Como una analogía funesta de los tiempos que corren, se dio a conocer la noticia de las 1.409 monedas protocolarias encargadas por el gobierno de Iván Duque, piezas que llevarían el nombre del enajenado dirigente y que serían entregadas a deportistas, militares y toda clase de visitantes ilustres de la Casa de Nariño. Con este acto calificado por algunos como desfachatez en medio de una crisis económica, el mandatario ha tenido que confirmar de viva voz que no basta ser monedita de oro para caerle bien a todo el mundo.
Consultar la actualidad noticiosa del país puede caerle muy mal a la salud mental ya afectada por las restricciones de la pandemia. Es difícil y hasta desesperanzador tener que ver desde la impotente distancia las decisiones que se toman en las altas esferas políticas de Colombia. Es por eso, y porque ya estamos acostumbrados a los horrores de la muerte y la desidia, que cuando salen a la luz hechos como la creación de la moneda conmemorativa que llevará inscrito el rótulo de Dr. Iván Duque Márquez, se nos escapa una risa nerviosa colectiva que, entre lamentos e indignación, nos permite aligerar la pesada carga de vivir en estas latitudes.
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La creatividad ha sido la única salida para quienes han tenido que enfrentar la crisis, un estado constante en el que habitan y del que huyen gran parte de los colombianos. Para la mayoría esta angustia permanente solo es llevadera gracias a los dones inventivos y jocosos de una sociedad resignada como pocas. El “pigcoin”, “porcoin” o el “Bit-oink” son algunas de las nomenclaturas propuestas para ese derroche de egolatría hecho souvenir, nombres que dejan presente el escaso respeto que le profesa el grueso de la población al que seguramente es el presidente más incapaz de nuestra vergonzante historia democrática, así como las instituciones debilitadas por el lamentable trabajo de esta administración.
También la proposición de las monedas nos brinda la oportunidad de establecer una de esas metáforas inverosímiles y patéticas que abundan en nuestra fauna política. Una composición de bronce cubierta con una fina capa de oro que puede recrear perfectamente lo que ha sido la gerencia de Duque durante los últimos cuatro años, una administración nada brillante que intenta a toda costa mejorar su vapuleada imagen, un grajo vano que pretende cubrir sus constantes errores a punta de ejecutar multimillonarios contratos con expertos en marketing, un ser diminuto cuyo único anhelo es ser recordado, a la fuerza, por encima de la memoria de los muertos que le reclaman su ineptitud.
En medio de las noticias de la falta de vacunas que terminen con la incertidumbre de esta enfermedad maldita, las incesantes novedades sobre nuevos conflictos bélicos y las crecientes riñas de aspirantes al poder, nos queda un consuelo, cada vez queda menos tiempo para dejar de llamar presidente a un hombrecillo que la historia se encargará de encontrarle su lugar, como un pequeño accesorio intrascendente, como calderilla prescindible, como una estrafalaria e inoportuna monedita de oro que nadie quiso.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: El Espectador
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