Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mateo 5:3). Es una cita bíblica de cierto reconocimiento popular, al menos en un país católico como el nuestro, que busca establecer la humildad como una de las características esenciales para entrar en el denominado Reino de Dios. Hechos como el viaje comercial al espacio realizado recientemente por la empresa Blue Origin, propiedad del hombre más rico del planeta, permite darle una nueva interpretación a estas palabras. Mientras el mundo es manejado por aquellos que por azar del destino poseen insalubres fortunas, a los más pobres les resta el consuelo de un futuro mejor solo en el cielo prometido.
Jeff Bezos invertirá cada año aproximadamente 1.000 millones de dólares producto de la venta de acciones de Amazon para solventar la operación e investigación anual de Blue Origin, la empresa con la que se ha propuesto estandarizar las expediciones turísticas al espacio exterior, una búsqueda que también persiguen otros poderosos magnates como Elon Musk con SpaceX y Richard Branson con Virgin Galactic.
Le puede interesar. El entretenimiento de El Juego del Calamar
Y aunque a primera vista parece un propósito noble y un paso natural en ese camino de la trepidante carrera científica por superar las barreras del viaje espacial, no puedo evitar sentir que se trata de la persecución caprichosa de unos señores con alma de niños y con carteras descomunales que se pueden permitir la materialización de sus sueños infantiles, a la vez que alargan la pesada sombra de sus nombres en la historia contemporánea que les celebra cándidamente sus hazañas particulares.
Se viven tiempos extraños. La inabarcable cantidad de publicidad y los estilos de vida expuestos sin pudor en redes sociales han llegado a un punto en el que se estigmatiza a un grupo poblacional amplísimo, el de aquellos que son “pobres porque quieren”. La ambición y la visión empresarial hacen parte de esas cualidades deseadas por algunos ciudadanos que creen firmemente que, con proyección, tiempo y sobre todo trabajo duro, conseguirán llegar a cualquier lugar que se propongan. Y a pesar de que ese optimismo es una virtud para unos, también es una ilusión que pueden explotar fácilmente los mercaderes de la fe.
Cursos de coaching, talleres de presuntos expertos inversionistas y conferencias donde intentan convencernos de ser nuestros propios jefes están a la orden del día. Maquinarias imparables que tienen como valor principal de su producto la etérea promesa de la riqueza, respaldados en esas figuras como Bezos, Zuckerberg o Musk, exaltados por los medios de comunicación, ascendidos a modelos aspiracionales para cualquiera que quiera abandonar su “zona de confort” y formar parte de las filas de los millones de solicitantes para ser parte del selecto e inaccesible club de los multimillonarios.
Podemos tomar cualquiera de los indicadores como el Coeficiente de Gini, el índice de movilidad social del Foro Económico Mundial o cualquier otro parámetro que permita evaluar la eficiencia distributiva de los recursos en el mundo, nos encontraremos que, aunque se ha avanzado en tareas como el acceso a la educación o a servicios básicos, sigue existiendo una brecha insalvable entre aquellos quienes poseen más y quienes tienen poco o nada.
¿Cuántas personas están en la capacidad de pagar los 25 mil dólares que cuesta un boleto para realizar un viaje a 100 km de altura con Blue Origin? ¿Cuántas personas se enfrentan a la dolorosa incertidumbre de no saber qué comerán el día siguiente? Son dos preguntas desde las que se puede evaluar el mundo hoy, las distancias inconmensurables entre unos y otros, así como sus prioridades, que para serán vivir, y para los otros son sobrevivir. En definitiva, en nuestro planeta hay quienes al mirar al cielo sueñan con viajar en él, mientras que otros esperan irremediablemente un mejor futuro que quizá llegue cuando vayan finalmente hacia él.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: As
*Las opiniones expresadas no representan la posición editorial de Zona Captiva. Es responsabilidad exclusivamente del autor.