Animalistas y no animalistas hemos creado una naturaleza paralela. Esta semana Patricia Castañeda fue tendencia en Twitter Colombia. La ola de comentarios fue una reacción a la publicación en la que la actriz sugería que matar un zancudo era equiparable a matar cualquier otro animal e incluso un ser humano. De inmediato llovieron sobre la mujer cientos de comentarios en los que se le tildaba de desequilibrada mental y otros tantos se burlaron del postulado inicial. En la conversación, banal como todas, queda visto el desconocimiento que tenemos del mundo que nos rodea, nuestra enceguecida voluntad de imponer visiones únicas a las discusiones, y la presencia de un proceder alterno de la naturaleza ideado por nosotros que interfiere cada vez con nuestra visión de modernidad.
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El primer acercamiento a la discusión es como mínimo decepcionante. Muchas personas que se han erigido a sí mismas como las poseedoras del conocimiento universal, aducían que la publicación que defiende la vida de los zancudos es estúpida porque estos organismos no tienen ninguna función dentro de la naturaleza. Los mosquitos, moscos y zancudos están relacionados popularmente con la transmisión de diferentes enfermedades, pero el hecho de eliminarlos de la naturaleza traería consigo efectos secundarios como lo asegura Phil Lounibos, entomólogo de la Universidad de Florida. El experto asegura que estos animales hacen parte importante de la polinización de las plantas, también son la fuente principal de alimento de aves y otros insectos, por lo que su erradicación traería cambios en las cadenas alimenticias de algunas especies, y aunque Lounibos aclara que el espacio del mosquito en la cadena natural podría ser reemplazado en el largo plazo, esto no quiere decir que otros insectos no tomen su lugar también como vectores de transmisión de enfermedades.
Pero la discusión no es necesariamente biológica, es más bien un enfrentamiento ideológico. Para nadie es un secreto que las redes sociales son el caldo de cultivo de la radicalización del debate público. La polarización, favorecida por las cámaras de eco de nuestros perfiles, hace de cualquier conversación un escenario para el diálogo pendenciero característico de la modernidad, dónde lo más importante es no perder en ese pequeño litigio digital en el que estamos dispuestos a llevar al límite de la violencia nuestros argumentos por más pobres que estos sean. A veces la pelea puede ser sobre una opinión política, otras, sobre que sabor de pizza nos parece mejor, lo importante es que ambas las abordamos como rencillas personales en las que no solo nos debemos expresar a favor de un bando, además debemos destruir el criterio del otro que no piensa como yo.
La opinión de Patricia Castañeda es un reflejo de las nuevas realidades que se van forjando con el paso del tiempo. Ella habla desde su rincón ideológico, el animalismo y el veganismo. Expuso su manera de pensar desde y por su propia cuenta, un acto que parece perder valor progresivamente. No porque exista un estado de censura, más bien porque hay una atmósfera de toxicidad dispuesta a lapidar a la opinión disidente. Todos son rivales y todos deben ser confrontados. No existe una intención generalizada de aportar a la discusión de un tema, se habla siempre desde el conflicto y lo demás es ruido que no suma a ninguna de las partes involucradas. No nos tomó tanto tiempo convertir el Internet, otrora sinónimo de universalidad, en una extensión de la realidad y nuestra percepción distorsionada de la otredad.
La opinión de Castañeda no es estúpida o ignorante, por el contrario, es una opinión con la que se puede estar o no de acuerdo y que abre una charla interesante ¿Cómo medimos el valor de la vida? ¿Por qué una vida tiene más valía que otra? El caso de que la vida de un insecto, más allá de su tamaño y función aparente, es tan valiosa como la de un ser humano pensante, es un paradigma que vale la pena discutir. ¿Es el ser humano apto moralmente para decidir sobre las vidas de la naturaleza al igual como decide por su propia vida? ¿Es el veganismo una corriente ética viable para el desarrollo de la vida en la tierra o es una radicalización del sentimiento paternalista que sentimos por los animales? Muchas preguntas pueden surgir de lo dicho por la actriz, pero elegimos gritar en lugar de escuchar.
En este caso particular, para validar nuestra opinión sobre el valor de la vida de los zancudos, acudimos a esa naturaleza paralela que hemos creado en nuestra conciencia colectiva. Para muchos lo natural es la hierba, los ríos azules, los montes verdes y los soles amarillos, idealizamos el paisaje como la definición de naturaleza, cuando la naturaleza también tiene que ver con nuestros edificios y carreteras, con las interacciones humanas. La naturaleza no es solo la vida, es además en gran medida la muerte. La desaparición del ser tiene muchos significados para nosotros y, al menos en el mundo occidental, la muerte del animal está cada día más cerca del carácter luctuoso del fallecimiento del ser humano ¿Son equiparables? Para algunos – sobre todo para quienes tenemos mascotas – el afecto por los animales de compañía y la caracterización que hacemos de ellos nos hace sentirlos como un sustituto de la familia. Viven con nosotros y en la constante procura de su bienestar les atribuimos rasgos humanos: Inteligencia, inocencia, picardía, solidaridad y hasta comprensión.
Tal vez deberíamos preguntarnos por qué defendemos más a los animales que a los seres humanos que piensan, actúan y se equivocan como nosotros. ¿Por qué es más valiosa la vida de un zancudo que la de una vaca? ¿Por qué es más valiosa la vida de un deportista que la de un delincuente? ¿Por qué empatizamos más con un animal que pasa hambre en la calle que con los inmigrantes que además sufren nuestra violencia? Este accionar, tal vez, hace parte de esa nueva naturaleza, ese mundo paralelo en el que el otro y sus opiniones tienen cada vez menos valor que la vida de un zancudo, una realidad que infantiliza las discusiones que no nos permitimos tener.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: House Fly – Grant Lounsbury
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