De nuevo las palabras interpretadas a la ligera generan una polémica innecesaria, es el triste destino del mediocre periodismo moderno, que cuando intenta señalar fallos expone las costuras de su ignorancia, una costumbre reiterada en esta actualidad que demanda tráfico a costa de la explotación de las nimiedades, los egos y la moral de una audiencia ávida por opinar, incluso, de aquello que desconoce. El uso de las groserías en sus redes sociales y su declaración sobre la estética erótica de las drogas, dichas por Carolina Sanín, han sido utilizadas por medios de comunicación que pretenden establecer la moral como el único criterio válido para la crítica.
Los malentendidos en redes sociales son pan de cada día. No pasa una sola jornada en la historia de esta nueva normalidad sin que aparezcan nuevas discusiones en las que todos quieren participar. Todo es susceptible de convertirse en el objeto de las más feroces críticas de millones de desconocidos, una situación a la que Carolina Sanín parece estar habituada a fuerza de repeticiones. Ahora unas declaraciones suyas, que fueron sacadas de contexto y que no se han abordado correctamente, le han significado un nuevo asedio mediático, en esa rutina que parece, como ella lo ha descrito en sus propias palabras, una adicción a dar explicaciones a un público que no quiere oírlas.
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La escritora colombiana Carolina Sanín, no es solo una académica conocedora del lenguaje, además es una usuaria relevante con un sentido crítico poco habitual entre esas huestes poco empáticas que habitan las redes sociales, aunque en esta ocasión es distinto, dado quien origina la polémica. El primer intento por trivializar fue de la revista Semana con la publicación de una nota que rezaba así: “Carolina Sanín invita a ver su programa en Canal Capital a punta de groserías”. El titular no dice ninguna mentira, pero es tendencioso y con una clara intención política, pues el artículo iba acompañado de una fotografía donde no solo figuraba Carolina Sanín, sino que además sumaban imágenes de Claudia López y Santiago Rivas, claros rivales políticos de la nueva posición editorial instaurada en el medio por su nueva directora, Vicky Dávila.
El segundo caso lo generó La FM, que en su portal de noticias publicó: “A Carolina Sanín la droga le parece sexy y le atraen las personas que se drogan”, donde ponían de manifiesto una presunta falta a la moral y las buenas costumbres de un país que se niega a reconocer sus adicciones y que veía en las declaraciones de la escritora una imperdonable falta de respeto a ese imaginario irrenunciable de una Colombia cándida y victimista.
Luego Sanín intentó, una vez más, aclarar a través de un video aquello que ya había explicado en su programa pero que fue ignorado por los críticos que lo vieron. Allí expresó su repetida atracción por personas drogadictas y esa aura de plasticidad y sexualidad que rodea, simbólica y físicamente, el consumo de sustancias psicoactivas, terminando su intervención con una afirmación tan cierta como la primera: Su amor por el lenguaje le genera la necesidad de dar explicaciones, inclusive a quienes no están dispuestos a entender o contemplar sus argumentos, porque, así como ella es adicta a justificar lo dicho, quienes la juzgan son adictos a la moral y a su visión limitante de la política.
Es precisamente esa visión de país, negacionista y excluyente, la que ahora parece dirigir la agenda de algunos comunicadores y que pretenden, desde esa trinchera privilegiada de los grandes medios, mantener esa narrativa ultra conservadora que condena el deseo y que censura las discusiones sobre ese gran elefante en la habitación que es el disfrute del cuerpo y sus sensaciones, sumado a esa posición antiguada y mojigata que prohíbe el uso de palabras mal sonantes porque consideran que estas hacen que un argumento pierda validez.
Colombia tiene pendiente esa necesidad de discutir sobre las drogas, de tener un punto de vista diferente al que se ha utilizado por más de cuatro décadas para enfrentar un asunto al que no le hemos encontrado la vuelta, y que ha su paso ha dejado incontables muertos, mientras que nuestros gobiernos siguen empecinados en esa absurda guerra insuperable contra el narco que ha dado pocos resultados positivos. Que Carolina Sanín se refiera a ese elemento atractivo de la clandestinidad y la prohibición que hay en las drogas, es un paso lógico de una sociedad que necesita madurar para atender el problema como lo que es, un asunto de salud pública. Sus reflexiones son, hoy más que nunca, imprescindibles y no pueden ni deben ser interrumpidas por los caprichos moralistas de unos medios que se rehúsan a aceptar que no vivimos más en el siglo XIX y que una mujer puede decir groserías y seguir siendo brillante, aunque esto les duela en sus egos masculinos. Debemos hablar, de una vez por todas, como putos adultos.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: Las 2 Orillas
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