Para nadie es un secreto que los políticos han usado al fútbol como herramienta de distracción durante algunas de sus horas más bajas de popularidad. Ejemplos existen de sobra, desde los conocidos casos del fascista Mussolini en el mundial del 34´ en Italia y del dictador Videla y el mundial del 78´ en Argentina, o sucesos más recientes como el patético proyecto de Ley presentado por congresistas que busca declarar al fútbol como patrimonio cultural de Colombia. Aunque en la actualidad entre el mercantilismo devorador y la danza de los millones de los grandes clubes europeos, la dimensión política del balompié está ad portas de lo que serán decisiones trascendentales para el futuro de este deporte. La prohibición de préstamo de jugadores de equipos europeos para venir a las eliminatorias en Suramérica son un preocupante síntoma de esto.
El fútbol se está transformando. Así nos lo demuestra el pomposo fichaje de Lionel Messi por el PSG, un equipo francés venido a más gracias a la inversión inescrupulosa de un magnate catarí que no es de medias tintas a la hora de demostrar su poderío económico. Personajes como Nasser Al-Khelaïfi (Presidente del PSG), Mansour bin Zayed Al Nahayan (Propietario del Manchester City), Roman Abramóvic (Propietario del Chelsea) o la sorpresiva entrada del grupo empresarial detrás de la bebida Red Bull (Dueños ya 4 de equipos alrededor del globo), son solo algunos de los nombres más sobresalientes de la nueva configuración del poder del que es el deporte más popular del mundo, una tendencia que ha atraído a inversores de orígenes diversos que se han propuesto romper con lo establecido, para bien y para mal.
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La decisión de los equipos de la Premiere League (seguramente la liga económicamente más fuerte del mundo) de no prestar jugadores para disputar partidos de las eliminatorias es una retaliación por la afrenta sufrida por parte de algunos de sus equipos que pretendían crear la Super Liga, una competición por fuera del poder legislativo de la UEFA y la FIFA, los dos estamentos más influyentes de la industria del fútbol. Esta determinación de los clubes ingleses, como no podía ser de otra manera, generó una respuesta por parte de Gianni Infantino, actual presidente de la FIFA, quien sancionó de vuelta a esos futbolistas que no asistieron al llamado de sus seleccionados nacionales.
Un enfrentamiento con similitudes de discrepancia entre facciones políticas, por un lado, el sector de los nuevos dueños del fútbol que quieren hacer del deporte su pasatiempo exclusivo y por el otro, una facción de tradicionalistas dispuestos a modificar las reglas del juego para no soltar el control de una industria multimillonaria.
Todo son represalias en orden de la disputa de quien se queda con la tajada más grande en el lucrativo negocio de la pasión futbolera, divino castigo para los millones de hinchas que alientan a sus equipos en el bien y en la adversidad, con una fe irrevocable y a la que acuden sin descanso los mercaderes de las televisiones, los anunciantes y todo aquel que conforma el círculo de consumo del balompié, inventando gastos que tendrán como destino final el bolsillo de uno de los escasos dueños del fútbol, ese hermoso arrebato privatizado por los mismos de siempre.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: Esquire
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