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La segunda temporada de «El Juego del Calamar»: un espejo de la desigualdad global

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La segunda temporada de "El Juego del Calamar": un espejo de la desigualdad global
Imagen de: BBC

La llegada de la segunda temporada de «El Juego del Calamar» no solo promete intensas emociones y giros inesperados, sino que también reaviva las reflexiones sobre las crudas desigualdades que azotan al mundo y, en particular, a países como Colombia. La popular serie surcoreana nos muestra cómo el ser humano, enfrentado a la desesperación, es capaz de tomar decisiones extremas, convirtiéndose en una metáfora brutal de un sistema donde las brechas sociales parecen insalvables.

En el centro de la trama está el concepto de competencia desleal, donde personas vulnerables se ven forzadas a jugar con sus vidas en un intento desesperado por salir de la pobreza. Este relato ficticio refleja una realidad que, aunque no tiene los colores sangrientos de la serie, es igualmente cruel: las oportunidades no están distribuidas de manera equitativa, y para muchos, alcanzar una vida digna es una competencia que no pueden ganar.

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Colombia, un país donde la desigualdad social ha sido una constante, se asemeja mucho a este macabro escenario. Según cifras recientes, la desigualdad de ingresos medida por el coeficiente de Gini sigue siendo una de las más altas de la región. Millones de colombianos luchan a diario por superar barreras que van desde la falta de acceso a una educación de calidad hasta la informalidad laboral, todo esto agravado por una inflación que golpea duramente los bolsillos de los más vulnerables.

El paralelismo entre la ficción y la realidad también se evidencia en el peso de las deudas. En «El Juego del Calamar», los protagonistas son personas acorraladas por la bancarrota, una situación que también enfrentan muchas familias colombianas. Las altas tasas de interés, los créditos impagables y la dependencia del gota a gota se convierten en una versión real de los contratos fatales que vemos en pantalla. Todo esto perpetúa un ciclo de pobreza del que es casi imposible escapar.

Por otro lado, la serie también cuestiona los sistemas de poder y cómo estos manipulan a los individuos para su beneficio. En Colombia, las desigualdades también están ligadas a estructuras políticas y económicas que, en muchas ocasiones, priorizan los intereses de las élites sobre las necesidades de la mayoría. Los «jefes de juego» que controlan el destino de los participantes no están tan lejos de los tomadores de decisiones que parecen ignorar las prioridades de quienes más necesitan apoyo.

Sin embargo, «El Juego del Calamar» no solo se limita a mostrar el horror de la desigualdad, sino que también invita a la reflexión sobre la solidaridad. La primera temporada dejó claro que, incluso en los momentos más oscuros, hay quienes deciden tender la mano en lugar de aprovecharse del otro. Esa misma lección es fundamental en el contexto colombiano, donde las comunidades, a pesar de las adversidades, han demostrado una resiliencia admirable y una capacidad de organización para luchar por sus derechos.

La nueva temporada de la serie llega en un momento en el que el mundo también enfrenta grandes retos: desde las consecuencias del cambio climático hasta las guerras y crisis económicas que impactan especialmente a los más vulnerables. En este contexto, «El Juego del Calamar» se convierte en una advertencia y un recordatorio de que, sin equidad y justicia social, la humanidad seguirá atrapada en un juego desigual donde todos perdemos.

En última instancia, la serie nos deja una pregunta incómoda pero necesaria: ¿Qué estamos haciendo como sociedad para cambiar las reglas del juego? Si bien las soluciones no son sencillas, reconocer las desigualdades y buscar formas de reducirlas debería ser el punto de partida. Al igual que los protagonistas de la historia, no podemos rendirnos en la lucha por una sociedad más justa y equitativa.

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Por: Daniel Felipe Carrillo
Instagram: @felipecarrilloh1
Imagen: BBC
*Las opiniones expresadas no representan la posición editorial de Zona Captiva. Es responsabilidad exclusivamente del autor.

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