Lo entendimos todo mal. Desde temprana edad nos enseñan a tener un horario y acogernos a él. Desde el colegio nos infunden un respeto especial por las tareas y en contraposición, temor al desprestigio que producía incumplir con los trabajos, una educación terriblemente pobre. Nos basamos en el miedo y la presión social de ser juzgados negativamente para enseñarles a las personas sobre responsabilidad, y cuando eso ocurre obtenemos las sociedades que tenemos, ciudadanías que le temen a ser descubiertos mientras infringen la ley no a la ley en sí misma. Y es un falso valor con el que regimos varios aspectos de la vida, incluso nuestro quehacer profesional.
El miedo y vergüenza nos guía muchas veces a lo largo de nuestra vida laboral, cumplimos por el miedo de ser juzgados por los demás como personas menos productivas, y por ello, perder nuestro trabajo, y en principio no está mal cumplir, el problema es la tendencia actual de llenar nuestro tiempo libre, de optimizar hasta el último segundo de los días para hacer de ellos algo más profundo, una constante en el universo laboral, que equivoca su interpretación de la entrega confundiéndola con el sacrificio
Dentro del mundo empresarial está muy bien valorado el trabajador que emplea más horas de habituadas a su labor, relacionándolos como personas más productivas, cuando es lo contrario, las empresas e industrias más productivas son aquellas que logran cumplir sus objetivos dentro del tiempo planeado, las labores que deben cumplirse fuera de este tiempo (a excepción de los improvistos de cualquier tarea) significa que estamos abarcando volúmenes de trabajo para los que no estamos preparados o bien puede ser que el trabajador no sea 100% capaz. Quedarse tiempo extra en la oficina si no se es el gerente es pura falta de planificación estratégica y raya en la esclavitud moderna.
Le entregamos más de lo necesario a nuestros trabajos pero ahí no paran nuestras malas costumbres. Porque la sobrecarga laboral no es un vicio exclusivo de nuestros sitios de trabajo, y como casi todos nuestros vicios, dejamos que nos atormenten en casa.
La era de la información ha traído consigo toda una variedad de oficios nuevos. La transformación digital también ha invadido el tiempo de ocio y lo ha hecho evolucionar. Ya el tiempo libre debe ser puesto al servicio del crecimiento personal, de la realización laboral, del emprendimiento. Por supuesto que está bien querer mejorar quienes somos y querer seguir aprendiendo, lo malo es penalizar a los demás por no querer hacerlo. A través del mismo miedo y la vergüenza social se juzga a las personas que quieren que su tiempo libre sea libre, que quieren emplear los instantes de los que dispongan de sus hobbies o de entretenimiento vacío y sin ninguna trascendencia.
En medio de una actualidad convulsa que viven nuestras sociedades ultra productivas, han empezado a destacar las patologías psicológicas derivadas del ritmo invivible de nuestra modernidad. La necesidad de estar siempre por encima de las expectativas de quienes nos rodean se ven amplificada por la conectividad y las redes sociales que permanentemente intenta persuadirnos con las innumerables casos de éxito y emprendimiento construido de la nada. Tenemos un miedo constante a no ser suficiente para alcanzar las decenas de metas y propósitos que establecemos basados en nuestros ciudadanos ejemplares como si todos estuviéramos equipados con lo necesario para entregarnos 24/7 a una causa invisible que nos llama, pero en muchas ocasiones no es así y no debe de serlo.
Muchas personas padecen de cuadros de ansiedad y depresión en parte motivados por la presión invisible que cargamos desde niños de cumplir con la tarea, de estar con los demás y no ser mirados como el irresponsable que utilizó el tiempo libre para descansar, y eso a todas luces es injusticia, esa que esta tan de moda señalar. Hay que tranquilizarnos, bajar el ritmo, repensar nuestros propósitos ahora que disponemos del tiempo y definir si queremos realmente eso por lo que tanto trabajamos o si mejor nos dedicamos a ese arte tan poco valorado de no hacer nada, que parece lo único sensato en estos tiempos.
Por: Juan Ramírez
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