El 10 de enero del 2025 se ha caracterizado como un día trágico en la historia republicana en el vecino país Venezuela, la larga e interminable lista de escándalos políticos, acciones antidemocráticas, violaciones a los derechos humanos, entre otras tan desagradables cosas que fácilmente caen en la lista de crímenes contra la humanidad, sólo espera seguir acumulando más y más hechos punibles.
La comunidad internacional ha reaccionado tibiamente como de costumbre, ha lanzado declaraciones, ha enviado promesas, asuntos, cartas, quejas, pero ha sido de lo más endeble en cuanto a autoridad se puede hablar: La Comunidad Internacional no es más que un papel que no sostiene nada, no defiende nada ni garantiza los derechos de nada ni de nadie.
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La sociedad funciona en un delicado equilibrio lógico, y éste equilibrio se sustenta en una constante toma de decisiones que se basan en en principio económico nada grotesco ni difícil de explicar: Cuánto me cuesta hacer algo, y cuánto me cuesta no hacerlo.
Por ejemplo, ¿cuánto te cuesta un helado de fresa?, ¿y si mejor te compras unas galletas cubiertas de chocolate?. La respuesta sería económica pero, ¿y si te digo que tienes que decidir entre comer postre o pagar el taxi de regreso a casa?, suena más difícil elegir una de las dos opciones cuando debes considerar los costos asociados a cada decisión. Pues a nivel global, y también a nivel estatal, cuando el costo de tomar una mala decisión es menor al de tomar una decisión correcta, pues se forman las autocracias y las dictaduras que todos conocemos a través de la historia.
El dilema que enfrenta la comunidad internacional actualmente es cómo hacerle frente a una situación que los mismos integrantes de la comunidad internacional han creado: Un monstruo autoritario que no tiene respeto ni por sus aliados políticos locales de la región, que no respeta las leyes internacionales, los tratados ni las instituciones del país que gobierna. Entonces, ¿reconocer al gobierno?, ¿no reconocer el gobierno?, y si no lo reconoce ¿mantener el status quo?, ¿aplicar presión política o romper relaciones diplomáticas, económicas y financieras con el país vecino?.
Es una difícil decisión tomando en cuenta que más de 60 países cuentan con comunidades venezolanas que han huido de la crisis, y Colombia contando con la mayor de ellas, cortar relaciones sería un modo de presionar al gobierno, pero la población sería quien sufra de primera mano (como si no lo hiciera ya), las consecuencias directas de un cierre a sus fronteras.
Difícil decisión, débil compromiso internacional, enclenque actuar de los organismos internacionales que tanto dinero nos sacan, y no logran sus objetivos.
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Por: Jean Carlos Guerra
Instagram: @jeanguerra.95
Imagen: Portafolio
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