Durante la última semana ha sido tendencia en redes sociales Natalia Bedoya, allegada consentida del Centro Democrático, quien ha acudido al comodín de la discriminación para salir del apuro en el que se encontraba por cuenta de la revelación de los jugosos contratos que ha celebrado con la administración Duque y sobre los cuales hay mas dudas que certezas. Este caso es un ejemplo de la falta de transparencia en la contratación pública, de las estrategias barriobajeras que algunos están dispuestos a usar para proteger sus privilegios, pero, sobre todo, es una prueba irrefutable de la mediocridad rampante de nuestra clase política.
Esta no es la primera vez que Natalia Bedoya se ve envuelta en una polémica. Ya en ocasiones anteriores sus declaraciones han trascendido a medios de comunicación – particularmente en sus ediciones digitales hambrientas de visitas – dándole una relevancia temporal a sus intervenciones, que normalmente terminan por diluirse en el inmenso tráfico de nuevas tendencias, con lo que le bastaba guardar silencio por un par de días para salir del embrollo. Pero en esta oportunidad, y ante el voluminoso asedio del que fue víctima en sus redes sociales, decidió optar por una táctica distinta: La carta de la violencia machista.
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A la popular influenciadora del Centro Democrático le pareció adecuado poner de manifiesto un supuesto acoso machista por parte de David Racero, represente a la cámara por la coalición de derecha, quien divulgó los contratos de vigencia más reciente ejecutados por Bedoya con tres diferentes entidades públicas por montos totales que resultan bochornosos, máxime en esta situación de aguda crisis económica, sanitaria y social, y aunque no faltaron los trogloditas que acudieron a su condición de mujer para atacarla, la discusión en ningún momento giró en torno a ese hecho, fue un comodín, un salvavidas momentáneo que empleó en medio de su torpeza.
Ya la mayoría conocen el talante de la joven abogada. Anteriormente expresó su disconformidad con las movilizaciones sociales del 28 de abril, por que estas atentaban contra las delicadas circunstancias de salud pública, generando aglomeraciones que podrían disparar los casos de contagios de coronavirus, una contradicción que los usuarios de las redes sociales no dejaron pasar por alto, puesto que la misma Bedoya había participado el pasado 29 de agosto del 2020 en una manifestación por la liberación del entonces arrestado Álvaro Uribe, cuando ya se reportaban más de 290 casos de contagio por día ¿Por qué en ese momento no importaba la contingencia sanitaria y ahora sí? La respuesta es sencilla, ni antes ni ahora a sido algo de importancia para ella, solo que ahora se excusa en ese argumento, acudiendo a la tapadera del moralismo, al igual que lo hizo al denunciar supuestas agresiones machistas en su contra.
Y claro que ha sufrido ataques de esta categoría, pero no en esta ocasión. Colombia, como Latinoamérica en general, es un territorio que convive forzosamente con una cultura que discrimina y menosprecia a la mujer, encasillándola en un estereotipo moldeado por costumbres patriarcales. A Bedoya se le ha insultado por su físico, por su manera de vestir, e incluso ha sufrido señalamientos, provenientes de todos los sectores ideológicos, en los que se le acusaba de tener una relación con el expresidente y líder del partido en el que ella milita. Estos ataques no deben ser desconocidos ni subestimados, pero lo que ha hecho esta abogada en la entrevista que tuvo en revista Semana fue una baja artimaña, un uso demagógico de un problema serio, una instrumentación de los movimientos sociales y una fuga de sus obligaciones éticas.
En el diálogo que tuvo con la pseudo periodista Vicky Dávila, Bedoya nunca explicó a ciencia cierta cuales eran las labores puntuales que desempeñaba como contratista del gobierno, no presentó los informes de gestión que dijo haber realizado, ni los entregables producto de su trabajo con las distintas carteras, no uso argumentos sólidos, ni siquiera argumentos, contra las acusaciones que le hacían desde diferentes sectores sobre los favores políticos que le estarían siendo retribuidos a través de estos provechosos convenios concordados con el Estado. Solo hubo victimización por su parte, un parafraseo repetitivo de respuestas mal articuladas dignas de un infante, y que no arrojaban luz alguna sobre las dudas de su oscuro y, por ahora, cuestionable quehacer profesional.
Y es que más allá de la presentación de pruebas o evidencias, es preocupante que una profesional con los siete años de experiencia que manifiesta tener, no sea capaz de explicar punto a punto cual es su trabajo en el día a día, sus funciones y los objetivos de los contratos por los que el gobierno le paga, una incapacidad rematada con su pobreza argumentativa, profiriendo acusaciones personales a quien la señala, utilizando el victimismo como una vía de escape a la responsabilidad, usando razonamientos anodinos que no se corresponden con el nivel académico que se sospecha de alguien que devenga 28 millones de pesos mensuales. Ojalá a esta demagoga mediocre se le terminen los días de esa abundancia inmerecida del amiguismo político, y que llegue algún profesional que al menos sea capaz de contarnos que hace, sin naufragar enajenado en su absoluta majadería. Ojalá se terminen este tipo insultos de la clase política hacia los colombianos, ojalá se le terminen los comodines a los mediocres como Natalia Bedoya.
https://www.instagram.com/sebasragut/?hl=es-laPor: Juan Ramírez
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Imagen: W Radio
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