Desde que comenzó el Conflicto Armado en Colombia en 1960, y hasta la actualidad, son muchas las graves consecuencias que esta guerra inicial entre liberales y conservadores le trajo al país, una cifra de víctimas que supera los 9 millones de afectados (según datos del Observatorio Distrital de Víctimas del Conflicto Armado Odvca, al 31 de Dic 2021) para la ONU en 2022, más de 70.000 personas han sido víctimas de desplazamiento, de los cuales casi 400 mil residen en la capital y vergonzosamente el 50,7% de esta población son mujeres.
Para nadie es un secreto que históricamente este conflicto ha dejado una huella profunda en nuestras féminas, sobre todo en las pertenecientes a las zonas rurales e indígenas de esta nación.
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Es así como a lo largo de los años diferentes instituciones nacidas bajo el fragor de la guerra y tras la firma de los Acuerdos de Paz, han tratado con mucho ahínco y definitivamente poco éxito, de desterrar este flagelo que anuló el crecimiento y desarrollo de las mujeres que resultaron con tal daño, físico, emocional y moral por cuenta de quienes ostentaban el poder a través de las armas y que se adueñaron de nuestros territorios sembrando el terror entre los mayores, hombres, mujeres y niños.
El panorama actual resulta preocupante para quienes entendemos el relevante papel que juegan las mujeres en el mundo, y especialmente en un país cuya fuerza laboral productiva en todos los sectores tiene una importante representación femenina, amén de la posición vital ancestral de dar vida. Yo creo que llegó la hora y el momento de que se dignifique y repare a nuestras guerreras quienes, a pesar de la violencia, el abuso y las humillaciones a que han sido sometidas por los actores de la guerra, salieron adelante, estudiaron, crearon fundaciones, han criado hijos de la violación de sus cuerpos con el mismo afecto que los hijos del amor por reconocer que ellos también fueron víctimas de la explosión de terror y vejámenes que a Colombia le trajo el conflicto bélico.
Necesario es que se trabaje desde el Gobierno Nacional en devolverle a las víctimas su arraigo, moral y el tiempo perdido, a través de políticas de resarcimiento que verdaderamente les permitan alcanzar el desarrollo tanto social, como económico, político, cultural y educativo a que son merecedoras y que nunca debieron ver truncado por convertirse en el blanco seguro de la intransigencia, y la supremacía ejercida desde el monte por opresores en evidente ventaja sobre ellas y del cual todo un país fue testigo silente. Dios bendiga a las Mujeres de Colombia y el mundo.
Por: Erika Baute
Instagram: @erikabauteak
Imagen: Semana
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