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El amor al alcance de una app

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En pleno siglo XXI conocer al “amor de la vida” se volvió en una tarea aparentemente sencilla gracias a la tecnología, pero en realidad, el amor al alcance de una app, está más lejos de lo que cualquiera podría llegar a pensar.

Hoy en día es común que una persona en su celular cuente con Facebook, Instagram, TikTok, WhatsApp y una de las muchas aplicaciones de citas que hay en el mercado, pues ellas también hacen parte del diario vivir de los millennials y centennials; no obstante, estas aplicaciones hacen que el amor se complique más de lo que es.

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Antes, era normal conocer a una futura pareja en algún evento con amigos, en la universidad, o por casualidad en algún lugar; desde ese momento empezaba un cortejo que poco a poco iba permitiendo saber cuáles eran las intenciones de la otra persona y con los meses, determinar si todo era lo suficientemente bueno para convertirlo en una relación.

Las miradas hablaban, los gestos de nerviosismo al estar con esa persona especial, el tono de la voz, las bromas que se hacían, las pequeñas acciones que a los ojos del amor se convertían en hechos gigantes; todo eso hacia que el amor surgiera entre dos personas y que, el conocerse poco a poco, fuera tornándose más mágico.

Ahora, la cosa es distinta. Con las apps de citas, el amor se convirtió primero, en un filtro de belleza, y no me malentiendan, no es que antes uno no se fijara en el físico de quien conocía, de hecho, psicológicamente hablando el físico nos da un indicio de qué potencial tiene esa persona para “reproducirnos” y aunque no es un pensamiento que uno tenga de primeras, nuestro instinto nos gana y de ahí surgen varias elecciones.

Sin embargo, ahora la cosa va más allá de este instinto, antes podía no parecer “atractivo” a simple vista, pero con los minutos uno empezaba a verle el potencial, ahora, con las apps, solo es una foto la que hace el trabajo y ahí es cuando me pregunto y qué pasa si la foto no capta toda mi esencia.

De entrada, las apps para conocer gente funcionan deslizando a la izquierda a quienes no nos interesan y a la derecha a quienes llamaron la atención, pero el filtro para ello es una foto, una pequeña descripción y un par de respuestas que sirven como guía, pero que dejan mucho por descubrir.

Suponiendo que se pasa la foto, ahora viene la conversación, antes, las relaciones interpersonales significaban llevar una comunicación verbal y no verbal que permitía a ambas partes leer los contextos e intenciones de su interlocutor, ahora, como es un chat, todo se basa en ideas de cómo está queriendo decir lo que escribió, facilitando así los malentendidos y los ruidos conversacionales complicando mucho llegar a una charla fluida.

A eso hay que añadirle la valentía que da una pantalla, y esto aplica tanto a hombres como a mujeres, pues si soy sincera, la pantalla y escribir por una app de este tipo me permite actuar sin tanta presión que si estuviera hablando de frente con un chico que me atrae; pero hasta qué punto esta libertad nos permite ser “directos”.

Lo que sucede aquí, al menos hablando en mi caso como mujer, es que los hombres se envalentonan y escriben detrás de la pantalla cosas que se demorarían semanas en decirle a uno, o que para hacerlo necesitarían unos cuantos tragos encima; por lo tanto, hay momentos supremamente incómodos en que uno, simplemente quiere conocer más de la persona con la que conectó y ver cómo fluye, pero en respuesta obtiene propuestas indecentes luego de haber cruzado un hola y un cómo estás.

Sí, ser directo está bien en este siglo, es cierto que se deben dejar las cosas claras para saber qué se busca en este tipo de aplicaciones, sin embargo, también es cierto que para hacer propuestas sexuales deberían tomarse al menos la molestia de ver qué piensa la otra parte y no lanzarlas a la ligera, pues hace que uno pierda la esperanza de conocer a alguien que valga la pena, ya que empieza a creer que la mayoría responderá así, e infortunadamente uno no se equivoca del todo.

Muchos, en este punto dirán, que para qué entonces uno usa apps de este estilo, que salga y conozca personas, pero tengan en cuenta que a veces uno no tiene círculos de amigos que le permitan conocer a alguien nuevo, o tal vez, por tiempo, timidez o simplemente por falta de contextos en los cuales uno pueda buscar algo romántico, se termina cayendo en estas aplicaciones de citas.

Y la cuestión ahí no es culpar a quienes las usan sino hacer consciencia de con qué fines se ingresan en ella, de verdad estamos en una sociedad donde el concepto de amor se ha satanizado tanto que es más fácil buscar sexo que una relación, de verdad crecimos con tantos traumas emocionales que conectarnos con una persona nos parece imposible, pero conseguir sexo con solo escribirlo a la primera nos parece normal, de verdad le tenemos tanto miedo a enamorarnos que no somos capaces de darnos una oportunidad de ver más allá.

Sí lo sé, pensar en que uno se puede casar por Tinder o alguna otra app suena fantasioso, pero realmente la aparición de estas aplicaciones fue para permitir construir relaciones que, incluso, llegaran a futuro, no cosas fugaces, que, de hecho, se consiguen más fácil saliendo una noche a un bar que tomándose el trabajo de conectar con alguien y hablar con esa persona en una app.

Tal vez el amor no está al alcance de una app mientras que quienes las usan no entiendan que, aunque solo se esté conociendo a alguien, no debe dejarse de lado el respeto y la responsabilidad afectiva, pues es cierto que a primera vista todos pueden ser interesantes, pero al entablar conversación la cosa cambia, no obstante, esto no es suficiente como para ghostear a una persona e incrementarle, tal vez, sus inseguridades frente al hecho de conocer a alguien nuevo.

En las apps de citas está bien ser directo, aclarar todo desde el día uno, pero con respeto y entendiendo que no todos los que están ahí buscan sexo, porque eso se consigue fácil, ya encontrar el amor, es lo complicado.

Por: Paula Porto
Instagram: @paulaportocine
Imagen: Pexels
*Las opiniones expresadas no representan la posición editorial de Zona Captiva. Es responsabilidad exclusivamente del autor

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