El pasado 4 de septiembre se estrenó la versión live action de Mulán, clásico animado de Disney. La película desato una gran cantidad de comentarios negativos sobre la reedición de la obra, muchos de ellos relacionados con la manipulación que había tenido la cinta para favorecer la aparición de una visión políticamente correcta que encaje con la visión de los movimientos sociales de la actualidad, una práctica falaz convertida en una costumbre cada vez más frecuente en los tiempos que corren.
Los comentarios del público hacia la película fueron principalmente negativos por una razón equivocada. Y aunque yo concuerdo en que la película en particular podría considerarse como “mala”, esta clasificación responde a algunas decisiones tomadas en su narrativa y que despojan a la historia de la veracidad necesaria para llegar a buen puerto, no estoy de acuerdo con quienes acusan al remake de ser una versión edulcorada del filme original, una copia que carece de alma por culpa de la temida corrección política. Y es que la mínima sospecha de una referencia a algún tipo de reivindicación de un movimiento social es suficiente para descartar el producto, incluso sin conocer el resultado. Ese temor infundado hace parte de la pesada herencia de la intolerancia de un pueblo violento.
Le puede interesar: ¿Por qué los monumentos deben destruirse?
Nací en los años noventa en Colombia, una época que, en paralelo con la violencia, nos marcaría por la facilidad creciente del acceso a contenidos que llegaron con internet desde finales del siglo anterior y que se popularizaría pasada la primera década de la era actual. Aún tengo recuerdos de ver Dragon Ball Z, Caballeros del Zodiaco y también viví la época dorada de Cartoon Network, también disfruté de programas de entretenimiento como También Caerás, Sábados Felices o la Expedición Robinson. Un importante porcentaje de las referencias culturales de mi generación provienen de la programación televisiva con la que convivíamos y que desempeñaba papeles incluso educativos. Y aunque puede ser tentador ceder ante la nostalgia y ponderar aquellos productos como los mejores en su clase, es importante reconocer que esas producciones respondían a cuestionamientos y mentalidades de la época, y que en muchas ocasiones dicen cosas que hoy no son bien vistas, y no porque los medios de hoy no se atrevan a decirlo para no herir susceptibilidades, como algunos sugieren, es más bien una reflexión que se hace desde la creatividad para ofrecer algo distinto al contenido generado en el pasado que podía estar influenciado por dañinos estereotipos.
Con el transcurrir de los años fuimos creciendo en medio de la caótica modernización. La llamada democratización de la tecnología nos acercó al fenómeno de la virtualidad y sus secuelas en la cultura popular, una de la que hicimos parte en su construcción y que ahora, casi tres décadas después, es solo un reflejo decadente al que muchos voltean a ver con nostalgia. El tiempo pasa y ante el ritmo indetenible de la vida moderna hay apenas dos opciones, adaptarse o quedarse, muchos escogen lo segundo. La rendición frente al cambio viene de las frustraciones acumulativas que nos brinda una cotidianidad surrealista y triste como la nuestra, optando por la añoranza de tiempos pasados como el refugio ante el estado actual de las cosas que nos molestan o nos indignan.
Ahora muchos de mis contemporáneos son miembros prematuros de la esquina rancia de las redes sociales, quejándose hasta el hartazgo sobre como la corrección política ha arruinado su infancia. En primer lugar, nuestra infancia terminó hace muchos tiempo, ya no existe, lo que quedan son los recuerdos a los que nos aferramos por el miedo natural de una generación que se resiste al progreso. Tenemos muchos vicios encima como sociedad, entre ellos la falta de empatía que nos ha condenado al enfrentamiento ideológico y la polarización, que ayuda a perpetuar la impunidad de una realidad desigual como la nuestra.
A la mayoría le molesta que una película intente hablar de feminismo, racismo, o reivindicaciones de género, olvidando que fuimos participes de la cimentación de estereotipos de la actualidad. Negamos ser racistas, homófobos, o discriminadores, pero cuando la industria intenta presentar una variación en el statu quo somos los primeros en salir a defenderlo, optando por una postura poco propositiva frente a los contenidos actuales, justificando la permanencia de los arquetipos del pasado en el arte contemporáneo.
La conclusión es simple, tenemos que cambiar, tarde o temprano. La tecnología une cada vez más la brecha de los relatos imperantes en las sociedades occidentales, estableciendo la prioridad en la atención de causas sociales exigida por una población joven más activa políticamente que la nuestra, unos jóvenes que no ven con nostalgia a sus primeros años de vida, y que en su lugar, ven el presente como una realidad que puede y debe ser corregida, valiosa lección de la que podríamos aprender para despegarnos del egocentrismo obsoleto que llevamos en la espalda todos los otrora niños de los años noventa, hipersensibles que se quejan de la sensibilidad de otros.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: Retrato de un artista – David Hockney
*Las opiniones expresadas no representan la posición editorial de Zona Captiva. Es responsabilidad exclusivamente del autor.