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La ineptitud del Gobierno, para nunca olvidar

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Gobierno

El Gobierno retiró la reforma, pero ya fue demasiado tarde. El desastre estaba anunciado. La tragedia, aunque evitable, era inminente. Promover una reforma como la que se propuso en tiempos como estos, no podía traer otros resultados.

El Gobierno ha actuado en congruencia con el pensar político que lo ubicó en el poder, un proceder peligrosamente incompetente y empecinado con instaurar una visión de país incompatible con su contexto, insistiendo en sus formas violentas para implementar un modelo desigual que no titubea al usar la fuerza contra la población civil, y que pasará por encima de los cadáveres que haya que pasar para concretar su lúgubre objetivo.

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El comediante Ignatius Farray finalizó alguna vez uno de sus monólogos en un programa de radio española con una ingeniosa consigna: “La democracia es un sistema que garantiza que no seamos gobernados mejor de lo que nos merecemos”. Durante algún tiempo estuve de acuerdo con este enunciado, pues los argumentos con los que los votantes se dirigen a las urnas, al menos en la mayoría de las ocasiones, son fundamentados en el miedo hacia el otro candidato y en las mentiras promovidas por los intereses de una clase política con segundas intenciones. Y aunque es innegable la responsabilidad de los sufragantes en el futuro de la planeación del país, hoy más que nunca creo la culpa recae en la imposibilidad, académica y moral, de quienes mal gobiernan.

El ejemplo de lo anterior es la administración del actual presidente Iván Duque. Un hombre sin grandeza, sin algún tipo de mérito diferente al de ser un lambiscón de segunda línea en un partido político con ideas populistas. A pesar de haberse elegido a través del voto popular, la discusión que encabezó su campaña está lejos de los valores que deberían primar en democracia, convirtiendo a nuestro sistema de representatividad en este paupérrimo concurso para elegir el mal menor, sin importar las capacidades de quien heredará la inaplazable obligación de dar buen fin de los recursos de un país e intentar enmendar esa profunda brecha entre los que más tienen y quienes no tienen nada.

El mayor de los problemas al elegir a una persona sin experiencia e inoperante para la borrascosa tarea de dirigir Colombia, es que este sujeto se rodeará de funcionarios de su calibre. Casos hay demasiados: El mínimo Francisco Barbosa, con un ego más allá de sus conocimientos, que se autonombró el mejor fiscal de la historia y que amenaza autoritariamente a quienes ejercen su derecho a la protesta con quitarles su patrimonio; Claudia Blum, una burócrata canciller que somete sus comunicados a la aprobación de un expresidente antes de ser publicados; Marta Lucía Ramírez, una mujer que aún no termina de enterarse del país en el que vive; o el deplorable Defensor del Pueblo, Carlos Camargo, quien se encontraba de vacaciones en algún balneario indeterminado mientras ocurrían violaciones a los derechos de los manifestantes, que demandan leyes más justas, que ayuden a la población a salir de la pobreza y no que la sumerjan más en ella.

Ahora, esta misma recua de ineptos nos insiste en que esas no son formas de protestar, que derribar monumentos, pintar las fachadas de los recintos públicos y causar daños materiales a propiedades ajenas, no es el camino correcto para exigir el cumplimiento pleno de los deberes del Estado. Que esa violencia no nos lleva a ningún lado, que afectamos a otros cuando se bloquean las vías, porque esa no es la manera.

Porque la violencia que a ellos le sirve es esa que ha condenado a los habitantes de Buenaventura, el municipio con el puerto más importante de Colombia, a vivir con un 82 % de pobreza; lo que está bien es esa violencia estructural con la que castigan a poblaciones olvidadas de regiones como la Orinoquía o el Amazonas, lo que está bien es la ausencia del total Estado en esos territorios disputados por la guerra de las drogas donde los narcotraficantes hacen su ley, como en la serranía del Perijá; que es correcto es dar alivios a las fortunas obscenas de los oligopolios del país, mientras que hay niños en la Guajira que no saben cuándo será su próxima comida, eso es para ellos lo correcto, la violencia buena, la que asfixia la vida del pobre, la que llena de preocupaciones y deudas a una generación de jóvenes sin esperanza, esa violencia que no los toca en sus edificios de marfil, eso es algo que nunca debemos olvidar.

Así como no debemos olvidar nunca que quienes han fallecido, desaparecido o han sido violentados por el Esmad, el Ejército o la Policía durante estas semanas de protestas y marchas, nunca habrían tenido este destino si el Gobierno del presidente Duque hubiera escuchado las voces de las personas que se oponían a su reforma. No debemos olvidar que aún se deben hacer modificaciones para reducir el déficit fiscal y que el fin de la primera tentativa de proyecto no es una victoria completa. No debemos olvidar que el próximo año habrá elecciones, y los oportunistas con sus sectas intentarán seducirnos nuevamente con cantos de sirena. Pero por encima de todo, no debemos olvidar que los gobernantes están allí por y para nosotros, y que es menester exigirles lo mejor todo el tiempo, dentro y fuera de la arena política, nunca debemos olvidar las ofensas sufridas, no debemos olvidar nuestra dignidad, ni el valor insustituible de la vida, que será siempre inferior a la de miles de vidrios rotos, aunque a los mediocres oficialistas quieran decirnos lo contrario.

Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: RT
*Las opiniones expresadas no representan la posición editorial de Zona Captiva. Es responsabilidad exclusivamente del autor.

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