La guerra es cruel, todos hemos oído o presenciado de alguna manera su cruda realidad. Escasos eventos bélicos tienen la fortuna de ser rememoradas por ser incruentas, mejor dicho, no haber causado ninguna pérdida ni material ni humana; el resto, es historia para los sepultureros.
Conocemos adelantos tecnológicos que han hecho de la guerra un asunto más fácil y a la vez un tema tan complejo de desarrollar que ni redactando una docena de libros se podrá desentrañar todo el asunto; no vale la pena siquiera intentarlo, la humanidad no aprende de sus errores.
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Pero hay algo cierto que nunca falta en la historia de las personas, de las civilizaciones, de la política: Siempre hay alguien que cree, que da por seguro, que es el elegido para traer una nueva era de paz, de igualdad, de justicia, de poder, de grandeza… Pero nunca se atribuyen la obligación de proveer, de atesorar, de lograr para la nación todos esos logros que prometen, todas esas ideas locas qje un día proponen, sólo lo utilizan como herramientas para la “divinización” personal, y la destrucción de quienes se opongan a ello.
Pueden llamarse dictadores, presidentes, revolucionarios, progresistas, liberales, conservadores, nacionalistas, incluso hay quienes se han hecho llamar con “derecho divino” para poder destruir y esclavizar con total impunidad y a sus anchas, desatando infernales guerras contra sus enemigos, destruyendo la paz que alguna vez existiera.
Cuándo la oferta política es lógica, el resultado es prometedor; cuando la oferta es emocionante y muy buena para ser verdad, el resultado es y será un infierno…
Claros ejemplos modernos de puede numerar de manera enunciativa, pero son demasiados para poner aquí:
Las guerras por el comunismo, las dictaduras militares latinoamericanas, la guerra contra el tercer Reich, las guerras civiles africanas (todavía están activas), la revolución islámica de Irán, las guerras contra Israel…
¿Sigo?…
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Por: Jean Carlos Guerra
Instagram: @jeanguerra.95
Imagen: Concepto
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