Ahora que se endurece la cuarentena debemos estar dispuestos a dar un paso al frente. Mientras que las medidas de aislamiento se extienden en rigor y tiempo alrededor del mundo, la sociedad está envuelta en distintos debates a los que debemos poner un alto. Las discusiones sobre las noticias falsas en torno a los efectos de la vacunación, los enfrentamientos de egos políticos y la desobediencia civil de las medidas configuran un panorama que debe ser arreglado con algo más que buenas intenciones. En medio de ese liderazgo de espejismo de los principales caudillos del país, no hay señales de que emergerá alguien que de ese necesario y difícil paso al frente.
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Somos un pueblo herido que usa sus cicatrices como justificación para infligir dolor sobre otros. ¿Si los demás lo hacen, yo por qué no podría hacerlo? Estas nuevas medidas de cuarentena estricta en Bogotá y muchas otras ciudades del país, responden esencialmente a esa falta crítica de empatía que nos ata al fracaso constante de nuestra política pública. De nada sirve confiar en el voto como herramienta democrática, si el integrante más populoso y fundamental de ese conjunto no está preparado para asumir sus responsabilidades.
Nos hemos equivocado en la pandemia. Todos lo hemos hecho, en especial en estas épocas decembrinas, donde usamos la fiesta de la navidad como la excusa perfecta para ignorar recomendaciones básicas como evitar las reuniones numerosas con amigos y familiares. ¿Por qué habríamos de privarnos de la posibilidad de compartir con nuestros seres queridos? Precisamente por todos aquellos quienes han sufridos pérdidas humanas a causa del coronavirus, enfermedad que continua su expansión con el beneplácito de nuestra indiferencia.
La irónico es que, en una sociedad profundamente colectivista como la colombiana, sea esa misma presión social la que nos impulse a actuar de manera adversa a la conveniente. Que los demás actúen mal no hace menos graves nuestras propias conductas, y aún no lo hemos comprendido. Además, tiene que venir la autoridad con su proceder paternalista a hacer del sentido común una obligación e imponer sanciones severas, como si el riesgo de contagiarse y contagiar a otros no fuera suficiente persuasor.
Parece ser que las cifras de los fallecidos no son un argumento suficiente para convencernos de la seriedad de nuestra situación, necesitamos que nos tomen de la mano hasta estar fuera del peligro, como un niño que no tiene consciencia del bien o el mal que puede causar. Una población infantilizada que tiene que asumir su responsabilidad en la tragedia y comportarse a la altura de la memoria de sus muertos.
Mientras que los gobernantes de ego henchido se apuntan con el dedo entre sí, los habitantes de las ciudades que dirigen deben acatar las limitaciones impuestas a su movilidad, y aunque nos beneficien, el tono con el que emiten sus decisiones arbitrarias tiene más que ver con una vergüenza electoral que con una auténtica preocupación por la vida humana. Una manera de instrumentalizar la desazón por la ausencia de orden y capitalizar políticamente cualquier rincón del debate público que aún no esté colonizado por su vanidad.
Solo resta respetar y cumplir con unas recomendaciones que no son nuevas para nadie a estas alturas de la historia, buscando el bien común a través de la restricción y no del entendimiento. Ojalá en algún punto de esta interminable incertidumbre de esta enfermedad podamos dejar atrás las excusas y optemos por ser responsables con nuestra vida, la vida de todos, y dar ese paso al frente que nos exigen estos tiempos de crisis.
Pd: ¿En qué mes del año saldrá el primer escándalo por la malversación de las vacunas contra el covid-19?
Por: Juan Ramírez
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Imagen: Antena2
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