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El país de las maromas

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maromas

Colombia es ahora el país de las maromas y las volteretas. Siguiendo esa insana costumbre de imitar las tendencias de la política internacional, el país ve como políticos, candidatos, militantes e influenciadores, se convierten en gimnastas profesionales de la distracción, expertos en la evasión a través del uso de neologismos, noticias falsas o señalamientos a terceros. El ambiente envenenado de la política nacional es el caldo de cultivo perfecto para esta nueva modalidad del debate público, una estratagema útil para todos los espectros ideológicos que aspiran a ocupar posiciones de poder en el año 2022 y por aquellos que ven en el despiste la ocasión inmejorable para huir momentáneamente de sus líos judiciales.

En artes como la magia, la habilidad de las manos tiene un papel fundamental en la ejecución de los trucos. La velocidad de la extremidad supera la capacidad del ojo para percibir sus acciones. De esta misma manera operan las apariciones mediáticas de los políticos. Cuando hablan pueden tomar diferentes caminos, y normalmente, ninguno de ellos conduce a la resolución de las cuestiones que los atañen.

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Un ejemplo puede ser el caso del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, quien cada vez que recibe una crítica por algún aspecto de su gestión (la rifa del avión presidencial, la falta de medicinas contra el cáncer, la violencia contra manifestantes, o el respaldo de su partido a candidatos señalados de violación) responde incluso con risas, asegurando que todo se debe a un complot de los medios pertenecientes a la mafia neoliberal, sin ofrecer respuesta a las problemáticas por las que se le increpa.

Uno de los principales exponentes colombianos del ocultismo es Álvaro Uribe. El prototipo de sus métodos discursivos se deja ver en las declaraciones posteriores a la presentación del informe de la JEP, que establecía que cerca de 6.402 personas fueron víctimas de ejecuciones extrajudiciales entre los años 2002 y 2008, periodo en el que Uribe era el máximo mandatario del país. Frente a la información presentada y previendo que en los medios no se tardaría en relacionar dicha cifra de asesinados con su gestión como presidente, el ahora ex senador dijo que nunca prestó un mal ejemplo a las fuerzas militares, que jamás dio la orden a ningún miembro del ejército para ejecutar inocentes y que existían instituciones interesadas en afectar su imagen política y la de su mandato.

Reacción similar surgió de aquellos políticos relacionados con el Centro Democrático, apuntando incluso a la participación de Juan Manuel Santos, Ministro de Defensa durante el gobierno Uribe, como responsable directo de los falsos positivos, como si el entonces ministro hubiera actuado por su cuenta sin dar aviso a quien era el presidente de la nación. Una posición que se contradice con ese discurso de la militancia uribista en la que el expresidente es el autor principal y omnipresente de todas las maravillas incomprobables de su gestión, mientras que cualquier acto dudoso fue realizado a sus espaldas, paradójicamente, un hombre brillante como ninguno en la historia de la democracia nacional, pero lo suficientemente inepto como para no tener idea alguna de lo malo que hayan hecho sus subalternos.

Esta manera de defender a un líder o una causa, es el pan de cada en Colombia. El cambio de racero para juzgar los actos del otro y sacar el debate de contexto son los principales vicios de una disputa política en la que prevalece el odio por el adversario y no la preocupación por el desprotegido.

En estas discusiones reina el caos por encima del diálogo, y cualquier intento de aportar a una discusión es rápidamente desactivado por los voceros vende humo y sus intereses. ¿Falsos positivos? El ministro era Santos ¿La gestión de Duque es sensacionalista e ineficiente? La oposición no deja gobernar ¿En Colombia Humana hay machismo? La derecha le tiene miedo a Petro. Todos son respuestas que desestiman los cuestionamientos auténticos sin responderlos, desviando la atención a conflictos donde se fortalecen la demagogia y los politiqueros que se benefician de ella.

Las preguntas, dudas y señalamientos son válidos sin importar su procedencia, y establecer diálogos sobre colectividades que apoyamos es no solo necesario, es además una oportunidad de crecer en democracia, una oportunidad que es negada por aquellos a quienes les conviene el continuismo de los líderes autoritarios que anteponen su nombre a la reconciliación de un país en guerra. En cambio, son condenables los intentos, desde cualquier bando, por envenenar lo que pudiera ser una discusión de provecho, con insinuaciones que no tienen nada que ver con lo que se habla, como las críticas al aspecto físico, victimizaciones o falsas acusaciones que hacen de refugio a la falta de responsabilidad de políticos sin nobleza alguna y a quienes nosotros les damos validez entrando en su bajo juego.

Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: CNN
*Las opiniones expresadas no representan la posición editorial de Zona Captiva. Es responsabilidad exclusivamente del autor.

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