Las medidas de cuarentena parecen extenderse sin límite visible. Cada nueva regla en cada nuevo día va redibujando la línea que define lo normal. Los pasos hacia al frente no son opción cuando el presente devora el camino. ¿Cómo volveremos lo andado en este camino de emergencia sobre el que construimos nuestra nueva cotidianidad?
Mirar hacia atrás sirve para dimensionar el recorrido realizado, para ver lo que hemos hecho y procurar un aprendizaje de ello. En medio de la confusión de los tiempos que nos toca vivir, debemos añadir otro factor a la ecuación, el regreso. La pesada costumbre no se extraña hasta que nos incomoda su ausencia, hasta que miramos hacia atrás. Despojados de la protección que nos da la certeza de una vida cíclica, y cobijados por la más real de las incertidumbres, la idea del regreso es algo que nos hace pensar, aunque sea un poco, en el rumbo que debemos tomar cuando se nos permita el andar libres de nuevo. ¿Hacia dónde caminaremos cuando la voluntad nos pertenezca otra vez?
Mucho se ha especulado sobre los efectos que esta pandemia tendrá sobre nuestra sociedad. Pero las señales de la permanencia de nuestra brutalidad se manifiestan todos los días. Hace poco en un pueblo obligado a vivir en la miseria protagonizó una tragedia con un mismo origen y fin. El dolor de la necesidad que perfora los intestinos obliga a tomar medidas, no siempre correctas, pero siempre necesarias. Hubo quienes culparon a la desidia de los soberanos, otros, en cambio, responsabilizaron la inconsciencia colectiva. Otra vez eran dos bandos, los buenos y los malos, el blanco contra el negro, un extremo sobre otro. Otra vez perdimos el rumbo, nos extraviamos en las formas, y divagamos por las ramas de una discusión que debería girar en torno a los protagonistas, no en la frustrante distracción del espectador enceguecido por tener la razón.
No hemos reflexionado lo suficiente en medio del parón y la crisis. El activismo digital no se cansa de demostrar su incapacidad. No hay tragedia que logre traducir en acciones la buena voluntad expresada en muros e historias de redes sociales. Izquierda, derecha, centro, y demás etiquetas mezquinas solo logran coincidir en la violencia que ejercen para defender sus trincheras ideológicas sin humanidad. Aún desconozco la razón que hace que todo movimiento político, por noble que sea, se encarga de crear un halo de repelencia que logre discriminar a otros seres humanos que piensan distinto. El gobierno lo hizo oficial pero nosotros ya vivíamos en cuarentena desde hace muchos años. Encerrados en nuestros sesgos de confirmación, empecinados en tener la razón aun cuando no, tirando la llave del diálogo a la basura por nuestra codicia personal.
Algunos afirmaban en el inicio de la emergencia que este escenario nos iba a obligar a ser mejores personas y a escoger mejor nuestras prioridades, como si la historia no estuviera llena ya de catástrofes estériles.
Lo preocupante de los tiempos que corren es que la decisión sigue siendo nuestra. Con el historial de parcialidad en nuestra memoria histórica, y a pesar de haber demostrado con creces que nos interesa más preservar el bien particular sobre el común, continuamos con el discurso de la equidad social y aspiramos a un sistema ligeramente más justo. Son las utopías las que nos hacen creer que es posible un mundo mejor, pero son las personas que nos rodean las que nos dan fuerza en medio de la adversidad. Y es por el entendimiento y la empatía real, no en la lástima o compasión momentánea de la desgracia, donde podemos encontrar un camino para andar, ojalá, hacia adelante, no volvamos a la normalidad enajenada, escojamos no volver a lo mismo de siempre cuando nos regresen la oportunidad de poder hacerlo, que no nos gane la nostalgia de nuestros privilegios.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: Archivo Particular
*Las opiniones expresadas no representan la posición editorial de Zona Captiva. Es responsabilidad exclusivamente del autor.