La locura de la democracia colombiana no para. En medio de una entrevista de hace un par de semanas, Álvaro Uribe opinó que le gustaría ver al actor Jorge Cárdenas y al periodista deportivo Carlos Antonio Vélez en el senado colombiano. Una propuesta cercana a la realidad política del mundo. Con las elecciones del 2022 asomándose en el panorama, empiezan a surgir nombres de todos los extremos ideológicos, barajando nombres que pueden terminar de estropear el escaso balance político de las instituciones que determinan el devenir económico y social de los colombianos.
Donald Trump no asistió a la toma de posesión de Joe Biden como el nuevo presidente de los Estados Unidos. Este acto de descortesía y flagrante necedad, significó un cambio en el protocolo de la entrega de códigos nucleares y que, hasta esta ocasión, se llevaba a cabo de manera personal entre el mandatario que dejaba el cargo y quien se convertía en su reemplazo. Este es apenas un pequeño ejemplo de las implicaciones de permitir la entrada a cargos de elección popular a personajes que no cuentan con la preparación ni valores necesarios para desempeñar un cargo público.
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El caso Trump tendría que habernos enseñado el gran error que se comete al darle entrada a figuras públicas que no cumplen con los requisitos imprescindibles para desempeñar funciones del ejercicio político. Pero Colombia parece que seguirá con la peligrosa tendencia de apostar por el populismo proveniente de voces alejadas de la esfera de la politiquería tradicional, reemplazándolas con politiquería moderna.
Esta penosa inclinación por la intromisión de celebridades en el plano electoral es consecuencia del profundo desencanto del ciudadano promedio que desconfía del gobierno y sus volúmenes desorbitados de corrupción, sumado a esta nueva concepción de la política hecha por personajes supuestamente más honestos, cercanos al ciudadano de a pie y que se alejan de la temida corrección política.
Esta idea de tener candidatos irreverentes que hablan sin pelos en la lengua de temas espinosos puede ser refrescante en medio de la mezquindad de la clase política a la que hemos estado acostumbrados, pero también es una tendencia que nos deja expuestos a la mediocridad de los opinadores precoces que se elevan como expertos en todos los temas en redes sociales y que a fuerza de polémicas terminan por hacerse un espacio en el debate público.
Este es el caso de Jorge Cárdenas, quién se ha declarado abiertamente uribista y que además representa en gran medida a ese ciudadano que está en contra del proceso de paz y que cree profundamente en el fantasma del Castrochavismo. Un cúmulo de prejuicios clasistas, intolerantes y enajenados de la realidad que se presentan falazmente como “incorrección política”. Un hombre ignorante del funcionamiento de la política, las leyes, y porque no, del proceder del sentido común. Un apoderado de la opinión sin argumentos, defensor de un discurso que basa su fuerza en la repetición de mentiras y la vehemencia de las palabras y el dogmatismo ideológico.
Con el tiempo hemos confundido respeto con resignación. Hemos malentendido la idea del cuestionamiento de la opinión del otro con la intolerancia. No apoyar e incluso rechazar algunos discursos porque sus planteamientos promueven la violencia y la discriminación no es intolerancia. No todas las opiniones son valiosas o justificables, y filtrar lo que dicen nuestros representantes políticos es un proceso necesario en la búsqueda del bien común, aceptar opiniones de cualquiera que no esté mínimamente informado en el tema que aborda es peligroso, máxime cuando el emisor del discurso es una persona que ocupa una posición de poder.
No está mal pensar que Jorge Cárdenas es un idiota, porque muchas de las ideas que promueve lo son, por ejemplo, en una entrevista con Vicky Dávila, Cárdenas aseguraba que Jaime Garzón era un “negociador de secuestrados” por ser parte del equipo mediador para la liberación de secuestrados por las Farc. Mientras no incurramos en la violencia o la vulneración de su derecho de opinar y pensar diferente, las críticas no deberían ser mal vistas. Lo que no puede ser es que le demos voz en instancias como el Congreso de la República a personajes como este, que solo aportan ruido a una conversación colmada de falacias.
En un país que necesita reconciliarse con su verdad histórica para la reconstrucción de su tejido social, individuos como Cárdenas, que con su opinión restan más de lo que suman a la democracia promoviendo indirectamente la mentira, deberían permanecer alejados de las instituciones que cada vez más pierden la confianza de los ciudadanos.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: Kien yKe
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