Nadie debería morir por lo que diga o piense. Esto es simplemente una afrenta a los valores democráticos y quien sea que mate solo porque alguien más expresó su opinión no cabe dentro de una sociedad democrática.
En Occidente, la libertad de expresión es uno de esos valores difíciles de entender, pues si bien es un pilar fundamental de la libertad en la sociedad, las personas lo ven más como un derecho, que por supuesto lo es, pero no como una responsabilidad. Sin entender esta dualidad de la libertad de expresión, nos condenamos a hablar lo que queramos sin responsabilizarnos de nuestras palabras.
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Dicho esto, es clave exponer el caso de Samuel Paty, el profesor francés decapitado en octubre pasado por parte de un joven checheno de 18 años. Paty, quien dictaba instrucción moral y cívica en una escuela de las afueras de París, mostró durante una de sus clases sobre libertad de expresión unas caricaturas de Mahoma, el mayor profeta del Islam. Según la BBC, el profesor recomendó que si alguien se sentía ofendido por las caricaturas, bien podría abandonar el aula o simplemente voltear la mirada.
A raíz del episodio, el profesor recibió llamadas amenazantes y peticiones por parte de algunos padres de familia para que renunciara a su puesto. No obstante, nada se comparó con el día en que Abdoulahk A., un joven musulman radical lo siguió camino a casa, lo acuchilló y cortó su cabeza, para luego exhibirla en Twitter con mensajes de odio y reivindicación a Mahoma.
¿Por qué retratar a Mahoma le supone la muerte a muchos occidentales? Se supone que en los albores del Islam, se prohibió el pintar imágenes del profeta para evitar la idolatría, que era de común práctica en la península arábiga. Debido a que Mahoma es un hombre y no un dios, adorarlo llevaría a distraer la atención de Alá. No obstante, esta prohibición se extiende a otros profetas del Islam como el mismo Jesús y a Moisés. Sin embargo, en variaciones del Islam encontradas en Irán o en países europeos de mayoría musulmana (estados túrquicos) como Kazajistán o la misma Turquía, se han encontrado ilustraciones de Mahoma.
Así las cosas, estas muertes en nombre de la libertad de expresión no vienen de la religión del Islam, sino de extremistas y fundamentalistas. El punto es que este es un caso que vuelve a poner sobre la mesa el tema de la libertad de expresión. En Francia, este es un valor tan sagrado como Mahoma lo es para el Islam, lo digo sin temor a equivocarme. Los franceses no se cansan de meterse con una de las figuras máximas de una religión seguida por 1.2 mil millones de personas, claramente burlándose del hecho que algunos radicales llegarán hasta el límite de asesinar a alguien que dibuje a Mahoma.
Ejemplo de esto es también la revista satírica Charlie Hebdo, recordada por sufrir un ataque similar en 2015 después de publicar unas caricaturas del profeta. El atentado dejó 12 personas muertas. Evidentemente, la revista no dejó de hacer su sátira y continuó con su labor a expensas de temas delicados.
Pareciera que en Occidente existiera ese fetiche de querer manosear lo que para culturas no completamente occidentales es sagrado. Lo hacen incluso dispuestos a morir por sus burlas y críticas. No vemos muchos cristianos o judíos cercenando cabezas porque alguien se burla de Jesús o de Moisés, y eso se explica por que ambas religiones se incorporaron hace siglos a esta idea de Occidente y si se hace parte de tal concepto, se debe jugar por sus reglas.
Con esto quiero decir: ¿qué significa ser occidental? O mejor, ¿qué hace que alguien sea francés? Creo que parte de esa respuesta es que por encima de cualquier apelativo, un ciudadano es francés primero antes que musulmán, cristiano, blanco, negro, mujer, hombre, etc. Cuando se es francés o uno nace dentro de un estado nación de Occidente, la condición primera de la ciudadanía es el de pertenecer a dicho país. En eso se basan los proyectos nacionales de Occidente, con la esperanza que el ciudadano se identifique primero como francés que como cualquier otra cosa.
Por esta razón no se puede esperar que los radicales vivan en países occidentales en paz, pues ellos no entienden que al vivir en estos países, deben renunciar a su identidad primaria, sea cual sea, para reemplazarla con aquella de la nacionalidad. Esta no es una renuncia expresa, a nadie se le pide que deje de creer en sus convicciones cuando aplica para la ciudadanía de un país occidental, pero cuando alguien toma la decisión de hacer parte de estas sociedades, debe saber que los valores franceses (occidentales) se respetarán primero que los individuales.
En este sentido, no podemos esperar que la religión y otros valores individuales sean siempre sagrados en las sociedades occidentales y no vale la pena luchar por que lo sean. Las ideas no tienen por qué respetarse, pues están ahí para ser discutidas, cambiadas, moldeadas, aceptadas o rechazadas. Lo que sí debemos procurar es que en nuestras sociedades, a las que llamamos diversas, quepan todas las ideas sin distinción de origen, y quienes profesen dichas ideas deben saber que estarán sujetas a crítica. Si entendemos esto, podremos construir sociedades diversas y en paz.
Por: Jorge Iván Parada Hernández
Instagram: @jiph182
Imagen: La Información
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