realmente negativo es que a pesar de los años no estuviésemos dispuestos a tener estas conversaciones, a cuestionar nuestros prejucios para intentar comprender porque podrían estar mal ciertos de nuestros comportamientos, eso sería lo malo, no estar preparados para digerir que hemos crecido como sociedad, que regalar ollas no significa lo mismo que ayer, del mismo modo que la idea de igualdad no es la misma que ayer.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: En Cancha
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