El fútbol femenino, en general, ha tenido que luchar contra la desigualdad desde el momento que se empezó a jugar. Los salarios de las jugadoras son considerablemente menores a los de sus compañeros hombres, muchas de ellas no llegando a mantener un salario fijo mensual. También resulta que los premios a equipos femeninos ganadores de torneos suelen ser mucho menores que los premios para equipos masculinos.
Para ilustrar esta situación, vale la pena comparar el premio gordo del campeón de la Champions League masculina frente al de la femenina. Según el portal Goal.com, el ganador de la competencia más prestigiosa a nivel de clubes en el mundo se llevaría 19 millones de euros solo por ganar la final, sin contar los premios adicionales por participar, ganar partidos en fases de grupos o incluso por empatar en dicha etapa. El portal Sport.es indica que el equipo campeón de la Champions femenil recibe 250 mil euros por ganar la final, sin contar los incentivos adicionales.
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Si esto sucede al nivel más alto del fútbol de clubes en el planeta, imaginarse cómo funciona en una liga apenas naciente como la colombiana podría significar que nos encontramos con un interés mínimo para desarrollar el fútbol femenino en Colombia. La realidad refleja exactamente eso.
Primero, tras el clásico capitalino de esta semana, en el que Santa Fe derrotó a Millonarios 3-2, una imagen quedó para la crítica. Mientras que el partido no se jugó en la ciudad de Bogotá, pues al parecer no se hicieron los trámites necesarios para pedir el estadio “El Campín”, el partido se jugó entonces en una cancha del municipio de Mosquera, cuyo terreno tenía una pésima calidad para el desarrollo de una liga profesional.
Igualmente, tras el final del partido, las conferencias que directores técnicos y jugadoras se desarrollaron bajo una carpa, en la que los involucrados se ubicaron en sillas y mesas plásticas. Esta acomodación nada tiene que ver con las que los equipos masculinos gozan, que tienen la suerte de contar con espacios adecuados para estos fines en los mismos estadios de las ciudades que representan y con un aire de alta profesionalidad.
Estos son síntomas de una liga que se desarrolla con un interés parcial de los dueños de equipos y las organizaciones rectoras del fútbol colombiano hacia sus filiales femeninas. Para muchos de estos es un requisito para poder participar en las versiones masculinas de los torneos de clubes sudamericanos, la Copa Libertadores y la Copa Sudamericana. La Conmebol, desde el 2019, obliga a los equipos de todo el continente a crear un equipo de mujeres para poder clasificar a estas competiciones.
Si bien la política de la Conmebol permitirá que las mujeres tengan más oportunidades de convertirse en futbolistas, aún hay mucho trabajo por hacer en esta materia. Muchos de los obstáculos que enfrenta el fútbol de mujeres giran en torno a una cultura machista que se ha establecido en el fútbol.
Tómese por ejemplo las declaraciones del presidente del Deportes Tolima, Gabriel Camargo, declaró en 2018 que una liga femenina es un “caldo de cultivo de lesbianismo” y que no es un negocio rentable. Si bien es innegable que el fútbol femenino genera menos réditos que el masculino, no es excusa para estigmatizar la profesión de miles de mujeres en el país.
Son este tipo de actitudes dentro de la organización del fútbol colombiano que evita que su liga profesional femenina tenga las garantías de crecer dignamente. En la medida que la dirigencia deportiva no se reforme en este sentido, no habrá espacio para que las mujeres se desarrollen como profesionales en esta disciplina.
Por: Jorge Iván Parada Hernández
Instagram: @jiph182
Imagen: Dimayor
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