Somos un medio de comunicación independiente cuyo propósito siempre ha sido y será mantener informados a nuestros lectores con las noticias más relevantes del país y el mundo, ayúdanos a mantenernos y a crecer para poder seguir compartiendo noticias y artículos de interés a diario.

Nos puedes ayudar desde $1.000 pesos colombianos

Cuando todos seamos doctores

Share on facebook
Share on twitter
Share on whatsapp
Share on email
doctores

En el mundo aún persiste la creencia de que quien más estudia, mejor le irá económicamente. Y aunque es innegable la importancia que la educación tiene en contextos llenos de adversidad como el colombiano, la atribución desmedida de características positivas a este elemento es un engaño más de la sociedad de consumo, y una barrera difícil de superar si se quieren lograr cambios reales en sociedades abismalmente desiguales, donde incluso quienes logran permitirse la entrada a la educación reciben una determinada orientación según su nivel socioeconómico, lo que hace surgir una pregunta: En un mundo con un incremento en el acceso a formación profesional ¿Qué pasaría cuando todos seamos doctores?.

Le puede interesar: La presencialidad escolar en los tiempos del Covid-19

A pesar de ser una promesa constante en los gobiernos de países con brechas sociales insalvables – como en la gran parte de las sociedades latinoamericana -, la experiencia y los estudios se han encargado de demostrar que no existe una garantía de superación de la pobreza o de movilidad social para aquellas personas que adquieran un mayor nivel académico, más bien, es una situación invertida, quienes provienen de contextos privilegiados y con condiciones que favorecen el aprendizaje (Mejor alimentación, ambiente familiar estable, acceso a material pedagógico) consiguen sacarle un mejor provecho a la enseñanza que reciben, lo que deja en una situación de desventaja a las personas que provienen de ámbitos hostiles y que exigen atención en otras dimensiones ajenas a la formación estudiantil.

Esto no quiere decir que no se deba exigir a los políticos una mejor educación, por el contrario, se deben demandar mejores condiciones para el entorno de quienes se educan, pero sobre todo, se debe ser concientes del papel que cumple el estudio y la adquisición de conocimientos en el desarrollo de competencias ciudadanas, que aunque no impliquen una mejora inmediata en la posición económica de las personas, se traducirán posteriormente en mejoras circunstanciales, ciudadanías bien informadas tomarán mejores decisiones de vida, como lo pudo demostrar el estudio realizado por la UNESCO en el año 2002, donde se evidenció que las personas con más estudios lograron extender por varios años su expectativa de vida.

Y aunque este último es un aspecto positivo, la mejora progresiva en la promoción de la salud en la población no es el principal reclamo usado por las academias para atraer estudiantes. De fondo, la promesa de venta de la formación académica – que se ha constituido como un producto más, ejemplo de ello es la diversificación de precios y niveles de los centros educativos – es la reciprocidad económica y el retorno de la inversión. En medio de un sistema capacitista fundamentado en la competencia de los mercados, el capital humano de las industrias debe someterse a un escrutinio constante de sus conocimientos, de sus títulos y certificados, creando una tendencia inflacionaria en la que solo aquel que logre acceder a los niveles más altos de formación será el que finalmente acceda a mejores remuneraciones salariales, esferas que naturalmente serán alcanzadas por quienes tengan mayor capacidad económica previa, perpetuando así la desigualdad en un sistema presuntamente meritocrático.

La transformación del paradigma de la educación de necesidad para la evolución de las sociedades a bien de consumo aspiracional, hace que inevitablemente las especializaciones, maestrías y doctorados sean cada vez menos accesibles para el ciudadano promedio que debe optar por adquirir conocimiento de fuentes menos confiables o de menor reputación académica, lo que devendrá naturalmente en peores remuneraciones que sus pares que ya eran más ricos, y que podrán obtener cargas a los que se accede por ser parte de los círculos excluyentes de la elite académica.

Pero seguramente una de las más grandes ingenuidades que se cometen al pensar en educación, es creer que si se hace posible un acceso universal gratuito a este recurso, la pobreza sería eliminada de nuestra sociedad. Ignoran, como la mayoría lo hacemos comúnmente, que la naturaleza de la existencia del carenciado es utilitaria, quienes al final triunfan y logran acumular un mínimo de riqueza posiblemente no están dispuestos a ejercer las tareas que son llevadas a cabo tradicionalmente por los menos favorecidos, como los servicios del aseo o labores de manufactura. El pensamiento consuetudinario del libre mercado no nos orienta a estudiar para que haya menos pobres, sino para que tu mismo no lo seas, no es superación, es supervivencia, y en este sistema de vencedores y vencidos, cuando todos seamos doctores, los pobres al final seguirán siendo los mismos.

Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: Unicef
*Las opiniones expresadas no representan la posición editorial de Zona Captiva. Es responsabilidad exclusivamente del autor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *