En las cuestiones relacionadas con la Ley y el Orden, el Estado históricamente se ha reservado el monopolio de la fuerza y la justicia para mantener, en cierta medida de lo posible, una sociedad que pueda autocontrolarse y de ese modo mantenerse alineada con los intereses del Estado.
En pro de la defensa de esa sociedad, la Ley rige ciertos patrones de conductas, castiga los excesos y de manera punitiva condena gravemente aquellas infracciones que atentan contra la vida, la propiedad, las personas, y hasta las infracciones que van relacionadas en el atentar contra el mismo Estado.
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Un Estado de Derecho, con poderes constituidos una sociedad organizada, y con un perfil de gobernantes capaces, responsables y con la voluntad de servicio, pueden hacer de un país un lugar muy agradable para vivir pero, cuando las política son nefastas, cuando la atención a la ciudadanía no se vuelve la prioridad, puede hacer que llegar a entender las consecuencias que esto puede generar a mediano y largo plazo, sea un desafío de novelas… Porque ha pasado, y pasa aún hoy en día.
No se puede entender cómo un país puede tener liderazgos «democráticos» que permiten que la primitivización de la sociedad sea un «problema menor» cuesta vidas, y corregir eso simplemente no pasa por una receta de políticas sociales de mano blanda ni hacer del delincuente un héroe que se puede adaptar a las políticas ideológicas que los partidos demagógicos utilizan para poder atornillarse en el poder, despreciando el correcto funcionamiento de las cosas para simplemente hacer lo que el liderazgo político, que, engañando a su población, logró obtener el poder.
Cuando las cosas se ponen complicadas, y el liderazgo debe por supervivencia, reinstaurar el orden, simplemente no puede, bien sea porque no sabe cómo es que todo comenzó, o porque ignora cómo restaurar la confianza más básica de la población en el Estado.
Sabemos que la Ley está para cumplirse, pero hay situaciones que impiden el correcto funcionamiento del Estado, menoscabando, en un círculo vicioso, las verdaderas capacidades del gobierno para corregir todo aquello que está funcionando mal, para intentar depurar la estructura misma de la sociedad, para limpiar y atacar la corrupción, y con suerte, eliminar por completo la imagen de una sociedad desconfiada, insegura, y que se devora a sí misma para «sobrevivir».
Hay entonces, quienes terminan aplicando entonces la «Mano Dura» para castigar con severidad las infracciones que a diario se cometen, desde una felonía hasta los crímenes más fuertes, llegando a tener penalidades de hasta más de una vida…
Es polémico porque trata de manera muy dura al infractor, y muchas veces puede sancionar severamente a un inocente, lo cual es bandera para movimientos anti-sistema quienes buscan cualquier excusa para destrozar la imagen del Estado.
Por otra parte también es cierto que la Mano Dura no es suficiente para corregir una sociedad distorsionada, se necesitan planes de desarrollo, planes de reestructuramiento social, con incentivos educativos que le propongan a los ciudadanos nuevas maneras de desarrollo, lo cual es una inversión que a largo plazo le daría a la economía local un impulso para fomentar el crecimiento potencial que muchos sectores de la economía necesitan.
Pero es una discusión, para otro momento…
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Por: Jean Carlos Guerra
Instagram: @jeanguerra.95
Imagen de: Proclama del Cauca
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