Está muy cerca la próxima edición de los premios de la academia de artes y ciencias cinematográficas, o como mejor los conocemos, Los Oscar. Este es seguramente el evento del año para muchos amantes del cine de todos los niveles quienes nos reunimos en este lugar paradójico. Por una parte están los doctos en la apreciación del séptimo arte, paladares conocedores y exquisitos que esperan lo mejor de los mejores, académicos hambrientos de guiones infalibles que equilibren las viejas glorias y el vanguardismo progresista, atentos siempre de los vacíos que solo ellos sabrían como remediar. Y del otro lado estamos el resto, el vulgo, los que nos atrevemos a comer en una sala de cine, los incomprendidos que disfrutan de la comedia nacional, que se emocionan cuando el héroe de turno hace sus cosas de héroe, los que, para pesar de los críticos más recalcitrantes, seremos los nuevos críticos de cine, ya no desde el atril de los medios especializados, sino desde nuestros teléfonos celulares.
Desde hace años se viene cocinando una revolución, la más grande, una necesaria en el mundo del cine. Hace 23 años en un pueblo de California, Reed Hastings haciendo uso de la tecnología que contaba en el año 1997, inició una compañía de alquiler de películas por internet que con visión y algo de buena fortuna terminaría por configurar lo que hoy es un gigante del sector proveedor de ocio mundial, Netflix. Y que sea un gigante no quiere decir que sea el más grande ni el mejor dentro del cine, lo que significa es que está afianzándose como representante de esa industria cultural de una sociedad cada día más conectada y que demanda de estos espacios horizontales para el consumo de entretenimiento.
La cinematografía es una empresa productiva que desde su nacimiento ha estado ligada al avance tecnológico, permitiendo la democratización fílmica con salas cada vez más grandes, con pantallas cada vez mejores y con películas cada una de mejor factura que la anterior. Era de esperar que con las facilidades técnicas de la actualidad se empezará a demandar lugares diferentes a la tradicional sala de cine para disfrutar de una película, hecho que está determinado a cambiar la manera en que consumiremos arte de ahora en adelante. Netflix ha llegado para quedarse y convertirse en los nuevos cinemas, personales e intransferibles.
La transformación que promueve y la influencia que ha adquirido la podemos ver precisamente en la popularidad de la reconocida aplicación en espacios de los que se le marginaba en años anteriores. Por ejemplo, en el año 2018 Netflix rompería relaciones con el festival de Cannes, el más importante de Europa de su tipo, porque este no permitía la participación en competencia de películas que no tuvieran estrenos en salas de cine programadas. Hoy ese panorama ha cambiado de manera radical, y Netflix, con producciones propias exhibidas en su plataforma, se encamina a la ceremonia de premiación de los Oscar con 22 nominaciones en total.
El aumento ha sido progresivo e imparable. La plataforma pasó de apenas una nominación a mejor documental en 2017 por Los Cascos Blancos, a 6 en el año 2018, dentro de los que ganó el premio a mejor documental con Ícaro sobre los casos sistemáticos de dopaje del comité olímpico ruso. En el 2019 pasó a 15 nominaciones y 3 estatuillas, incluido el premio a mejor director ganado por el mexicano Alfonso Cuarón, en una doble demostración de irreverencia, con el estreno en exclusiva temporal de Roma en Netflix y el nuevo reconocimiento a un director latinoamericano en la meca del cine Hollywoodense.
Ahora, en el año 2020, la producciones del gigante tecnológico han alcanzado un total de 24 nominaciones, con producciones de altísima calidad cómo El Irlandés, Historia de un matrimonio, Los dos papas, Klaus, American Factory, Perdí mi cuerpo, Al filo de la democracia y La vida me supera, todos en categorías tan variadas e importantes como Mejor Película, Mejor Director, mejor actor de reparto, mejor película animada, entre otros.
Con su sistema de streaming demuestra que ha cambiado el paradigma de la exhibición en un terreno tan conservador como el cinematográfico, derrumbando así las barreras de acceso a una cultura que en principio no debería tenerlas. Netflix es hoy el ejemplo del mundo, de ese mundo con fronteras cada vez más difusas, un ejemplo de la democratización de esa cultura que a veces parece tan alejada e inaccesible, reservada solo para esas minorías añejas que se niegan a perder su rincón exclusivo dentro de los circuitos de la cultura. Ahora estamos asistiendo a la transformación del arte o al menos de su empaque, uno fuera de la burbuja de las élites, uno que nos permita soñar en color, en el aquí y en el mañana del cine que sale de las costosas salas y empieza a caber en nuestras manos, en todas las manos.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: Espinof
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