Hace ya par de semanas que se conoció la noticia sobre la captura de una avioneta en la isla de Providencia. La aeronave, que estaba cargada con casi media tonelada de cocaína en su interior, resultó ser propiedad de una empresa que codirige el esposo de la comediante Alejandra Azcarate. De inmediato, y en un giro socarrón de los acontecimientos, típico en la cotidianidad convulsa de este país, se hizo leña de la precipitada caída de la imagen de la actriz, que parece haber cosechado de golpe la ranciedad que sembró durante años con su repelente bufonada ¿Se merecía el desmedido calibre de las reacciones a su inusitada “tragedia”?.
La respuesta sencilla sería no. La humorista no tiene relación directa con Interandes Helicópteros SAS, empresa de la que Miguel Jaramillo es socio, por lo que incluso en caso de que se halle alguna responsabilidad por parte de quienes dirigen la compañía, Alejandra Azcárate sigue sin tener compromiso con el hecho que es materia de investigación por parte de las autoridades presuntamente pertinentes, pero esto lo saben perfectamente los individuos que se han lanzado sin clemencia a las redes sociales para burlarse de ella ¿Entonces cuál es el problema con Azcárate?.
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El motivo principal de la reacción de la gente ante el caso de la avioneta, es principalmente la animadversión que despierta la figura de Azcárate, un personaje construido a pulso y que ha sabido nutrirse del resentimiento y la discriminación para hacerse un nombre dentro de los medios de comunicación, una estrategia malsana que ha derivado en que el público la ame y la repudie a partes iguales, de manera pasional. A lo largo de su carrera, la presentadora, actriz y comediante no ha perdido oportunidad para resaltar que es una mujer sin complejos a la hora de expresar lo que piensa, actitud que ella considera una de sus mayores virtudes, aunque en la mayoría de ocasiones solo actúa de manera prejuiciosa, procaz y ruin.
Un artista de cualquier clase debe saber que existe una responsabilidad al crear contenido, y aunque la interpretación final de una obra no es la función principal del autor, hay una carga, positiva o negativa, en todo aquello que se configura como un producto cultural, trátese de rutinas de comedia, películas, música o incluso videos para Youtube. Esto no quiere decir que los creadores deben hacer una ronda previa de autocensura al lanzar sus trabajos, más bien se debe tener siempre presente que las reacciones de las personas son proporcionales a aquello que se establece como idea dentro de una obra, así que no se puede culpar a la audiencia por comentar su opinión al respecto, o señalarlos por no entender la intención de lo dicho.
Esta premisa parece ser la que no comprende Alejandra Azcárate, quien en una entrevista con Julio Sánchez Cristo en La W – quien estuvo presto a brindarle un espacio para defenderse públicamente en un medio de alcance nacional, beneficio que no muchos tienen – aseguró que las personas la estaban acusando injustamente – algo que es parcialmente verdad – y que los usuarios de las redes no tienen derecho a pasar por encima de su dignidad y dolor particular. Una declaración como mínimo contradictoria, teniendo en cuenta que gran parte del material que genera para su comedia hace precisamente eso, obviar lo que los demás puedan sentir, burlándose del aspecto físico y psicológico del otro, de su condición social, de sus gustos, etc.
La comedia es contexto. No existen leyes inamovibles ni temas intocables, todo se trata de leer el momento y hacer que lo que se diga en el escenario tenga la única intención de divertir, de entretener a un público que entra en esa singular complicidad que demanda el humor. Esa es la responsabilidad de la comedia, es hacerle entender a las personas que hacer reír no consiste en ofender sin más por hacerse el irreverente. El riesgo de acostumbrar a la audiencia a este tipo de obras radica en la reciprocidad de la comunicación, en el resentimiento que se esconde en los corazones de los persuadidos por el prejuicio que fue compartido en primera instancia, y que vuelve sin piedad alguna para extenderse en forma de intolerancia. Ese es el problema con Alejandra Azcárate, quien ahora tiene que convivir con los resultados, merecidos o no, de no entender la comedia.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: Semana.com
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