Ha pasado poco más de un año desde el estreno de Historia de un matrimonio, una de mis películas favoritas. Ahora que la vi nuevamente recordé las sensaciones que me dejó el primer visionado. El fin e inicio del nuevo año es el mejor momento para volver a esta obra. Una historia que habla sobre el fin de las historias. En esta época del año y con un ambiente de renovado comienzo que traen la premonición de las hojas en blanco y los nuevos días, volver a esta película es un hermoso alto en el camino, una pausa esquiva en medio de la preocupación que provoca el futro inmediato, una conversación pendiente sobre el pasado.
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Quiero quitar de enfrente la tentación de hablar de la sinceridad de su guion, de la entrega de sus actores en la puesta en escena, o de otros aspectos que han sido ya resaltados por otros espacios con seguramente mucho mejor dominio académico de la cinematografía que yo. Me gustaría hablar de uno de los detalles que se me escapó en las primeras ocasiones que la vi, pormenores que confirman el afecto que le tengo a la cinta, ese subtexto que configura el gran qué de la obra, el cuestionamiento que figura en la película y su posterior respuesta: El amor.
Uno de las particularidades que llamó poderosamente mi atención, fue la inclusión de dos canciones puntuales dentro de la película: You could drive a person crazy y Being alive, ambas interpretadas en viva voz por los protagonistas. Estas tonadas hacen parte del musical Company, de Stephen Sondheim, uno de los autores más destacados del teatro musical del siglo XX, y la figuración de sus composiciones en la cinta juega un papel clave en la interpretación de su guion.
La obra de la que toma prestadas las dos canciones, Company, aborda la historia de Robert, un hombre soltero de mediana edad que evalúa las ventajas de casarse y establecerse. En el musical el protagonista explora las experiencias de sus amigos más cercanos y sus parejas, encontrando una respuesta a la incógnita que guía todo el relato ¿Por qué estar al lado de una persona?.
La letra de la canción Being alive, que canta el personaje de Charlie (Adam Driver) en medio de un bar en Nueva York mientas bebe con sus compañeros de trabajo, es parte esencial en esa búsqueda de una respuesta a la incógnita anterior, un paso avante por el amor y por esas razones inexpugnables para vivir la vida al lado de quien se ama, esa interpretación, espontánea y sincera, le responde a él, y a quienes han sufrido por amor, por qué vale la pena querer a pesar de las marcas que nos deja el dolor, por qué amar es sentirse vivo.
Se dice que Historia de un matrimonio es una película hecha por el director a manera de catarsis por su propia separación, y tienen razón. Pero no funciona como una crónica de las etapas de un divorcio, es más bien una carta a esa persona de quien se alejó y un mensaje para él mismo, en el que se reafirma en las razones para entregar, sufrir y vivir el amor más allá de su desenlace.
Su conclusión es precisamente lo que más me gusta de esta obra. Porque aunque pueda llegar lastimar, la mejor decisión siempre será el amor, recorrer ese camino poco claro y lleno de dificultades que nos alegra la vida, un paso con miedo que se transformará en orgullo al mirar hacia atrás, es una película que habla sobre como el cierre de una etapa no es el fin del trayecto, sino una parte más de ese aprendizaje que es entregarse en cuerpo y alma a una persona o una causa en concreto.
El mensaje de esta película no puede ser más oportuno ahora que inicia un nuevo año: Escojamos nuevamente el amor con sus sacrificios y contradicciones, elijamos la plenitud de vivir con pasión, que el miedo a equivocarnos no sea una excusa para no querer, abracemos la sabiduría que nos da el cometer errores y aprovechar la oportunidad de perdonar a los demás y a nosotros mismos, evitemos ese valle improductivo de la apatía, amemos más para detener la espiral de tiempos violentos como el nuestro, reencontrémonos con nuestras propias historias, ahora que el calendario nos ofrece la oportunidad de dar vuelta a la página y aprender de la sabiduría de nuestros corazones rotos, amemos para sentirnos vivos.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: Los Ángeles Times
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