El puertorriqueño conocido como Residente, vocalista de la agrupación calle 13, lanzó este jueves la canción René, en la que a través de un emotivo video, rebosante de imágenes del pasado para hacer su catarsis, un deshago de los dolores personales que lo han acompañado a lo largo de su carrera profesional y vida íntima. Esta canción ha levantado todo tipo de opiniones, mayoritariamente se ha hecho notar una voz de apoyo y comprensión que se solidariza con el sentimiento de soledad y falta de propósito vital que el cantante intenta plasmar en los 7 minutos que dura su tema. Pero de otro lado, y como ya es costumbre en las redes sociales, también se han destacado algunas opiniones que tachan a Residente de aprovechar el jalón de un asunto tan delicado como la depresión para intentar levantar una trayectoria artística que atraviesa una crisis de reconocimiento y creatividad. Como sea que fuere que ocurren las cosas, una vez más, por encima de todo vuelve a sobresalir una cuestión que no logramos dirimir ¿Cómo se habla de lo importante desde la música de hoy?
Para nadie es un secreto que el reguetón es el sonido dominante no solo de las tierras latinoamericanas sino de la escena mundial de la música de la actual generación. En su evolución como expresión ha llegado al punto de consolidarse en una atmósfera etérea denominada música urbana, que puede abarcar un número variopinto de artistas que van desde Kevin Roldán, Maluma o Daddy Yankee; y que se extienden hasta otrora baladistas como Luis Fonsi, Reik o Luciano Pereyra. El género nacido de los ritmos caribeños panameños, neoyorquinos y boricuas, con su base de 4 tiempos de bombo y caja apodados ´Dembow´, ha conquistado a paso firme e inatajable a la cima de la cultura popular global.
A través de líricas desenfadas e incluso vulgares, una cadencia pegajosa y un baile tan cercano como sea posible, el reguetón se ha caracterizado por llevar la calidez sanguínea latinoamericana a las discotecas, emisoras y toda clase de eventos. Una muestra del avance progresivo de las armonías urbanas es la reciente presencia de Shakira en el show del medio tiempo del Super Bowl, seguramente la vitrina más relevante de la cultura norteamericana contó con la actuación de la colombiana que incluyó en su repertorio la champeta y dos exponentes que despertaron al ovación de pie de todo el estadio, J Balvin y Bad Bunny. Fue tendencia mundial por varios días, y despertó en nacionales y foráneos un interés por conocer algo más de la cultura caribe.
Pero hablar de esto en la actualidad constituye todo un desafío, algunos están a favor de que artistas colombianos y latinoamericanos estén siendo reconocidos por la alegría que transmiten y por dictar la pauta en las tendencias del presente musical del mundo. Mientras del otro lado tendremos a los opositores del reguetón, siempre disgustados a causa de sus letras ofensivas e ignorantes de las buenas costumbres, por la banalidad de los artistas que dominan el género y por hipersexualización de la mujer. Todos ellos, ambos bandos, están en lados opuestos de lo correcto. El estancamiento cultural de otras disciplinas como los circuitos de galerías de arte moderno que expone obras efectistas y carentes de técnica depurada o de industrias como el cine, tan descafeinadas desde la entrada de la década del 2010 que basta con ser películas promedio como Parasite para ser altamente reconocidas por esa falsa idea de representar la diversidad cinematográfica, ese estancamiento es el que hace necesaria la aparición de voces incómodas cómo el reguetón, que de a poco empieza a convertirse en el resquicio de lo políticamente incorrecto.
En el contexto de una generación hipersensible como la nuestra, se espera que seamos políticamente correctos, que no ofendamos a nadie, que no se nos quede afuera nadie, que no se nos olvide nadie. Tiempos infértiles para el pensamiento crítico, tiempos tan incompatibles con el humor más agudo, en tiempos de ausencia de voces sabías, necesitamos al menos voces disidentes, que hablen alto, que hablen por encima del llanto y el gimoteo del nostálgico de los tiempos mejores y por encima del autoritarismo de la corrección y el buen proceder. Porque parece que hablar de temas álgidos se ha convertido en sinónimo de apatía o crueldad, cuando es en el discernimiento donde hallamos las respuestas que nos faltan a los problemas del hoy, y que no se resuelven con esa tibia indiferencia que solapa nuestro ego débil. Afortunadamente y de manera paulatina, el reguetón ha venido infiltrándose en todos los niveles de nuestra sociedad. Escritores como Carolina Sanín ya han hablado sobre las bondades y recursos que podemos concluir de estos ritmos tan latinos en la revista Arcadia. Incluso en ese círculo selecto y hermético que es el mundo de la crítica y la academia, poco a poco se va escurriendo entre las publicaciones e intereses de los intelectuales, con ese cantar denso y viscoso que todo permea. Poco a poco se mete en las tradiciones y los clásicos.
Y es que aún quedan muchas cosas por arreglar y algunas críticas por hacer en cuanto a la calidad con que se produce la música del universo urbano, pero me alegra que existan canciones como René, en las que más allá de su factura se ponga de facto la posibilidad de la discusión. Y es que hay que ver con buenos ojos que los artistas, históricamente tan enajenados por el negocio del espectáculo tengan lugar para expresarse, como Residente con este tema en el que expresa su depresión, o Bad Bunny presentándose en el Show de Jimmy Fallon con una camiseta alusiva a los feminicidios en su país, todos gestos superficiales e insuficientes para esas desigualdades insalvables que padecemos como sociedad, pero que, como sea, nos tiran a la cara las cosas importantes, para que de vez en cuando, entre el beat de la música que usamos para seducirnos, también allá un espacio para pensarnos más allá de la restricciones y los prejuicios que tanto señalamos pero que tan poco estamos dispuestos a desterrar.
Por: Juan Ramírez
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Imagen: Archivo Zona Captiva
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