A lo largo de la historia, la existencia de los Estados ha sido tema de debate entre filósofos, politólogos y ciudadanos. Mientras algunos los ven como instrumentos esenciales para el orden y la cohesión social, otros los consideran una fuente de control excesivo y desigualdades. La frase «mal necesario» encapsula esta dualidad: los Estados tienen imperfecciones, pero desempeñan un papel crucial en la organización y estabilidad de las sociedades.
En primer lugar, el Estado es fundamental para garantizar el orden y la seguridad. En ausencia de una autoridad central, el caos podría predominar, como argumentó Thomas Hobbes en su obra Leviatán. Según Hobbes, sin un Estado, la vida en un estado de naturaleza sería “solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve”. Aunque la existencia del Estado no elimina por completo los conflictos, proporciona un marco legal que regula las relaciones entre individuos, permitiendo resolver disputas de manera pacífica y promoviendo la convivencia.
Le puede interesar: Cuidar la manada, un compromiso inquebrantable
Por otro lado, el Estado cumple funciones redistributivas que serían difíciles de implementar sin una estructura centralizada. A través de políticas fiscales y programas sociales, los Estados buscan reducir desigualdades y garantizar el bienestar de sus ciudadanos. Esto incluye la provisión de servicios esenciales como educación, salud y transporte público. Sin embargo, estas mismas intervenciones pueden ser vistas como problemáticas por quienes consideran que el Estado interfiere excesivamente en la vida privada o limita la libertad individual.
A pesar de sus beneficios, el Estado tiene claros defectos. La corrupción, el abuso de poder y la ineficiencia son problemas que han plagado a los gobiernos a lo largo del tiempo. En muchos casos, los Estados han servido como herramientas de opresión en lugar de emancipación. Ejemplos de dictaduras, autoritarismo y regímenes represivos demuestran cómo un Estado puede convertirse en una fuerza destructiva que restringe los derechos y libertades fundamentales de las personas. En estos casos, el «mal» que representa un Estado opresor puede parecer superar cualquier beneficio que ofrezca.
Sin embargo, incluso con estas fallas, el Estado parece ser un componente indispensable de la organización social. La alternativa, que sería un mundo sin Estados, nos llevaría a escenarios como el anarquismo, donde la ausencia de un gobierno centralizado deja a las comunidades vulnerables a dinámicas de poder desiguales y conflictos no mediados. Aunque los Estados no son perfectos, su existencia permite construir instituciones que evolucionan y, con el tiempo, se ajustan para servir mejor a las necesidades de las personas.
En conclusión, los Estados son un mal necesario porque, aunque imperfectos, permiten un grado de orden y estabilidad que sería difícil alcanzar de otra manera. La clave radica en trabajar hacia Estados más transparentes, justos y eficaces, que minimicen los aspectos negativos mientras maximizan los beneficios para sus ciudadanos. Aunque nunca se eliminará completamente el «mal» asociado con ellos, se puede aspirar a un equilibrio que promueva el bienestar colectivo.
Lee también: El Negociador
Por: Jean Carlos Guerra
Instagram: @jeanguerra.95
Imagen: Concepto de
*Las opiniones expresadas no representan la posición editorial de Zona Captiva. Es responsabilidad exclusivamente del autor.
Únete a Google News, Facebook, Twitter, Instagram, Tiktok, Threads, LinkedIn, YouTube, Canal de WhatsApp y sé Miembro en Zona Captiva.