Con una vomitiva, constante y enfermiza doctrina política, que mantiene un agresivo discurso disruptivo en las mentes de la sociedad, los movimientos populares de la nueva generación, o como mejor se identifican ellos, la generación «woke», que traducido sería como un «despertado, despierto», pero que interpretativamente podría definirse como esa generación que se identifica que ha «despertado» de un sistema injusto, y que pelea para provocar un cambio…
Prácticamente, es otro movimiento más del sistema progresista de izquierdas… ¡Qué casualidad!, ¿no creen?.
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Ahora, a lo que vengo, es que ya me siento agónico de la enfermedad política parásita que ahora se escuda en la defensa de los derechos del «pueblo», un pueblo al que no han pertenecido, al cual no se sienten identificados, y que honestamente sólo utilizan como una herramienta para satisfacer sus necesidades psicológicas de atención, protagonismo y el mesianismo que tanto afecta al buen desarrollo de las economías.
Con unas simples palabras como justicia, la cual se define explícitamente como: «Principio moral que inclina a obrar y juzgar respetando la verdad y dando a cada uno lo que le corresponde.», y social, la cual se define como: «Aquello que pertenece a la sociedad»; se han querido atribuir la fórmula de la Justicia Social, que no es más que una burda y total contradicción tanto en su significado, como en la forma en la que se desea administrar… Si la justicia es individual, ¿Cómo se puede pretender repartir colectivamente la justicia?.
No quiero desprestigiar las reales proezas de activistas que han luchado de manera honesta e íntegra por mejores condiciones para todas las personas en el planeta, sin importar razas, religiones, credos, profesiones, orígenes… Hacer que la ley sea igual para todos es un principio fundamental en la aplicación de la justicia, pero cuando un movimiento, politizado de fondo, sale con un discurso que pretende absorber todo el crédito de líderes independientes, honestos y de verdad empeñados en su esfuerzo por lograr cambios verdaderos…
Pero la gran injusticia que hay hoy en día, es la llamada Justicia Social, que no es más que quitarle al individuo lo que ha trabajado, para repartirlo entre la comunidad en partes iguales, entre trabajadores, holgazanes, gente de buena fe, y de mala fe, todos reciben lo mismo, sin importar más que sólo el hecho de existir…
¿Hasta cuando este chiste sin sentido que no hace más que destruir las bases de la sociedad? El vago tiene más derechos que el que trabaja, el que día a día se parte la espalda buscando alimentar a su familia, a sus padres que quizá ya están jubilados, a sus hijos que merecen una formación de calidad y crecer como grandes ciudadanos de bien, a su pareja, con quien desea poder formar un hogar y tener cómo pasar la vejez…
Pero no, llega un «líder», de esos que nunca sobran por ahí, carismáticos, adoctrinados que no conocen más de lo que creen, y si le preguntas algo te salen con algo que no tiene nada que ver… Y ese líder, con su única intención de «adoctrinar» a la sociedad que lo rodea, para cumplir con una «misión mesiánica» de salvar a la sociedad de una «Injusticia sistémica, de los grandes poderes que gobiernan el mundo…» y pare de contar…
Estamos inmersos en una amenaza doctrinaria que puede destruir la sociedad tal y como la conocemos, para sumergirnos en un profundo letargo idiótico, del cual tardaríamos generaciones en salir.
Justicia es justicia, y la ley es para todos, lo social, se establece con una comunidad de individuos justos, que sepan y puedan aplicar la justicia dentro de su existencia y a lo largo de su vida…
No sé, tal vez estoy loco como dicen por ahí…
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Por: Jean Carlos Guerra
Instagram: @jeanguerra.95
Imagen: Unicef
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