La modernidad ha traído consigo múltiples cambios. En principio la llegada de nuevas tecnologías significaba la modificación de una tarea puntual, permitiendo una mayor facilidad en su realización. Además, con el paso de los años, los avances técnicos afectan nuestro comportamiento como sociedad, potenciando algunas de nuestras maneras de relacionamiento. La ampliación del espectro de la conversación pública hace posible ver la enajenación en la que habitamos, nuestro gusto por hablar sin esperar respuestas.
El denominador común de las conversaciones cotidianas es la ligereza. Cuando hablamos con alguien más en un contexto casual, por fuera de la rigurosidad de un ambiente académico o formal, es normal que abordemos cualquier tema con desparpajo. En medio de la complicidad que da la cercanía se pueden cometer imprudencias sin el temor a las represalias. La confianza con el interlocutor nos desinhibe y nos permite ir más allá en nuestros comentarios sobre determinados temas que fuera de ese contexto pueden llegar a ser percibidos como ofensivos.
Las redes sociales y la protección de su parcial anonimato crean una ilusión de seguridad que hace que sus usuarios actúen de manera espontánea en ocasiones. Esto le ocurrió a la usuaria en Twitter, quien publicó un comentario poniendo de manifiesto una interrogante mitad afirmación en su cuenta. La publicación decía “Mk en serio existe gente que de pequeños les parecían caras las polet?”. No le he cambiado ni un punto a la expresión original. Esta simple afirmación llegó a tener más de dos mil interacciones, una cifra que parece desproporcionada para un comentario sin demasiado contexto y que parece no entrañar ofensa alguna. Pero como era de esperar hubo reacciones en ese sentido.
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Muchas de las respuestas dirigidas a la autora del enunciado se encaminaban a señalar su desatino, su alevosía. ¿Cómo se le ocurría dejar de pensar en las minorías desfavorecidas que no podían darse el lujo de comprar siquiera una pieza de pan para alimentarse? La acusaban de ser la típica persona alienada que no cae en cuenta del privilegio que es poder comprar un helado por encima del precio común. Algunos no solo aprovecharon para posar de víctimas de la desigualdad, además hicieron de la discusión una conmemoración nostálgica de sus gustos personales, despreciando el histórico gusto insulso de las clases altas por la polet y otros postres de producción industrial, reivindicando el helado casero, hecho con dudosos recaudos sanitarios y que es representativo de las clases trabajadoras, instrumentalizando políticamente sus recuerdos en una conversación en redes sociales, el pan de cada día.
Todas estas publicaciones las hacían por una razón clara, el desmarque. Siempre alejándose del que opina contrario a ellos para sentirse mejor que la persona que hizo la publicación original, para señalar que ellos sí son conscientes de la desigualdad, que son ciudadanos comprometidos con el futuro del país a la vez que cargan a sus espaldas esa evocación onírica y de ensueños que según ellos fue su infancia plenamente feliz, niños eternos. Porque en medio del caos de nuestra vida y el establecimiento de los medios electrónicos como extensión natural de nuestras personalidades, es menester diferenciarse de los demás, ser auténticos hace parte de las metas de la realización y los ideales de felicidad contemporánea, la consigna es ser juzgados como buenos y diferentes.
Aunque hay que aceptar que los usuarios que respondieron a la joven del comentario tienen algo de razón. Hacer un comentario altivo sobre la capacidad adquisitiva de las personas puede llegar a ser insensible. Al fin y al cabo la persona que escribió la publicación en primer lugar es colombiana, y no entender las dificultades económicas que atraviesa una gran parte de la población del país es de alguien equidistante de la realidad. Algunas veces también la vida se encarga de halarnos devuelta al contexto de un solo golpe, odiosa pero necesaria terapia para ciudadanos virtuales que vivimos abstraídos en la artificialidad de la modernidad.
Por otro lado, la reacción de la persona que hizo la publicación no le hace un favor, y por el contrario puede ayudar a corroborar la versión que la define como una adolescente abúlica. Una vez las menciones eran difíciles de ignorar, hizo un segundo comentario: “¿La gente de twitter por que exagera todo? #PreguntaDelDía”. Nuevamente no modifique nada de su enunciado. Cuando se hace una afirmación lo mínimo es esperar que alguien responda, incluso que no esté de acuerdo, que exista una posición opuesta a tu opinión, e incluso, ahora hay que dar por hecho que habrá alguien dispuesto a comentar algo nada más para ofender de vuelta, así funciona el internet, y la vida también. Más adelante, cuando el ruido de las notificaciones se tornó incesable, hizo lo que hemos hecho todos cuando no estamos dispuestos a seguir con una discusión perdida, dar un portazo y abandonar la sala. La joven cambió el nombre de su usuario para dejar de recibir notificaciones que le recordarán que no estaba sola cuando dijo lo que dijo, y regreso al anonimato del que disfrutaba unas horas antes, de vuelta a hacer comentarios pretendiendo que nadie se molesta por lo que decimos, retornando a la seguridad de hablar con las paredes.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: Edward Hopper – El Sol de la Mañana
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