El gobierno ha propuesto su proyecto de reforma tributaria y ha sido presentada con un nombre eufemístico en son de chantaje, con artículos que buscan incrementar el recaudo a costa del deterioro de las condiciones de vida de una clase media fuertemente afectada por la crisis económica mundial y que esta hecha para costear las consecuencias de la mala gestión de un gobierno despilfarrador, populista e ineficiente, que acude al contribuyente como paliativo temporal, sin resolver ninguno de los graves problemas sociales del país al largo plazo.
La propuesta de casi trescientas páginas que presentó el Ministerio de Hacienda lleva por nombre “Ley de Reforma Fiscal Solidaria Sostenible”, lo que es un indicador de la intención y la necesidad con la que el gobierno lleva este proyecto hasta el legislativo, recinto donde ya los congresistas realizan sus correspondientes cálculos para la contienda electoral del 2022, aspiración que puede ser afectada por la inminente impopularidad que recaería sobre sus nombres de ser aprobado el articulado. Paradigmáticamente, la politiquería parece ser un escudo momentáneo contra las pretensiones de la administración Duque. Aunque el riesgo no cesa del todo.
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Uno de los vicios de la política moderna es la polarización, más exactamente su implementación como herramienta discursiva. Si no es blanco, es negro y punto, no hay puntos intermedios. Esto llevado a la práctica de la gestión política se traduce en decisiones tomadas por partidismo o fidelidad a unas banderas particulares, ignorando cualquier clase de argumento o concepto técnico. Es por ello que la bancada del uribismo se encuentra en este momento haciendo todo tipo de maromas mentales para intentar justificar la pertinencia de la reforma tributaria, intentando convencernos de sus bondades y de la ineludible responsabilidad que como colombianos tenemos con los más necesitados, del menester de la ampliación de la base gravable y el aumento del recaudo para llenar unas arcas de las que se desconocemos su fin y manejo.
El ejercicio político funciona así ahora, porque el poder normalizador es más efectivo que el poder autoritario. Las democracias modernas están atravesadas por narrativas, y quien domina ese relato es quien lleva las riendas de esa democracia. Con la proliferación de las redes sociales también se ha multiplicado la tendencia del llamado a la responsabilidad social y los discursos moralizantes. Es por ello que los gobiernos del mundo, ya sean de derecha o izquierda, han adoptado un en sus comunicaciones un tono de coacción, de chantaje sentimental que perfilan con la manipulación conveniente de ciertas informaciones.
Es verdad que existe la necesidad de aumentar la tributación por el tiempo de crisis, pero no deberían ser las clases media y baja quienes absorban todo la carga impositiva para costear los presuntos programas sociales del gobierno, mientras que se hace concesiones a las grandes fortunas y grupos empresariales, quienes a su vez chantajean a la población con la excusa de ser generadores de empleo, cuando el 49,2 % de la economía del país continua en la informalidad, y el 80 % de la población ocupada es contratada por la micro, pequeña y mediana empresa.
En medio de este gran ruido de la indignación pueden surgir los capitalizadores del descontento, como es el caso de Alejandro Riaño, quien estuvo presto a invitar a algunos actores conocidos por su activa oposición al gobierno, para interpretar un sketch que evoca el sentir popular sobre las decisiones de la administración Duque y la casta política en general, unas personas a las que vemos como seres demonizados en la frontera de lo humano, con una moral inexistente y una avaricia insaciable, y aunque no es lo deseable, no está de más que exista alguien que eleve esa popular a esferas más altas en medios de comunicación que son inaccesibles para los ciudadanos indignados de a pie, habrá que cuestionarse luego si el sentir de Riaño y su personaje Juanpis González es o no legítimo y cuál es su utilidad en este debate que seguramente desembocará en actos de protesta que, esperemos, puedan diluir las intenciones nefastas de una reforma presuntamente solidaria.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: Revista Semana
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