En la vida hemos aprendido de memoria que debemos estudiar, trabajar y formar una familia. Estudiar mucho, trabajar duro, son los principios de nuestra sociedad desde hace muchos siglos, principios sobre los que hemos cimentado el progreso de la civilización. Pero los tiempos cambian, hoy ya existe casi todo lo posible, todo mercado es un océano rojo donde hay que ingeniar nuevas maneras de hallar un espacio para sobrevivir y agregar nuevas capas de pintura a los servicios de siempre. El andar de la humanidad siempre es hacia adelante, tememos recorrer el camino hacia atrás y ni pensar en quedarnos inmóviles, creyendo que es el único paso posible, sin darnos cuenta que a la par de la ciencia también crece nuestra incompetencia.
Hay una pregunta recurrente en nuestra mente cuando vemos una imagen de un animal de gran tamaño en un lugar de gran altura: ¿Cómo llegó ahí? La opinión que tenemos de nuestros políticos, profesores y jefes suele ser esa, la de una vaca en el tejado, y las preguntas que nos suscitan suelen ser las mismas ¿Cómo llegaron tan alto? ¿Quién los llevó a esos lugares? ¿Cómo lograron destacarse si no son especialmente buenos? Todas estas interrogantes, convergen en una sola respuesta, llegaron ahí caminando hacia adelante.
La lógica de nuestra sociedad, ese viejo dictado de normas que seguimos desde niños, nos dice que todo es posible con esfuerzo, disciplina y constancia. Nuestras metas y sueños están ahí para que los persigamos en esa carrera corta que es nuestra vida. Pero algo que no nos dicen es qué hacer cuando esas expectativas son incompatibles con nuestras habilidades. Hay ejemplos en muchos lugares y en todo tipo de profesiones. Desde esos artistas que no terminan por despegar nunca y se hacen una carrera gracias a los contactos o al dinero de sus padres, y están otros casos, mucho más graves y trágicos, los dirigentes políticos sin habilidades de liderazgo.
Somos seres sociales. Nuestra capacidad de asociarnos y solucionar problemas nos sirvió para crear nuestras primeras civilizaciones. Pero la supervivencia del más fuerte ha evolucionado con nosotros a lo largo de la historia para convertirse en ese inequitativo sistema social de adulación y prestigio con el que se cierran los negocios y se pactan las alianzas. Una estructura de cercanías poderosas que garantiza a sus miembros un nombre, una posición, unos privilegios de los cuales hacer uso a la hora de cumplir con esos sueños de niños.
Entre más alta sea la posición más dura es la caída y, lamentablemente, no caen solos. Los círculos formados por integrantes privilegiados otorgan posiciones privilegiadas. A menudo las posiciones de poder están dispuestas para aquellos que demuestran merecerlas, y para ello siempre están ahí los sacrificados, los disciplinados, los constantes. La insistencia es el arte de los enamorados del siglo del emprendimiento, y a estos líderes les sobra obstinación y les falta capacidad.
Es común ver en las alcaldías, gobernaciones y ministerios a un sinfín de personal. De niño imaginaba que podrían hacer en sus puestos, y ahora de adulto aún me lo pregunto. Oficinas de comunicación que no comunican, secretarías de planeación que no planean y concejales que no legislan. ¿Cómo logran estar allí sin hacer nada? ¿Cómo se subieron al tejado de la democracia? Fácil, como todos en la democracia: con esfuerzo, disciplina, constancia y sin capacidad.
En nuestra sociedad, la cultura del esfuerzo está sobredimensionada. Por silogismo creemos que todo aquello que nos cuesta un determinado sacrificio vale la pena. Esta misma lógica la aplicamos a las personas, creyendo que al que vemos trabajando duro y sin descanso es quien merece el lugar, y sin darnos cuenta los vamos acercando a su capacidad máxima de incompetencia. Cuando desempeñamos bien un rol dentro de la sociedad suelen otorgarnos cualidades, llegan los halagos y la responsabilidad de corresponder a las expectativas. Y algunos jefes, que hacen parte del mismo tejado, gustan de empujar al mismo lugar a algunos de sus empleados para que logren cumplir esos sueños de suyos, sin siquiera detenerse a mirar las habilidades de quien quieren promocionar, mucho menos a comprar la existencia de esas virtudes.
Por esos tenemos los gobernantes que tenemos. Por eso tenemos el arte moderno que tenemos, por eso nos falta lo que nos falta. A punta de buena voluntad hemos ido agregando ineptos a las listas de cargos con incidencia en nuestras vidas, todo porque “es juicioso, parece de confianza, tiene ganas de aprender”, llevando a las personas al límite de su inutilidad para que comiencen a hacer mal su trabajo.
A vuelo de pájaro y sin muchas contemplaciones vamos ascendiendo a cualquiera que porte algo de sudor en su frente y una confianza injustificada en sus capacidades. Y así avanza gente poco extraordinaria a cargos de responsabilidad sin que nos demos cuenta, porque de eso se creíamos que se trataba la vida, de caminar hacia adelante, como nuestra incompetencia.
Por: Juan Ramírez
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Imagen: Pixabay
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