Son innegables las dificultades que nos esperan los próximos meses, pues el trabajo de muchos se ha visto interrumpido por la presente situación. Sabemos que las crisis sea el Coronavirus, el cambio climático o cualquier otro desastre afectan desproporcionadamente a las minorías y a aquellos en posición de vulnerabilidad.
A este último grupo pertenece la gran mayoría de la gente hace nuestra ropa, ya que carecen de asistencia médica adecuada y de licencia paga por enfermedad. Cuando alzamos nuestra voz para responsabilizar a las grandes empresas, nos volvemos parte de un cambio que dará lugar a un mundo más justo.
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Según estimaciones recientes de la ONU, la industria textil será una de las más afectadas por el efecto del Coronavirus alrededor del mundo. Solamente en Europa, ya se cuantifican pérdidas por encima de los 538.000.000 de dólares, seguido por mercados como el de Vietnam, Turquía y Hong Kong. En el contexto de nuestro país el tema resulta profundamente acuciante. A julio del año pasado, la industria reportaba US$528,3 millones por valor de exportaciones de acuerdo con ProColombia y se consolidaba en mercados como el estadounidense, mexicano y peruano.
La industria de la moda representa globalmente un pedestal para la economía y para países en desarrollo como Colombia, un motor fundamental para el crecimiento. Se sabe que solo en nuestro país, la industria contribuye con el 9.6% al PIB nacional.
En el caso colombiano se suma un factor adicional, Estados Unidos se ha convertido en epicentro de la enfermedad, situación que implica una gran desaceleración y transformación de la economía mundial y para nuestro país, un significativo impacto, ya que Estados Unidos es el principal mercado de los textiles y la indumentaria colombiana. Ventas que en 2018 alcanzaron los US$227 millones y que actualmente representan el 40% de las exportaciones del sector. Una mirada minuciosa sobre esta situación, aunque nos llene de desconsuelo, debe provocar una profunda revisión sobre nuestras prácticas y dinámicas; una aproximación generosa y justa con quienes trabajan más y reciben menos.
Alrededor de todo el mundo se están presenciando cierres masivos de talleres y fábricas, clausuras ocasionadas por la situación de sanidad o por la disminución de demanda y materia prima. Este fenómeno impacta profundamente a trabajadores y trabajadoras, quienes ya adolecían de condiciones laborales poco dignas y que ahora se enfrentan a despidos sin indemnización o licencias no remuneradas.
Ante esta contingencia, la industria debe realizar profundos cuestionamientos; pero, sobre todo, debe replantear su relación con proveedores, productores y consumidores. Es necesario garantizar condiciones idóneas en las operaciones en fábricas y talleres y el cuidado sobre los trabajadores principalmente mujeres del sector.
En muchos países el cierre temporal de estos espacios es y será obligatorio y aquello debe generar un redoblamiento de los cuidados a las empleadas, quienes históricamente han sido los eslabones más débiles y marginales de la cadena de suministro.
Sabemos que esto implicará un esfuerzo gigante por parte de los empresarios, un gesto que parece imposible en plena crisis; pero esta coyuntura puede convertirse en un momento bisagra: la oportunidad de modificar las prácticas que por años han violentado sistemáticamente los derechos de las trabajadoras y trabajadores de la industria y han conmocionado el medio ambiente. Solo así será posible lograr ser un sector sostenible y renovar la mirada de los consumidores, quienes definitivamente verán con otros ojos al fenómeno de la moda cuando esta contingencia finalice.
Por: Ing. Michael Dueñas
Instagram: @michaelenginner888
Imagen: valoraanalitik.com