El fútbol es un negocio, uno en el que se manejan cifras descomunales e inabordables. Salarios de jugadores, el análisis de big data, el rating, los sistemas tácticos o la cantidad de títulos obtenidos son solo algunos de los números que rodean la atmósfera del deporte. Su interrelación es necesaria y frágil a partes iguales, como lo demostró el gesto de Cristiano Ronaldo en la Eurocopa, al alejar de sí un par de envases de Coca Cola, un ademán con el que se especuló en los medios de comunicación, que no supieron explicar correctamente la reacción posterior, reiterando una preocupación latente: El periodismo y las audiencias siguen sin estar preparadas para el análisis de la modernidad y su realidad.
Fueron varios los periodistas que se aventuraron a interpretar las reacciones en el mercado bursátil como una pérdida de la compañía. En algunos portales noticiosos se titulaba con inusitada estupefacción: “El rechazo de Cristiano Ronaldo le cuesta casi 4 mil millones de dólares a Coca-Cola”. Fue la primera impresión, el gancho para los clics, la trampa para el despistado, el error adrede y una práctica normalizada en el oficio de informar en la actualidad. Y aunque distintos medios corrigieron sobre la marcha con encabezados más cercanos a la realidad del hecho, el daño ya estaba hecho, la conversación en redes sociales ya había situado al futbolista luso como una figura capaz de tocar el bolsillo de la multinacional de bebidas.
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Los datos son menos graves de lo que se quería hacer ver. La presunta pérdida corresponde no a perjuicios directos a las finanzas de la compañía, más bien son la ratificación de una tendencia de la baja en las acciones de embotelladoras alrededor del planeta, una caída que se aceleró por un gesto hecho en contra de uno de los patrocinadores de la Eurocopa en medio de una conferencia de prensa de esa competición, razón principal de su gran eco en la esfera mediática, que es gran medida responsable de ese descenso.
Claramente la acción de Cristiano afectó a Coca-Cola, pero no del modo en como se quiso hacer ver y en como terminó siendo entendida. El daño causado tiene que ver con el componente reputacional al que aspiran las marcas que se convierten en auspiciantes de un evento de la magnitud de la Eurocopa. El deseo de los encargados de la imagen de la compañía es posicionar su marca como una preocupada por el deporte y la cultura, para ser percibidos en el imaginario de las personas de una forma positiva, el agravio a esa imagen no trae consigo la desincentivación directa y masiva de la compra de gaseosas, más bien, hace que se pierda la inversión publicitaria realizada, gasto que no fue enfocado por el periodismo sensacionalista.
Y aunque el impacto a la imagen pudo coadyuvar a la bajada en el precio de las acciones de Coca-Cola, esta reducción fue apenas del 1,6% de su valor total de mercado, una cifra que debidamente matizada, es menos grandilocuente que los 4 mil millones de dólares que se presumían en hipotéticas pérdidas, y que a todas luces no pone en riesgo alguno el futuro de las bebidas azucaradas en el mundo.
El hecho de que a nadie le sorprenda ya que los medios se hayan equivocado en el análisis de la información, voluntaria o involuntariamente, para conseguir un par de decenas más de visitas es un panorama doblemente triste. Por un lado, la confirmación de que la rigurosidad es un valor en desuso dentro del periodismo, y por otra parte, que los usuarios continúen creyendo en noticias tendenciosas a pesar de poseer ellos mismos del sistema de verificación a mano y el único antídoto para la desinformación.
A pesar de la creciente desconfianza en el periodismo, se sigue perpetuando el modelo del amarillismo y la manipulación de los hechos como la manera de entender la actualidad, siempre que ese contenido nos convenga en términos ideológicos: Preferimos creer que Cristiano Ronaldo, un “humilde” jugador de fútbol, fue capaz de golpear económicamente a ese imperio malvado llamado Coca-Cola, escogemos pensar que existen políticos lo suficientemente interesados en nuestras mentes como para insertar microchips espías en la vacuna de un virus mortal, optamos por pensar que la responsabilidad de reciclar es de los individuos y que es una actividad útil, a pesar de que las empresas productoras de plástico y los países manufactureros, que generan el 60% de contaminación del mundo ellos solos, no se comprometen con los cambios en sus sistemas de producción para atenuar el cambio climático. Y así con todo, elegimos la mentira para convencernos de algún hecho que, revisado de cerca, no es posible, somos cómplices y víctimas de nuestra incapacidad para entender la complejidad del mundo incluso, porque es más simple malentender que intentar aprender.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: Semana
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