Somos un medio de comunicación independiente cuyo propósito siempre ha sido y será mantener informados a nuestros lectores con las noticias más relevantes del país y el mundo, ayúdanos a mantenernos y a crecer para poder seguir compartiendo noticias y artículos de interés a diario.

Nos puedes ayudar desde $1.000 pesos colombianos

Ser Duque

Share on facebook
Share on twitter
Share on whatsapp
Share on email

14 días más de encierro. La cuarentena se extendió por dos semanas más y las personas dejaron ver su inconformismo a través de las redes sociales, medio potenciador y validador de cualquier información durante estas épocas de aislamiento. Todo han sido lloros y lamentos, nadie está de acuerdo en medio de la angustia y seguimos dando opiniones sobre lo que hubiéramos hecho nosotros, el pueblo, que gobernamos imaginariamente mejor que nuestros elegidos en democracia. Todos quieren ser Duque.

Dentro de los reclamantes hay muchos tipos de personas. Están los que se quejan porque no pueden realizar sus actividades normales como trabajar, ir al gimnasio, asistir a los estadios, salir de fiesta. Otros lo hacen porque el hambre no da espera y en medio del rigor de la pobreza no poder salir es sinónimo de no poder comer. Se quejan también los empresarios que ven como sus bolsillos se vacían desesperadamente rápido. Se quejan los liberales que reclaman la asistencia del Estado. Lloran los progresistas por la falta de mano dura de algunos mandatarios para hacer respetar las medidas sanitarias. Todos son más problemas sobre otro más grande y muy pocos aportan soluciones de verdad.

Para muchos la participación en democracia se limita a hacer proselitismo cada 3 o 4 años por según quien nos parezca mejor persona, depositar nuestro voto el día decisivo y luego criticar a quien ejerza el poder, o defender su gestión en caso de llevarse la victoria en las urnas y continuar con nuestros sesgos cognitivos con normalidad. Pero ahora, en tiempos de quietud, cuando no podemos ejercer nuestro libre derecho a no interesarnos por el contexto del país, seguimos sin cambiar nada y repetimos nuestros vicios de malos demócratas. Escribimos todos en esos buzones de sugerencias inútiles que son nuestras redes sociales como un loco que le grita al vacío.

Todos tenemos una opinión y por ley tenemos derecho a expresarla. Pero, afortunadamente, lo que no existe es una ley que obligue a los demás a estar interesados en nuestra opinión ni a estar de acuerdo con ella y mucho menos a obedecerla o tomarla en cuenta para la toma de decisiones de un gobierno. Parece lógico, pero no lo es, nuestra opinión no es importante, al menos no en un momento de crisis, al menos no cuando esa opinión se limita a esgrimir expresiones de desaprobación sin una propuesta de vuelta. Con esto no quiero decir que debemos guardar silencio y aceptar con resignación cualquier mandato que venga con sello presidencial, por el contrario, hay que hablar, pero no esperemos que nos tengan en cuenta si no tenemos argumento alguno para defender nuestras ideas o posiciones.

Al momento de conocerse la extensión de la cuarentena muchos ciudadanos descontentos comentaron en los canales de transmisión oficiales sus sugerencias, insultos y frases panfletarias, como si aquello fuera a solucionar algo. Somos un palo en la rueda. No solo no acatamos completamente las medidas de aislamiento, sino que nos quejamos si las extienden por más tiempo, y nos habríamos quejado igual si las retiran en el 11 de mayo.

Nos dedicamos a compartir la demagogia que nos parece adecuada y a rechazar la que no nos gusta, como un niño caprichoso que escoge entre golosinas. Eso somos, un niño malsano que no sabe lo que dice mientras se empeña en conseguir lo que quiere aunque no tenga sentido. Ser propositivos no es decir lo que opinamos, es sentarnos a hablar con quienes tienen ideas distintas o similares a las nuestras para luego generar consensos y propuestas claras, siendo políticos, no caras anónimas en redes sociales.

Aunque esto que no ha entendido la gente tampoco ha sido asimilado por el gobierno que puede llegar a obsesionarse con su opinión al nivel de gastar 3.000 millones de pesos para mejorar su imagen y terminar peor. En fin, todos queremos ser Duque para hacerlo mejor que él. Nosotros no habríamos hecho eso, lo habríamos hecho mejor, supuestamente ¿Pero a quién le importa? El uno que no quisiera ser Iván Duque ha de ser él mismo que ya no sabe qué más hacer para que lo dejemos en paz.

Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: Semana
*Las opiniones expresadas no representan la posición editorial de Zona Captiva. Es responsabilidad exclusivamente del autor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *