El pasado 15 de mayo se estrenó Chichipato, la serie producida por el Canal Caracol con estreno directo en Netflix. No es común que las producciones de los canales privados del país sean estrenados directamente para plataformas de contenido on demand, pero parece que por las condiciones actuales del confinamiento y el leve incremento de las suscripciones a plataformas de streaming en el país, ayudarían a impulsar los rating del seriado, un producto a todas luces sin gracia y egoísta.
Esta producción fue escrita por el reconocido Dago García y dirigida por Juan Camilo Pinzón, seguramente menos conocido que el primero pero que sin duda aporta un estilo particular que los ha convertido, junto con García, en los productores de cine más exitosos del país. Juntos han trabajado en películas como El Paseo, El Coco, Lamento, Infraganti y Uno al año no hace daño, catalogada como la película nacional con mayor audiencia en la historia del cine en Colombia. Aunque para analizar el contenido de Chichipato, un formato episódico, hay que tener en cuenta las series producidas por ellos, dentro de las que destacan: Polvo Carnavalero, Los Tacones de Eva, El Secretario y, una telenovela que destaca sobre las demás: Pecados Capitales. Esta última me llama poderosamente la atención por la similitud del protagonista con uno de los personajes la telenovela. El Mago Juan Quini, el mago quien es la piedra angular de Chichipato, está claramente basado en el Mago Kandú, encarnado por Robinson Díaz en 2002.
Los personajes de Juan Quini y de Kandú tienen varias similitudes pero no son exactamente iguales. Ambos pertenecen a la clase media-baja, y su familia está conformada por una esposa abnegada y con carácter y tienen una hija atractiva a la que emplean como asistente en sus actos de magia, pero ahí viene la primera diferencia, Juan Quini tiene un hijo cantante, maniaco depresivo en plena pubertad. Ambos, Juan Quini y Kandú, hacen parte del fetiche del colombiano de bien, dicharachero, jocoso y trabajador con buen corazón que han sobreexplotado hasta el hastío.
Esta primera temporada (porque está confirmada la segunda) tiene 7 capítulos, cada uno con duraciones de 25 a 30 minutos, a excepción del primer episodio, que por ser introductorio dura 38 minutos. Los primeros 10 segundos tienen los mejores planos y fotografía de toda la serie, los que se usaron para los tráiler promocionales. El resto de la realización es algo común para el nivel de producción de Dago García, planos televisivos con cámaras costosas que no aportan mucho a la narrativa y que apenas cumplen con su función de ilustrar lo que ocurre en escena. El diseño de arte intenta fabricar un aura mágica o surrealista utilizando contrastes en el vestuario y los decorados de las locaciones, especialmente la casa familiar, que tiene un papel más importante sobre el resto de ubicaciones de la serie.
Luego viene el elenco: María Cercilia Sánchez es Margot, la madre abnegada y eternamente enamorada del protagonista, que fue “loca” en su juventud pero que ahora daría la vida por su familia. Mariana Gómez es Mónica, la hija mayor y consentida de papá, por momentos torpe, por momentos ilusa, por momentos emprendedora y por tramos pretende un empoderamiento femenino mal interpretado típica de la óptica de un guionista perdido en el tiempo. Julián Cerati es Samuel, el hijo de vocación artística, sumido en la depresión cliché de la adolescencia y que habla siempre desde la inmadurez y la pasión con la que caracterizan a un adolescente presuntamente normal. Julio César Herrera es el Capitán González, un supuesto policía que puede ser altamente efectivo o terriblemente inepto según lo necesite la trama. Biassini Segura es el “Ñato” Orduz, el traficante más buscado del país pero que tiene buen humor, nunca comete un delito durante la serie, y puede ser calculador o imbécil según los requerimientos de la trama. Jacques Touckhmanian es Quiroz, un abogado que tiene el rol de fixer, mano derecha del narco principal que intenta ser el tipo racional de la serie. Yuriko Londoño es la agente Patty Smith, enviada de la DEA que supuestamente es más eficaz que sus colegas colombianos, es el interés romántico del capitán Gónzalez y una carnada sexual puesta para el ojo masculino. Y deje para el final a Antonio Sanint, que actúa de él mismo, un supuesto cómico haciendo de un supuesto mago que puede ser cobarde o valiente según la voluntad gonadal del guionista, y tiene la virtud de ser terriblemente imbécil para alargar la trama lo suficiente como para dar 7 capítulos.
La historia es más o menos sencilla. Un mago de fiestas infantiles más cerca del ridículo que del éxito y que por azares del destino, o flojera de los creadores, termina convirtiéndose en el capricho del narcotraficante más buscado de Colombia gracias al parecido físico que tiene con el difunto padre del delincuente. Luego, el mago en un intento por salvar la dignidad y la vida en frente de un caricaturesco grupo de maleantes ejecuta el truco de la desaparición donde el Ñato termina por evaporarse por arte de magia y sin saber su paradero. Justo en ese momento entra la policía para capturarlo y se encuentra con un cajón vacío por lo que deciden retener al mago por ser el principal sospechoso y tal vez cómplice de dicha desaparición. Cómo el protagonista no cuenta con los medios económicos o cognitivos mínimos para demostrar que no tuvo nada que ver con la fuga del Ñato, termina por ser extraditado, pero en el camino al aeropuerto y con una oportuna elipsis para evitar grabar escenas del escape o pensar en escribir una solución en el guión, el mago es rescatado por el narcotraficante que pasó de no saber dónde estaba a enviar ayuda a Juan Quini, que es llevado con la presuntamente graciosa familia del maleante. (Mención especial a Lina Tejeiro porque su actuación es muy corta pero tiene mucha más credibilidad y energía que el resto del elenco). Y más o menos es así la serie, una retahíla de historias sin explicaciones, lleno de agujeros en el argumento y con reacciones poco creíbles que abundan como consecuencia de la pereza de sus creadores.
Y yo ya sabía que me iba a enfrentar con este tipo de cosas al empezar a ver Chichipato, sé quién es el productor, el director y cómo trabajan. En cualquier serie se acude a la complicidad con el espectador para hacer que su mundo sea más creíble. Pero en Chichipato abusan de la conformidad del público y le gritan a la cara que es imbécil, que no piense y se ría ¿De qué me tengo que reír? Ese es el peor punto de la serie, su “humor”. En el primer capítulo nos muestran como son las relaciones al interior de la familia, de cómo los hijos creen que su papá es un idiota (con toda la razón) y como su mujer Margot les hace ver el esfuerzo que él realiza como proveedor del hogar, luego hay una escena en la que buscan a Samuel reclama a Mónica por un gato desaparecido (Juan Quini es el personaje ultrahonesto pero no les dice a sus propios hijos que él fue quien desapareció la dichosa mascota) entonces la hija del mago le dice a su hermano y madre: “Mamá será que usted le puede decir a este vampiro milenial que yo tengo cosas mucho más importantes que hacer” y ese es el chiste. “Vampiro milenial” es el insulto con el que se busca la risa, y seguramente a algunas personas les pudo haber hecho gracia, más por inesperado que por bueno, pero es un apunte que una persona joven no haría nunca en su vida, pero los guionistas no les interesa si eso está bien o mal escrito, les interesa poner chistes sueltos, comentarios presuntamente inteligentes, o situaciones ridículas que tienen algún tipo de gracia para no sé qué tipo de persona. Otro de los “gags” consiste en un abogado con una peluca muy notoria que al hablar con el mago en la cárcel se desacomoda un poco, ahí van las risas. Otro de los recursos usados por la serie es el famoso slapstick, el momento más destacable es cuando el hijo del Ñato (igual de malo que su padre) le dispara con una cauchera al Mago Juanquini en la cara cuando este intentaba huir de la finca del narcotraficante. Esos son todos los tipos de humor que usan los autores en su serie, los lugares comunes, la repetición y el silencio luego de una acción en la que se hace creer al observador que ahí estaba la gracia de la que hay que reírnos.
Es frustrante ver que no hay ningún avance argumental en esta serie o en ninguna de las películas hechas por la dupla García/Pinzón, o algún tipo de refinación en la fórmula de contar sus historias pero no es así. Es la repetición de lo consolidado en la manera industrial de hacer el cine establecida desde hace un poco más de una década en el país, y eso está bien, que las producciones generen dinero y audiencia es algo siempre deseable y refugiarse en solo este argumento para defenestrar las convenciones del cine y la comedia en poco más de 4 horas es una decisión cobarde y simplista, tal y como lo es la obra de estos personajes.
En el 2016, Juan Camilo Pinzón dio una entrevista a la revista Semana en la que le preguntaban sobre cómo lograba ese entendimiento con el público que asistía masivamente a las salas, él contestó que hacían películas para quien busca entretenerse, que la audiencia no quiere sentirse discriminada y que ellos no buscaban ser más inteligentes que el público “(…) Todos podemos hacer películas de autor, complejísimas e inteligentes; pero muy pocos podemos hacer películas que le gusten a la gente, y ahí está la gran diferencia” decía Pinzón. Esta es la excusa que lo guía todo, la mediocridad del productor y la estupidez asumida del espectador, no dar un paso más allá, en configurar lo que funciona para hacerlo mejor sino en hacerlo cada vez complaciente con una audiencia a la que no le dan la oportunidad de conocer un producto de mejor calidad que el humor rancio, machista y estereotipado de un país en guerra con su identidad.
Por: Juan Ramírez
Instagram: @sebasragut
Imagen: Archivo Canal Caracol
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