Ojalá al momento de nacer todos tuviéramos la oportunidad de elegir el género que tendremos durante el paso por este mundo, tal vez así, muchas mujeres serían hombres con tal de no vivir más en el infierno que la sociedad nos instauró como pecado por nacer mujeres.
No conozco a una mujer que no se sienta orgullosa de serlo, pues ser mujer es algo inigualable, lleno de experiencias maravillosas, de cuerpos mágicos y de sabiduría ancestral, sin embargo, tampoco conozco una sola mujer que a pesar de ellos no haya sentido en algún momento que por su género está pagando algún “karma” en este mundo.
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Desde la creación del mundo, sobre todo, desde la creación explicada por la religión, la mujer es el problema, nosotras fuimos las que comimos la manzana, las que nacimos “inferiores” que los hombres, las que deben mantener, las que deben entregarse abnegadamente al hogar porque así lo dicen los libros sagrados, no obstante, el papel de la mujer ha sido demasiado tergiversado por los fanatismos sociales que terminaron convirtiéndola a ella en un pecado y la culpable de los males de la humanidad, cuando en realidad, la culpa aquí es de todos.
A veces se siente un pecado nacer mujer, solo falta ver la situación actual de Afganistán para darse cuenta. Durante más de 60 años las mujeres han luchado día a día por obtener más y más libertades, no para intentar superar a los hombres o generar alguna guerra de género, sino simplemente para poder decir en algún punto de la historia que hombres y mujeres tienen las mismas oportunidades de vivir.
Hoy, cuando se ven las noticias de cómo las mujeres de Afganistán cambiaron su vida de la noche a la mañana solo se puede sentir tristeza y rabia. No es justo que por un grupo de extremistas y de una guerra de la que ni siquiera ellas hacen parte, la vida que alguna vez pensaron tener se les desmorone entre los dedos. De poder salir tranquilas, estudiar, trabajar, entre otras “simples” actividades diarias, pasaron nuevamente a estar encerradas en cuatro paredes bajo la supervisión contante de hombres que probablemente jamás las dejen ni siquiera saborear la libertad.
Tal vez el problema de Afganistán no afecte a Colombia, o a gran parte del mundo, pero es imposible olvidar que cuando tocan a una nos tocan a todas, porque la lucha por la liberación femenina no terminará hasta que todas las mujeres, incluso desde antes de nacer, tengan garantizado una vida digna en la cual puedan elegir sobre sí mismas.
Es horroroso pensar que a las mujeres en Afganistán les corten los dedos por tener las uñas pintadas, que lleguen a ser lapidadas por salir sin permiso de un hombre, y que todavía exista quienes crean que el feminismo y nuestra lucha simplemente es por “ganas de molestar” y de “no aceptar nuestro papel en la sociedad”. Nuestra lucha realmente es para que mujeres como las de Afganistán dejen de estar en manos de fanáticos que solo tergiversan los discursos para su beneficio pasando por encima del derecho de la mujer.
Debemos dejar de normalizar que el ser mujer sea “más difícil” porque no debería ser así, nosotras, ya sea en Afganistán, Colombia o cualquier parte del mundo tenemos derecho a salir de nuestro hogar sin el miedo de saber si regresaremos con vida o no, debemos dejar de tener el miedo de que por vestirnos de colores llamativos o con ropa ajustada estemos “provocando” a un hombre bajo el pretexto de que “ellos no son robots”, debemos dejar de normalizar que es pecado ser mujer, porque de hecho, serlo es una de las cosas más maravillosas que la naturaleza nos pudo otorgar. Ser mujer es magia y por eso a diario lucharemos para que todas las mujeres en todos los rincones del mundo puedan permitirse vivir su magia a su manera y lejos de las manos de una sociedad machista y fanática que nos la quiere quitar a punta de prohibiciones retrogradas.
Por: Paula Andrea Porto Tavera
Instagram: @paulaportocine
Imagen: El Tiempo
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