Las humanidades son la clave para actuar mejor en un mundo hostil como el contemporáneo.
Alguna vez en un anuncio de Facebook, una universidad bogotana estaba promocionando su programa de Filosofía, uno de los más antiguos en el país. Por cierto, cuando me encontré con un comentario que iba más o menos así: “¿Para qué sirve enseñar filosofía? Eso no sirve para nada.”
Cientos de respuestas me atravesaron la mente, pero ninguna que explicara con suficiencia la verdadera razón de por qué convencer personas de estudiar filosofía, o cualquier humanidad en general, en vez de una ingeniería, derecho o medicina.
Le puede interesar: El jardín de las delicias llamado Colombia
Es común encontrar quienes piensan que el humanista, entendido como quién se ha profesionalizado en alguna humanidad como antropología, historia, sociología, etc., está condenado a la pobreza y al hambre. Es cierto que sus salarios no son los más altos del país, pero no es como si los médicos generales ganaran más de los 3 millones y medio en promedio que indica el portal Indeed. Con algo de suerte, un humanista que cuente con un doctorado y sea profesor de planta en una universidad privada, podría percibir entre 7 y 16 millones de pesos al mes.
Claro que no todos tendrán una oportunidad de lograr un salario así; es claro que el mercado laboral no funciona de esa manera. No obstante, existe la posibilidad que se pueda vivir, y vivir bien, de las humanidades. Entonces surgen las voces que dicen que las humanidades no sirven para nada. Tienen algo de razón. En realidad, en el modelo de sociedad capitalista en el que vivimos, los oficios de la reflexión y el estudio de la humanidad suelen ser despreciados frente a profesiones que generan grandes réditos. Esto no significa que porque algo no pueda ser explotado por grandes sumas de dinero, esto no sea vital.
Pero la pregunta persiste: ¿por qué ejercer las humanidades? Es un cuestionamiento que toma más relevancia cuando el mundo atraviesa una pandemia mundial, que se ha encargado de herir con cierta gravedad la economía de las naciones y la tasa de empleo. Una respuesta puede explorarse desde las mismas humanidades.
Aristóteles centró parte de su propuesta ética en la práctica de la virtud (areté). A veces se entiende este vocablo como “excelencia” y el filósofo defendía la idea que esta virtud no era innata a los hombres, sino que podía cultivarse de la misma forma en la que un flautista lograba la maestría en su instrumento: práctica.
La idea de poder practicar todos los días la bondad o la compasión es accesible a los mortales a través del hábito. Cualquier virtud que nuestra sociedad necesitase, podría ser cultivada por cualquier ciudadano con el interés suficiente por lograrlo. Hay un importante mensaje detrás de esta dinámica: si cualquiera puede ser potencialmente bueno, entonces nadie nace necesariamente malo. Estos son los caminos de la ética que se pueden explorar una vez nos interesamos en las humanidades.
Pero las humanidades también pueden ayudarnos a discernir sobre las buenas prácticas del poder. Platón decía que, en un gobierno ideal, los filósofos deberían reinar. Con esto se quiere decir que sería conveniente que los filósofos de oficio llegara a gobernantes o quienes se dedican a gobernar también llevaran por costumbre el filosofar genuinamente. Siguiendo este orden de ideas, una vida dada a la reflexión, entonces, garantiza un mejor ejercicio del poder.
Esto no indica que quien reflexiona sobre el poder es automáticamente un buen gobernante, pero hay más probabilidad de gobernar bien si existe una reflexión acerca de cómo se está ejerciendo el poder.
Las ideas de Platón y de Aristóteles, como se sabe, han tenido una fuerte resonancia en la filosofía griega, cristiana y occidental. En realidad, aquello que conocemos como filosofía es el sustento de buena parte del pensamiento en Occidente. No en vano está aquella sentencia que dice que la Filosofía es toda una serie de pies de página al pensamiento de Platón.
La idea del rey filósofo va más allá que la de un gobernante cuyo oficio es el reflexionar, sino uno que tiene una educación interdisciplinaria suficiente para ser un gobernante digno. En La República de Platón, el esquema de educación de este incluía una educación primaria, seguida de un intenso cultivo del cuerpo, que se complementaba con años de estudio de matemáticas y dialéctica.
Creo, en este sentido, que la humanidad contemporánea debería dar parte de su formación a las necesarias humanidades. No basta con un par de horas semanales a la historia de nuestros países, o a unas estériles clases de historia de la filosofía, sino que especializarnos en nuestros campos de preferencia siempre en el marco de la constante reflexividad desde la ética, cuando mínimo.
Vivimos en un mundo donde la información sin filtro es aceptada por todos. No nos engañemos, dentro de las disciplinas distintas a las humanidades no hay interés por abordar estos importantes temas como la virtud y el examen de las actividades humanas. De seguir desestimando estos conocimientos, nos resignamos a criar ciudadanos sin sentido crítico, sin impulsos por examinar sus acciones ni interés en mejorar su entorno. Entes sin pasado que consultar ni futuro que planear.
Esta es una época donde el fascismo está en auge, donde las personas admiran a los que hablan mucho y no los que mucho saben y donde negamos los hechos más evidentes y comprobables. Por eso necesitamos a las humanidades, para poder pensar sobre estas catástrofes y tomar acción siempre guiados desde la virtud.
Por: Jorge Iván Parada Hernández – periodista e historiador
Instagram: @jiph182
Imagen: Quora
*Las opiniones expresadas aquí representan la posición editorial de Zona Captiva. Es responsabilidad exclusivamente del autor.