La muerte de Carlos Holmes Trujillo permitió conocer el límite de la empatía del grueso del país. El fallecimiento del ministro produjo reacciones que tal vez no se correspondían con el momento.
Los cuestionamientos válidos hacia la figura política deformaron la noticia de su muerte, en medio de la incesante riña por el poder y el control de la narrativa histórica, vuelven a ser frágiles los cuerpos de quienes dejan la vida, manipulados en beneficio de todos los bandos en disputa política. Una altanería reprochable manifestó su desacuerdo con la idea de la consideración a la familia del muerto, a sus allegados, e incluso a quienes proponían, desde una tímida neutralidad, algo más de empatía con el recién fallecido, y desde el gobierno vuelven a dejar ver el egocentrismo con el que ejecutan su controvertible mandato.
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No se puede culpar a quienes veían con encono a Holmes Trujillo. Sus constantes desaires a las voces que pedían un resarcimiento y disculpas por parte de las fuerzas del Estado por el incumplimiento de su deber en la protección de la vida son más que reprochables. Los muertos y los heridos, los huérfanos y afectados, todos ellos insultados por una actitud indigna de quien dirigía la institución encargada de velar por la seguridad de los ciudadanos a los que lastimaron sin miramientos.
Sin embargo, la actitud reflejada por cientos de personas hacia la muerte del ministro fue menos que digna. Y no me refiero a los comunes memes en los que se hace mofa del fallecimiento de Holmes, estos por lo menos tienen la intención de hacer reír a través de sus montajes, comparaciones e imágenes, un cruel uso de la creatividad que no pasa de ser una burla para capitalizar los me gusta y el tráfico que les puede generar un acontecimiento de actualidad como este.
Las reacciones que considero realmente mezquinas son aquellas en las que las personas exteriorizaban con total sinceridad no solo la ausencia de pesar alguno por la muerte del político, además cuestionaban si había razón para sentir pena por esta pérdida, una expresión carente de la empatía que desde este mismo sector ideológico se le exige a la opinión pública por otras pérdidas humanas. Un discurso incoherente que no soportó ni siquiera el día del fallecimiento de un ser humano para dejar en clara la antipatía para con su opositor político.
Esta actitud de muchas personas a través de sus redes sociales y las manifestaciones posteriores del gobierno son una muestra de nuestra realidad social, un país insensibilizado ante la muerte que prioriza ciertas muertes por encima de otras. Señal de ello fue la declaración de tres días de luto nacional por parte del gobierno de Iván Duque. Un fuerte golpe a las más de 50 mil víctimas mortales que ha dejado el coronavirus en Colombia. Fue apenas con la muerte de un hombre perteneciente al gabinete y cercano del presidente, cuando el Estado consideró a las víctimas de la enfermedad como algo digno del duelo generalizado de la nación.
Nuestro gobierno se maneja mal ante las necesidades de la gente, y la sociedad no responde con la misma altura que le demanda a sus autoridades. Un vergonzoso tire y afloja entre los opuestos que esperan imponer su deseo violento sobre los cuerpos frágiles de los muertos, todos nuestros muertos. La profanación del luto del otro, el peso variable de los fallecidos, víctimas o fiambre según nos convenga, todos vestigios de la necesidad profunda de perdón de una sociedad implacable con sus prejuicios y rencores.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: El Tiempo
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