El que sin duda alguna es uno de los mejores jugadores del fútbol colombiano en su historia, ha decidido ir a jugar en un equipo de la liga de Catar. Una determinación que hace que muchas personas estén dando por terminada su carrera futbolística, incluso previendo lo que dicen será un inevitable declive en su nivel competitivo, una bajada de calidad que le impediría ser llamado a la selección de mayores, acercándose al retiro prematuro del balompié y renunciando a ese máximo potencial que algunos le reprochan no haber alcanzado, tildando su carrera como un fracaso. Pero ¿De verdad es un descalabro este paso? ¿Es James Rodríguez un éxito o una decepción?.
El concepto de competitividad, al menos esa idea general que tenemos del término, está presente en la totalidad de las dimensiones de nuestra vida. En el trabajo debemos competir con otros que hacen una labor similar a la nuestra, en el ámbito empresarial debemos competir contra compañías que ofrecen un producto o servicio igual al nuestro, en el amor debemos competir contra candidatos o candidatas con perfiles similares, y así un largo etcétera. Pero en el deporte, y particularmente en uno tan popular como el fútbol, la competitividad se lleva al límite de su expresión.
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Las hinchadas que alientan sin parar con sed victoria, los directivos que gestionan sus equipos para sacarles el mayor rédito económico posible, los ojeadores que buscan sin cesar a la nueva joven figura que les represente un multi millonario traspaso. A ellos hay que sumarles a todos los periodistas y opinadores no profesionales que dedicamos cantidades insanas de tiempo a ver y criticar el fútbol, jueces implacables de las derrotas y censores insufribles de las conquistas. Profesionales llenos de sesgos y frustraciones que son descargadas sin piedad sobre esa proyección inalcanzable que son los técnicos y futbolistas de verdad.
Ahora es el turno de dictaminar sentencia sobre la carrera de James. Así lo han hecho con cientos de atletas antes y lo seguirán haciendo ahora, porque dar veredictos a base de opiniones tendenciosas es la constante de los medios, mismos que continúan siendo poco críticos con lo que ofrecen a sus audiencias.
Desde diferentes micrófonos se ha exclamado que James está desperdiciando su talento al marcharse a una liga emergente y de menor reconocimiento como la catarí. Que su presencia en el Al-Rayyan es una vacación prolongada para alimentar su personalidad hedonista y ambiciosa. Que son las malas compañías las que han hecho que el colombiano pierda el norte de su quehacer profesional. Todas estas conclusiones aceleradas e incomprobables han suprimido la opción, bastante plausible por demás, de que James Rodríguez sea un ser humano como el resto, que su vida ha tomado un rumbo distinto al deseado como consecuencia de sus decisiones y que ahora intenta hacer lo que cree mejor para él y los suyos.
Puede ser que, para él, el concepto de éxito difiera del que tienen sus insaciables críticos en todas las latitudes. Tal vez haber sido goleador de un mundial fue la cúspide de su carrera, y con su sueño cumplido, James ha decidido disfrutar de sus oportunidades, ganadas a fuerza de talento, de la manera que él prefiera. No dudo ni un segundo que un animal competitivo como él no tenga la convicción o el deseo suficiente de sacar el mayor provecho a sus condiciones, pero también existe la posibilidad de que su felicidad no se halle en las cosas que nosotros, desde un panorama muy lejano al suyo, intuimos como alegría plena o como objetivos de vida.
Quizás esa misma presión mediática lo ha encumbrado en un lugar desde el que tomó determinaciones poco rentables a nivel deportivo. Puede ser que el precio por su incalculable talento sea un estado físico irregular y un gusto por lo excéntrico, típico de los genios de cualquier disciplina. Tal vez el premio de consolación para nosotros los negados del balón sea una mentalidad más estable que nos lleve a ejecutar acciones rentables en el tiempo y mucho menos estrafalarias.
Todo esto es especulación y está sujeto a la verdad de los hechos, al contexto de nuestro día a día. Lo único cierto aquí es que debemos repensar esa idea de éxito o fracaso, permitir que los demás busquen su felicidad a su manera y a su ritmo, perder el miedo a cometer errores a la vez que abandonamos esa superficial tendencia a juzgar los tropiezos del otro, porque si una de las hombres más destacados del fútbol colombiano y suramericano de los últimos 10 años, goleador del mundial de Brasil en 2014 y que tiene más de 20 títulos a nivel de clubes es un fracasado ¿En qué escala deberíamos medir la trascendencia de nuestras vidas? Puede que ser menos rigurosos con los demás nos ayude a soltar esas viejas inseguridades y ser un poco más justos, con James y con nosotros mismos.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: El País
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