La semana pasada tuvo lugar uno de esos hechos aislados de los que se compone la cultura popular de internet. En esta ocasión le tocaría a una mujer, que se identifica como de género no binario, ser el centro de las críticas y burlas por parte de los cientos de usuarios que le increparon por haber pedido a otro alumno que la llamara compañere. Muchos no podían creer que la mujer estuviera reclamando con tal ahínco el uso de un pronombre aún no reconocido por la Real Academia de la Lengua, como si en nuestro día a día empleáramos el uso perfecto de la gramática de nuestro idioma, con un temor bizarro e infundado por el futuro venidero del cada vez más cercano lenguaje inclusivo.
El asunto fue más o menos simple. En una universidad de México, estudiantes participaban de un debate sobre el suicidio en jóvenes. Cuando la estudiante protagonista del video intervino en la discusión, quiso establecer una relación directa entre trastornos psicológicos, identidad de género y orientación sexual, afirmando que las personas pertenecientes a la comunidad LGTBIQ+ eran tendientes a presentar síntomas de depresión y ansiedad, patologías que pueden tener como consecuencia el suicidio, esto a causa de la homofobia. Una idea acertada y que es respaldada por algunos estudios correlacionales en el mundo. Del lado de los oyentes alguien no estuvo de acuerdo. Un compañero presentó una objeción hacia estas ideas, manifestando que la conversación se habría alejado de su cauce inicial, el cual estaba centrado en la problemática del suicidio en adolescentes y adultos jóvenes sin importar su sexualidad o identidad, arguyendo que centrar el conversatorio en esos términos discriminaría de alguna forma a la población heterosexual.
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La discusión subió de tono y la reacción de la mujer que quedó grabada desató nuevamente esa bizantina polémica sobre lo que es o debería ser el correcto uso del lenguaje, el respeto por las normas establecidas y la evolución de los significados de las palabras y sus implicaciones en la sociedad moderna. Se ha tornado tristemente común que cierto sector poblacional reaccione de manera negativa a cualquier indicio de la presencia del lenguaje inclusivo. Ver una letra E al final de algunas palabras despierta un viejo instinto arcaico y puritano defensor del estatus quo en el habla. Les resulta inconcebible la idea de modificar las reglas del español en beneficio de quienes no se siente representados por él, alegando un detrimento en esa bella costumbre del bien proceder ortográfico, como si en la cotidianidad frecuentáramos el uso cabal de las reglas de la RAE, institución a la que acuden convenencieramente cada cierto tiempo.
Siempre que alguien se queja por el uso del lenguaje inclusivo intento comentarles sobre la historia de una palabra peculiar: Bizarro. Este adjetivo tomado del italiano – ni siquiera es propia del español – puede significar valiente, arriesgado, lucido, espléndido o generoso, al menos según la definición de la Real Academia de la Lengua. Pero la realidad es que utilizamos bizarro para referirnos a algo extraño, insólito o extravagante, conceptos tomados del inglés que a su vez fueron tomados del francés ¿Quiere decir entonces que hacemos un mal uso del término? No necesariamente. En esencia es porque el español es una lengua viva y esta se transforma con el tiempo. De la misma forma que expresiones cómo publicación, etiquetar y me gusta representan cosas distintas a las que aludían originalmente, tal vez hoy las palabras hombre, mujer, señor y señora, se quedan cortas para intentar abarcar el amplio espectro de las identidades humanas, una discusión que vale la pena tener como hablantes de cualquier lengua.
Ambos polos del debate deberían hacer un esfuerzo por entender las motivaciones del otro y, sobre todo, abogar por la regulación de la efervescencia que usan para amparar sus posiciones. No se puede ser intolerantes para demostrar la intolerancia, esa tónica poco efectiva la conocen ya nuestras violentas sociedades latinoamericanas. Los bandos – que no deberían ser tal – que se originan de esta discusión tendrían que intentar perder su ingenuidad, los unos para dejar de creer que no usar lenguaje inclusivo significa en sí una ofensa o una manifestación violenta en contra de ciertas minorías, así como los otros deberían aceptar que adoptar nuevos usos del español no configuran un atentado a la lengua y la cultura que se pasan cotidianamente por el arco del triunfo, en conclusión, deberían hacer un uso más bizarro del lenguaje.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: NeuroClass
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