En las últimas semanas, un fenómeno inusual ha capturado la atención de los colombianos, más allá de la típica indignación digital o la efervescencia pasajera de las redes sociales. Se trata de la controversia entre Frisby S.A. BIC, la emblemática cadena de pollo frito fundada en Pereira hace más de cuatro décadas, y una empresa homónima registrada en España, Frisby España S.L., que ha replicado nombre, logo, colores y hasta el concepto publicitario. A primera vista, parecería solo una disputa de marcas. Pero en el fondo, esta controversia revela algo mucho más profundo: el valor de la identidad, la fragilidad de los derechos de propiedad intelectual en el contexto internacional y la fuerza del marketing emocional.
Según información publicada por Semana, Frisby España S.L. asegura ser la propietaria legal de la marca en Europa, y afirma haber seguido los trámites pertinentes para registrarla. No obstante, lo que está en juego no es solo un registro ante la oficina de marcas de la Unión Europea, sino el aprovechamiento de la reputación, estética e historia de una empresa colombiana sin autorización ni vínculo alguno.
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Desde Colombia, Frisby ha sido clara: no tienen operaciones en Europa ni han dado permiso a nadie para usar su imagen corporativa. “Nos parece injusto y lamentable que se explote comercialmente algo que ha costado décadas de esfuerzo y cariño construir”, han expresado voceros de la empresa.
Lo curioso, y a la vez inquietante, es que la legislación de propiedad intelectual internacional puede jugar en contra de quienes no registran sus marcas globalmente, incluso si son sus legítimos creadores. En este caso, la falta de registro en territorio europeo ha sido aprovechada para argumentar legalidad en el uso del nombre y símbolos de Frisby.
En otro país, esto tal vez se hubiera quedado en el plano legal. Pero en Colombia, Frisby es mucho más que una marca de pollo. Es una empresa nacida en Pereira en 1977, reconocida por su innovación al introducir el concepto de “pollo frito para llevar” en el país, su compromiso con el bienestar de sus empleados, su expansión nacional sin perder el acento local y su capacidad de mantenerse vigente generación tras generación.
No es extraño, entonces, que la reacción haya sido visceral. En redes sociales, miles de usuarios han manifestado su apoyo bajo la etiqueta #YoSoyFrisby, y grandes marcas como Crepes & Waffles, KFC, Ara, D1 y Juan Valdez se han sumado al respaldo con ingeniosos mensajes como “Nos damos aPollo” o “Esto no se copia, se respeta”, como destaca El Espectador.
Este respaldo no es solo una estrategia de marketing cruzado; es un acto de afirmación cultural. En un mundo donde las grandes marcas globales a menudo uniforman los gustos y estilos de vida, Frisby representa lo nuestro, lo que sabe a casa. Por eso, cuando alguien más intenta apropiarse de eso sin contexto ni historia, el país entero lo siente como una ofensa.
Desde el punto de vista publicitario, este episodio se ha convertido en un caso de estudio. Lo que comenzó como una disputa legal se transformó en una campaña emocional y orgánica. Como analiza El Tiempo, el respaldo de la opinión pública y de otras marcas ha tenido un valor incalculable para Frisby. Sin pagar un solo peso en pauta, lograron conectar con la emoción nacional, generando recordación, empatía y orgullo.
Y eso es justamente lo que muchas marcas persiguen durante años con campañas multimillonarias: convertirse en parte del ADN emocional de sus consumidores. Frisby lo ha logrado en un momento de crisis, demostrando que el verdadero marketing no es solo publicidad; es coherencia, autenticidad y conexión con la gente.
Este caso deja múltiples aprendizajes. Primero, la necesidad urgente de que las empresas latinoamericanas —no solo grandes, también pymes— entiendan que el registro de propiedad intelectual no es un lujo, sino una medida de protección clave en tiempos de globalización.
Segundo, que la identidad de una marca no se construye solamente con nombres o logos, sino con valores, historias y confianza, y que eso no puede ser fácilmente replicado.
Y tercero, que las crisis también son oportunidades: Frisby ha demostrado que se puede responder con dignidad, creatividad y orgullo, apelando no a la rabia, sino a la conexión.
Porque cuando una marca logra que la gente la defienda como si fuera parte de su familia, no hay batalla legal que pueda arrebatársela del corazón de su gente.
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Por: Daniel Felipe Carrillo
Instagram: @felipecarrilloh1
Imagen: El Tiempo
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