En el mundo existen diferentes acepciones e implicaciones de la palabra cultura. Por ejemplo, las manifestaciones de la cultura popular son definitivamente opuestas al imaginario que nos viene a la cabeza cuando hablamos de revistas con contenido cultural. El mismo abismo se abre cuando hacemos la diferencia entre las películas de superhéroes y la cultura popular e intentamos compararlas con el que denominamos cine de culto. Esa aparente enemistad, entre el entretenimiento y la buena factura, termina por configurar la calidad de nuestros productos audiovisuales. Y cuando hablamos de televisión los productores colombianos se encargan de hacer más grande esta brecha.
Hay razones bajo las que se critica y clasifica el consumo de las producciones del país. En primer lugar, y para retirar lo obvio, la limitación de la oferta. Esta puede ser más una excusa que un verdadero argumento para algunos. En la época actual con las facilidades disponibles en plataformas digitales se podría decir que no existe una necesidad de consumo de televisión. Pero también sería imprudente pensar que todas las personas tienen conexión a internet y equipos móviles, suposición que hace parte de la enajenación de nuestra posición privilegiada.
Uno de los problemas que siempre señalan los críticos televisivos es la escaza variedad en el tipo de programación que ofrecen los canales nacionales, medios que por defecto dictan la agenda del rating en televisión. La pobre oferta de la actualidad dista de la creatividad con que gozaba la pantalla chica hace un par de décadas y todo esto tiene razones principalmente económicas. Cuando una producción funciona, buscan repetir la fórmula, y cuando esa reproducción parafraseada logra su cometido en las mediciones de audiencias ya no hay manera de hacer que los productores detengan su rentable mediocridad. Las novelas y programas de entretenimiento de hoy son solo copias de Café aroma de mujer, Betty La Fea, o alguna variación genérica de Pablo Escobar encarnando los antivalores que tanto nos enorgullecen de nuestra colombianidad.
La segunda razón que limita la diversidad de productos de calidad producidos en Colombia es la demanda. La esfera opuesta a la televisión e indirectamente responsable de lo que vemos en ella. Han sido reiteradas las críticas a los sistemas de medición de audiencias actuales porque para muchos ya no reflejan tan fielmente como en el pasado los hábitos de consumo de entretenimiento de los colombianos. Aun así, hay que decir que normalmente estas mediciones concuerdan con el nivel de penetración de los argumentos de las producciones en las conversaciones cotidianas dadas tanto en ámbitos online como offline. Son comunes los memes y los stickers en grupos de whatsapp y que pueden ser usados por fuera del contexto inicial de la producción, esencialmente porque las narrativas de estas novelas tienen sus cimientos en los lugares comunes y en la explotación de los tropos con sus personajes, esto más allá de ser un logro es la verificación del estancamiento de la creatividad.
Todos son personajes con moralidad fija, sin muchos cambios, el bueno es bueno, el malo es malo o se convierte en bueno, no hay más, es el reflejo que nos agrada contemplar, donde nos enseñan el ideal de los valores sociales de la Colombia de finales de siglo XX que siguen aferrándose gracias a la transmisión de estas mismas producciones culturales que vemos en televisión. Vemos lo que somos en pantalla, al menos en una versión maniquea y reduccionista que mientras no sea exigida en exceso por parte del público seguirán exhibiendo esas versiones edulcoradas e idealizadas de seres humanos que nos presentan noche tras noche.
Existe una razón adicional que permite la supervivencia de las telenovelas clónicas en nuestra programación nacional: la falta de compromiso creativo de los productores colombianos. La idea de no ver televisión está asociada a menudo con las esferas de personas consideradas cultas. El Esnobismo es uno de los males que garantiza la continuidad de la mediocridad en la televisión colombiana, porque está bien señalar las inconsistencias de lo que se emite, pero no existen alternativas nacionales de contenidos de calidad para hacerle frente a la abrumadora dominancia de los privados, y las plataformas de exhibición existentes o son insuficientes y las producciones alternativas no cumplen con los estándares necesarios para retener audiencias. El llamado contenido de calidad o educativo es muchísimo menos atractivo que las copias sin alma que se emiten en las grandes cadenas y está ofrecido desde la soberbia y el desconocimiento de la idiosincrasia. Están alienados de la cultura por pensar en su cultura, en su definición elitista sobre la calidad, mientras alejan más y más a las audiencias en ese afán de la reflexión sobre los valores fundamentales o las enseñanzas pueriles y repetitivas que lleva reivindicando la escena alternativa del país desde hace una década.
La calidad no tiene que ir separada de la narrativa y su mensaje, esto no lo han comprendido ni las grandes producciones genéricas de los canales privados, ni las productoras y guionistas independientes que se amparan en una moralidad etérea que les da el “no ver televisión” para ofrecer sofisticados, pero sobre todo, aburridores contenidos que repelen audiencias. Mientras no haya un mejor diálogo, ese falso divorcio entre calidad y entretenimiento seguirá aumentando en la indiferencia de los extremos de su público y los responsables de atraerlo a consumir distinto.
Por: Juan Ramírez
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Imagen: Pixabay
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