El ser humano es un animal social. Contamos con capacidades que nos diferencian de los animales salvajes y domésticos. Se podría decir que la principal característica que nos arma una categoría distinta dentro de la naturaleza es nuestro raciocinio, la capacidad de conocer, analizar y entender el mundo que nos rodea. Pero a pesar de gozar de esta habilidad pensante, aún existen zonas grises que no logramos descifrar. El mito existe para todos los rincones donde las sombras no pueden ser disipadas, es predilecta solución a lo lejano del entendimiento, y a nuestra capacidad para avanzar a través de esa incertidumbre la llamamos Fe.
El mito, en un sentido más amplio y rígido, es la construcción de una historia alrededor de un hecho inexplicable. Es el recurso más antiguo y la respuesta más sencilla a los fenómenos más complejos. Su función, al menos en la antigüedad, era la de arrojar luz sobre aquellos temas que queríamos entender, y la empleamos luego de haber entendido al ser humano como una pequeña parte de este basto mundo que habitamos. Pero la historia no es nada por sí sola, para que ella funcione necesita de nuestra complicidad, de una ayuda extra, de una intención de creer en su veracidad, es allí donde entra la Fe.
A partes iguales, tanto los mitos fundacionales como las historias menos ambiciosas, han dependido en gran medida de nuestra capacidad de creer en ellas. Hoy en día ir a un cine y confiar profundamente en que el superhéroe encontrará la manera de librar a la humanidad de una amenaza equivale a creer en que el ser humano está hecho de maíz. No quiero comparar a la religión con la ciencia ficción, o restarle importancia a ninguna, pero en la esencia de los hechos, toda narrativa creada basa su éxito en la fe humana. Nuestra capacidad de creer en lo invisible nos es necesaria para llenar los vacíos de aquellas preguntas para las que no tenemos una respuesta.
La Fe es una capacidad noble, y algunos de los males de este mundo se aliviarían con un poco de ella. Pero la Fe en bruto, sin banderas ni malinterpretaciones, una fe sin partidos ni mártires, una confianza en que la buena voluntad del ser humano aún existe en lo más profundo de nuestras conciencias, confianza en esa certeza incomprobable de nuestra propia valía.
En medio de la modernidad, algunos modelos de fe son más válidos que otros, y por ello, algunos se han convertido en vendedores de fe. En principio no está mal matricularse en una fe particular, muchas de las doctrinas en el mundo cuentan con escalas de valores y libros sagrados que enseñan el valor de la humildad, el respeto, el amor y la vida. Pero algunas otras parece que solo pudieran funcionar en detrimento del otro y de lo que es y siente. Algunas limitan el amor que debemos dar y lo gentiles que podemos ser. Es con estos seres horribles que se deforma la fe. Mercachifles perdidos en su obsesión por el poder, cegados por la egolatría de sus voces, repetidores de odios y generadores de miedos, todos falsos profetas, parias modernos.
Hoy por hoy son comunes las cadenas en redes sociales que van predicando el nacimiento de un nuevo orden mundial, de ciudadanías más conscientes, de una nueva normalidad, pero no hay tal. Muchas imágenes han dicho ingenuamente que le daremos menor importancia al dinero, como si en esta cuarentena no nos fuera necesario para cubrir nuestras necesidades básicas y muchas personas de lugares vulnerables están sufriendo por falta de recursos económicos. Pero tampoco puedo culparlos, pues estas historias, posibles o no, requieren de nuestra fe, los cambios, posibles o no, requieren de nuestra fe.
Nunca he creído en ningún Dios, ni antes ni ahora, y quisiera poder hacerlo, pero supongo que va en mi naturaleza escéptica y nihilista. Aunque por momentos intento sin proponérmelo y consigo resultados que a menudo traen decepciones a mi vida. Y es que todos tenemos la capacidad de creer en algo, en las personas, en la bondad de la naturaleza o en la justicia del universo, pero casi todos tenemos fe en algo o en alguien, y lo seguiremos haciendo, intentando y fracasando, pero intentando, poniendo de nuestra parte, porque nada sucede de la nada y para que algo cambie también debe existir en nosotros la idea de que es posible y por ello, aunque algunos nos moleste, seguiremos teniendo fe en este mundo.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: Archivo Particular
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