El 24 de junio la revista digital Volcánicas, un medio independiente feminista, publicó un reportaje con las denuncias de 8 mujeres que aseguran haber sido víctimas algún tipo de abuso sexual por parte del reconocido director Ciro Guerra. Luego de conocidos los testimonios las redes han expresado su apoyo a ambas partes del espectro tratando de ratificar la culpabilidad no probada o la incomprobable falsedad de los testimonios de las víctimas. Y es que parece que las discusiones ahora apuntan a eso, a determinar un culpable, a crucificar a alguien, por mártir o por villano. Parece que poco a poco los diálogos se van extinguiendo en medio de la cultura de la cancelación.
Primero una explicación corta. La cultura de la cancelación es propia pero no única de los tiempos modernos de la comunicación digital. Antiguamente, ante la ausencia de la inmediatez que facilitan las redes sociales en la actualidad, cualquier persona, famosa o no, que hiciera comentarios o llevara a cabo acciones reprochables para la comunidad tenía a su favor que las réplicas a sus expresiones no tenían lugar a los pocos minutos. Antes se debía esperar que un medio tradicional procesara la información, y comúnmente, que algún espacio sensacionalista publicitara el hecho en cuestión. Luego de esa primera emisión y ya habiendo pasado un tiempo prudencial los mismos medios recogían las reacciones de indignación de las personas hacia quien sea quien fuese la persona implicada. En la actualidad, este proceso es directo, sin intermediarios y las respuestas negativas hacia alguien ocurren casi en simultáneo con el acto polémico.
Ejemplo de ello fue el caso que enuncié al inicio de este espacio. Ocho mujeres que pertenecían o estaban relacionadas de alguna manera al círculo de la industria audiovisual, permitieron que a través de un reportaje, realizado por las periodistas Catalina Ruiz-Navarrro y Matilde de los Milagros, se divulgarán los testimonios que relatan episodios en los que presuntamente el director de cine colombiano Ciro Guerra habría abusado sexualmente de ellas. Las reacciones no se hicieron esperar y en este caso particular se convierten en una pieza más del caso denunciado.
Las historias de las víctimas en conjunto con una descripción de allegados a estas mujeres en las que aseguran también tener conocimiento de los delitos cometidos en contra de sus conocidas, son minuciosas y reconstruyen de manera vívida el suceso. Pero en su contra tienen que ninguna de las afectadas presentó de manera formal su caso ante la justicia, e incluso algunas de ellas continúan sin querer hacerlo, dada la revictimización a la que se verían sometidas por parte del público, porque ahora sus relatos traumáticos serían puestos en boca de las personas que van a juzgarlas negativamente. Algo que habla muy mal de la visión que aún tenemos como sociedad de las denunciantes de un crimen. El mismo día en que se hizo público el reportaje de Volcánicas, el acusado, Ciro Guerra, manifestó a través de sus redes sociales que solo le restaba pedir disculpas a las personas afectadas y que emprenderían acciones judiciales para limpiar su nombre de lo que él asegura son “Horrorosas, mentirosas y malinterpretadas” acusaciones en su contra.
Como era de esperar, las reacciones más tempranas estuvieron encaminadas a afirmar que en efecto el director era culpable, a pesar de que aún se desconoce la veracidad y fidelidad de los relatos. Esta reacción fue replicada por todos aquellos que se declaran simpatizantes del movimiento feminista y la lucha por los derechos de las mujeres. Y aunque su postura es entendible e incluso necesaria, no se puede pasar por encima del derecho de la presunción de inocencia en el que se basa todo sistema judicial y que hace parte de las reivindicaciones de los derechos humanos. La justicia no es ni debe ser un elemento para vengar el dolor personal, no es un escenario para el revanchismo de ninguna causa por justa que esta sea. Ya que el objetivo de la justicia es la de proteger a las víctimas y hacer que los responsables las reparen, no es una cacería humana para quemar la vida y obra de alguien, porque dentro del concepto de justicia, el conocimiento de la verdad es una parte fundamental y hasta que esta no se conozca, es moral y jurídicamente reprochable adjudicarle toda la culpa a un sujeto sin la oportunidad de defenderse, así como también es irresponsable descartar las denuncias de una posible víctima sin detenerse a analizarlas.
Y es que en el otro extremo se ubican todos los que se colocaron al lado de la defensa del director, quienes rechazan la idea de que una persona tan humana como todas haya podido cometer tan terrible delito. Dicen que este reportaje no es nada más que un montaje del “feminazismo” de las autoras que buscan arrasar con todo a su paso en su lucha contra un patriarcado opresor invisible. Este punto de vista es ingenuo a la par que maligno. Intentan desacreditar los testimonios atacando a quienes hacen públicas las denuncias, labor nada fácil en medio del ostracismo que deben enfrentar las mujeres que sufren algún tipo de abuso sexual en un mundo que desprecia a la víctima y al victimario casi en iguales proporciones, como si importara la procedencia a la hora de juzgar un hecho. Interceder por una persona que no sabes si es responsable o no de cometer delitos como los son el acoso o la violación, despojando de cualquier tipo de credibilidad a una posible víctima es una de las razones por las que se perpetúan dichas conductas en nuestra sociedad. La violencia con la que se responde ante una denunciante desincentiva la voluntad de levantar la voz para hacerlo público y se corre el riesgo de mantener su caso en la más dolorosa impunidad. Si tanto defienden el correcto proceder de la justicia no deberían ver con malos ojos que se conozcan las denuncias, por el contrario, se debería facilitar su investigación para conocer la verdad y determinar la manera que ocurrieron los hechos para asegurar que no se cometan injusticias.
Además estamos cayendo en el error de dividirnos entre los buenos y los malos a la hora de analizar cualquier hecho relevante en nuestra sociedad. Claro que Ciro Guerra es un director que ha logrado posicionar su nombre y estilo en los altos círculos del cine en el mundo, pero ello no lo hace un ser de luz incapaz de cometer también los más atroces actos, eso es ingenuidad, prejuicio hacia las víctimas y negar las capacidades comprobadas del ser humano para el bien y para el mal. Pero tampoco, el hecho de la existencia de las denuncias comprueba tajantemente la comisión de un delito. La defensa de la injusticia no debe convertirse en una.
La respuesta no es cancelar a todos, a Ciro por su presunto abuso, o a las víctimas y las autoras del delito por ser feministas. No es necesario tomar posiciones extremas que solo agitan una discusión desviando la atención de lo que es realmente importante, conocer las versiones y buscar que se garantice un juicio justo en el que se pueda conocer la verdad, porque es en el conocimiento de la verdad, entera y sin manipulaciones, donde se encuentran las reflexiones para cambiar lo que no nos gusta de nuestra sociedad, no en nuestra manía de buscar siempre llevar agua a nuestro molino que solo nos lleva a perpetuar las narrativas de buenos y malos que nos llevan a esta espiral de violencia sin fin que llamamos con amargo cariño Colombia.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: Archivo Particular
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