El 19 de junio fue el primero de los tres días sin IVA decretados por el gobierno. Con estas jornadas se busca incentivar el consumo de bienes que se vio seriamente afectado por la emergencia sanitaria. Lo que se vio le reveló a algunos quienes somos, se sorprendieron al ver que la sociedad a ningún nivel es perfecta y que si le damos libertad al pueblo nada garantice que tomará buenas decisiones.
De eso se trata la democracia y parece que aún no lo terminamos de entender, un sistema que garantice que todos tengan oportunidad de participar no implica que todos tengan que opinar igual, e incluso ese mismo sistema debe procurar la consecución de las libertades individuales de todos quienes habitan este territorio y que nos denominamos colombianos, que parece ser una etiqueta con valor en constante caída gracias al sectarismo ideológico que han empezado unos pocos y que es avivado por las mayorías acríticas que se manifiestan en redes sociales y que se transforman en votos en las urnas políticas que permean todos los niveles de discusión en el país.
La jornada de ayer fue una representación de los males políticos de un país en el que está normalizado el favorecimiento de la ganancia económica por encima de las demás dimensiones de lo social. Pero también hay que resaltar que nuestra respuesta como ciudadanos no tiene nada que envidiarle al egocentrismo politiquero. La mayoría de las reacciones al día sin IVA redes sociales coincidían en un punto, la descalificación de quienes salieron a ejercer su derecho a participar de una medida que no fue organizada por el gobierno. Y es que ante cualquier polémica de la cotidianidad parece imperante el desmarque correspondiente con una publicación en nuestros perfiles digitales, y todos caemos en el juego. Queremos ser mejor que ese otro que se equivoca y lo tenemos que ratificar expresando nuestra opinión en el mar de opinólogos en el que nos hemos convertido.
Lo que ocurrió el día de ayer debería hacernos entender la importancia de la visión del otro más allá del chantaje empático con el que acostumbramos a identificar a los demás. No es solo en la necesidad en la que debemos ponernos en su lugar, es en la discordia cuando debe aparecer el sentido crítico para encontrar la lógica de las acciones que no logramos entender. Nos indigna que las personas salgan a comprar bienes de consumo en día que el gobierno autorizó para ello y ridiculizaron hasta el cansancio a quienes causaron las aglomeraciones en establecimientos comerciales, e incluso se bromeó con las posibles muertes de los futuros contagiados de Covid-19, privilegio que no le otorgaríamos a nuestros más acérrimos rivales ideológicos y que las mismas huestes que desdeñaban de los compradores compulsivos de ayer habrían calificado como de mal gusto o inaceptable, porque el chiste es muy gracioso si lo hacemos nosotros desde nuestros púlpitos de superioridad moral.
La cuestión no es ni siquiera sobre si las personas que acudieron en masa a los centros comerciales ayer hicieron bien o mal, ya que claramente no siguieron los principios de protección y distanciamiento recomendados para impedir el avance de la enfermedad. Pero es que fue el gobierno, que ha hecho promoción constante sobre estos métodos para salvaguardar la salud pública, quienes fueron los principales promotores de una medida que podría significar un aumento sustancial de los contagios, todo esto ante el silencio patrocinador de los gobernadores locales que siguen demostrándonos su falta de criterio y la necesidad de ser populares por encima de ser eficientes.
La democracia es un sistema en el que se debe garantizar la participación de todos en la toma de decisiones, un sistema en el que los valores del respeto a la diferencia y la solidaridad son fundamentales para hacer que el país avance con regularidad hacia esos loables objetivos que nos proponemos cada cuatro años al ejercer el voto. La democracia es respeto por las instituciones y la libertad ajena. Respetar no es estar de acuerdo, es discernir sin la necesidad de descalificar las motivaciones del otro desde la orilla alejada de mi situación. Pero nada va a cambiar mientras confundamos el respeto con reverencia y la oposición con egocentrismo. Somos expertos en adorar dioses de barro, dignos de un país de malos ateos y cristianos.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: Archivo Particular
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