A veces se siente como si nada tuviera sentido. Como si cada esfuerzo fuera en vano, como si no hubiera un lugar claro al que pertenecer. En medio de la rutina, las expectativas ajenas y los estándares imposibles, surgen pensamientos que duelen: “no sirvo para nada”, “nadie me ve”, “estoy solo”. Y aunque no se diga en voz alta, es una sensación que acompaña a muchos más de los que se cree.
En un mundo que insiste en mostrarse feliz todo el tiempo, hablar de soledad o vacío parece estar prohibido. Se esconden los silencios incómodos con frases prefabricadas, se maquillan las emociones con publicaciones alegres y filtros brillantes. Se crean fantasías para no confrontar lo que realmente duele, como si la evasión fuera la única forma de sobrevivir.
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Pero no se puede vivir eternamente construyendo mentiras. Tarde o temprano, el muro se agrieta, y detrás de las sonrisas ensayadas aparece una verdad más humana: sentirse perdido no es raro. Sentirse inútil, a veces, también es parte del camino. Lo doloroso no está en sentirlo, sino en no poder decirlo.
Existe una presión constante por ser productivos, exitosos, carismáticos. Por demostrar que todo está bajo control. Y cuando eso no ocurre, cuando la realidad no encaja en ese molde, aparece la culpa, el juicio, la sensación de fracaso. Se olvida que estar mal también es humano, que no tener respuestas no es una debilidad, sino parte de una búsqueda que nadie termina de comprender del todo.
Quizá lo más necesario no es una solución inmediata, ni una lista de consejos para “salir adelante”. Tal vez lo primero que hace falta es reconocer que sentirse solo no es un defecto, sino un grito de sinceridad. Que admitir que no se puede más no es rendirse, sino un acto de valentía.
No hay fórmulas exactas para calmar la mente cuando grita en silencio. Pero escribirlo, decirlo, compartirlo, puede ser un primer paso. Un puente. Porque aunque no lo parezca, hay otras voces allá afuera que también se sienten así. Y en esa coincidencia puede nacer algo más que consuelo: puede nacer una comunidad de personas que, al dejar de fingir, empiezan a sanar.
Aceptar que no se está bien no significa quedarse allí para siempre. Es simplemente abrir una puerta. Para mirar hacia dentro, con honestidad. Para desmontar las fantasías que no sirven. Para tal vez, algún día, construir una verdad más amable, más propia y más real.
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Por: Daniel Felipe Carrillo
Instagram: @felipecarriloh1
Imagen: Freepik
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