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El fútbol no puede seguir siendo sinónimo de violencia

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El fútbol no puede seguir siendo sinónimo de violencia
Imagen de: El Tiempo

Lo que debía ser un deporte que una pasiones y celebrar la competencia sana, hoy está marcado por un acto de barbarie que sacudió a Bogotá y al país. Un joven fue atacado, apuñalado y robado por presuntos hinchas del Atlético Nacional en un hecho que evidencia hasta qué punto hemos normalizado la violencia en torno al fútbol. Su único «error» fue portar una camiseta azul, símbolo de su equipo, Millonarios. Este incidente, lejos de ser un caso aislado, nos enfrenta a una realidad preocupante: el fútbol, ​​en lugar de unirnos, está siendo secuestrado por el odio irracional.

El problema no es el deporte en sí, sino la cultura de intolerancia y violencia que lo rodea. En Colombia, ser hincha de un equipo no siempre significa disfrutar del juego, sino enfrentar hostilidad, discriminación y, en los casos más extremos, el riesgo de perder la vida. La rivalidad entre equipos se ha desbordado hasta convertirse en un enfrentamiento personal, donde portar ciertos colores o pertenecer a una barra brava implica exponerse al peligro. Pero el fútbol no es una guerra, y el rival no es el enemigo.

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El caso de este joven nos recuerda las cifras alarmantes de violencia asociada al fútbol. Según informes recientes, los enfrentamientos entre hinchas han cobrado numerosas vidas en el país, generando miedo y desconfianza entre los ciudadanos. Lo que debería ser una fiesta deportiva ha degenerado en un campo de batalla, alimentada por el fanatismo extremo y la falta de acciones contundentes por parte de las autoridades y los mismos clubes.

Detrás de este problema se esconden fallas estructurales. La falta de educación en valores como el respeto y la convivencia refuerza un ambiente donde el «otro» es percibido como una amenaza. Los clubes de fútbol, ​​que tienen un alcance e influencia inmensos, han fallado en liderar campañas efectivas para frenar esta violencia. Por su parte, las autoridades, aunque reaccionan con medidas de seguridad en los estadios, no abordan el problema de raíz. ¿Dónde están las políticas educativas, las iniciativas de diálogo y los esfuerzos por transformar el entorno cultural del fútbol?

Más allá de las acciones inmediatas que deben tomarse, como la identificación y sanción de los responsables de este ataque, la solución requiere un cambio cultural profundo. Los equipos tienen la responsabilidad de liderar un cambio que trascienda lo deportivo. Esto implica educar a sus hinchas sobre el verdadero espíritu del fútbol, ​​promoviendo mensajes de respeto y tolerancia. También necesitan trabajar de la mano con las barras bravas para que estas sean parte de la solución y no del problema.

Sin embargo, el cambio no puede venir solo de las instituciones. Como sociedad, debemos cuestionarnos por qué hemos permitido que una pasión tan hermosa como el fútbol se deforme hasta este punto. El deporte debería ser un espacio de unión, donde las diferencias en colores y preferencias sean motivo de celebración, no de confrontación. Tenemos que enseñar a las nuevas generaciones que la rivalidad deportiva no tiene por qué convertirse en un enfrentamiento personal, y que el respeto por el otro es un valor que trasciende el fútbol.

El ataque a este joven debería ser un llamado a la reflexión colectiva. No podemos seguir justificando ni normalizando la violencia. Necesitamos actuar con firmeza para recuperar el verdadero significado del fútbol: una celebración de la vida, de la pasión y de la diversidad. La pelota está en nuestra cancha, y es nuestra responsabilidad demostrar que somos capaces de cambiar el rumbo antes de que el fútbol pierda por completo su esencia.

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Por: Daniel Felipe Carrillo
Instagram: @felipecarrilloh1
Imagen: El Tiempo
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